Por Montserrat Martínez Pimentel
Mi nombre es Mildred, tengo 20 años, a punto de cumplir 21. Me falta un año para terminar mi carrera, últimamente me he sentido muy feliz porque he encontrado aquello que me apasiona hacer, sin duda, nunca me había sentido tan bien conmigo misma.
Durante 15 años viví en un círculo donde fui reprimida de mis emociones, sentimientos, pero sobre todo pensamientos, era común para mí escuchar a personas hablar de cómo tenía que ser una mujer y de cómo automáticamente para toda mujer había un mismo camino. Desde muy pequeña vi cómo mi mamá vivía siempre en casa, pude darme cuenta de que yo no conocía a ninguna amiga de mi mamá porque hacía mucho tiempo que ella no las veía, y fue eso lo que me hizo vivir cuestionando todo y decir “amo mucho a mis amigas y yo no quiero que ese ‘camino automático’ que le pintan a todas las mujeres sea el mío”. Había algo que no me gustaba de la manera en que los demás percibían a la mujer, pero fue algo que en su momento no supe descifrar. Vivía cuestionando, pero nunca hablé de lo que pensaba o sentía… ahora sé que mi voz es mi arma más fuerte, aunque debo admitir que mucho tuvo que pasar en mi vida para que esto ocurriera. ¿La detonante? Hace siete meses.
Hace siete meses, me mudé a la Ciudad de México, a un departamento que quedaba a diez minutos de mi universidad. Todo iba muy bien, era lo que siempre había querido, ya que además de estudiar, las dos horas de camino que antes hacía de mi casa a la Universidad las iba a poder ocupar para hacer otras actividades como ejercicio, idioma, estudio, etc., pero pasaba algo raro conmigo y, a pesar de saber que eso era lo que quería, me la pasaba llorando y sintiéndome triste la mayor parte del tiempo, me la pasaba peleando con Mauricio, mi novio. Pasaban los días y mi preocupación aumentaba, pasaban los días y nada… ¡ya debía estar menstruando!
Hace siete meses me enteré que ese retraso se debía a un embarazo. Embarazo no deseado. Fue muy fuerte cuando me enteré. Mauricio estaba conmigo cuando vi el resultado, pero…realmente, en ese momento, no podía evitar sentirme sola, triste, desesperada y perdida. Mauricio también estaba impactado por la noticia, pero él quería hablarlo con mis papás y lo que sigue de la historia…casarse, tener el bebé, hacer una familia, etc., “el camino automático”, pero yo no quería eso. Al saber lo que él quería, me sentí encerrada, así que corrí con mi amiga Sofía a llorar como nunca lo había hecho, estaba asustada y cada que pensaba en mis sueños simplemente los veía alejarse. No sabía qué hacer, no sabía nada, solo tenía claro que no era lo que yo quería ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente… Decidí no seguir con el embarazo y posteriormente hablé con Mauricio, él sabía que tampoco quería que siguiera. Necesitábamos apoyo, alguien en quien sostenernos, no era fácil, finalmente el embarazo era algo que ambos queríamos que ocurriera, pero no estaba sucediendo en el momento que queríamos. Buscamos el apoyo y amor que Sofía nos tenía, nuestra amiga, y, sin más que pensar, seguimos con lo dicho.
Hace siete meses, junto con Sofía y Mauricio, busqué un Centro de Salud donde se practicara la Interrupción Legal del Embarazo (ILE), porque Mauricio y yo no teníamos dinero para realizarlo en una clínica particular. Acudimos al Centro de Salud T-III Beatriz Velasco de Alemán, ubicado en Eduardo Molina, Michoacana, 15240 Venustiano Carranza, CDMX.
Acudimos muy temprano, porque solo aceptan a 20-25 mujeres. Yo tenía miedo, quería estar abrazada de Sofía y Mauricio todo el tiempo, pero eso no fue así, porque ahí me apartaron de ellos desde el principio.
Al principio pensé que todo iba a ocurrir muy fácil. Pero había ciertas cosas que no lo hacían fácil, empezando porque yo no estaba consciente de aquello que estaba por vivir, hasta el mantenerlo en secreto, ya que mis padres nunca se enteraron, ellos me hubieran obligado a tenerlo y a casarme, además de quitarme todo su apoyo en mis estudios y no podían pasar así las cosas, no cuando mi carrera es todo para mí.
Al principio del proceso de ILE las situaciones ocurrieron “bien”. Me dieron una plática sobre anticonceptivos, después fue el ultrasonido para ver qué método es el que puede llevarse a cabo: medicamentos o aspiración. En la sala donde todas esperan se respira todo el tiempo miedo, todas desean tener menos de 10 semanas. En mi caso, ocho semanas dos días: medicamento. Después de eso solo me dieron el medicamento y algunas indicaciones para su toma, me citaron dentro de dos semanas y eso fue todo.
Durante el día de la toma de pastilla, me quedé en el cuarto de Mauricio. Él rentaba en una casa de estudiantes, pero ese día el tenía que trabajar y nadie sabía que yo estaba ahí. Sofía fue a visitarme, pero solo por algunas horas, pues tenía que hacer sus actividades y llegar a su casa. Me sentía como rata de alcantarilla, escondiéndome de todos en mi rincón. No podía gritar el dolor que sentía, ni llorar, nada. Tuve mucho miedo, como nunca antes en mi vida. No podía hacer nada, ni siquiera dormir o descansar. No quería quedarme sola ni un minuto, mi miedo era enorme.
Fue duro, muy duro, pero seguía pensando que las cosas iban a pasar rápido y fácil, hasta que entré al baño y… mucha sangre, solo veía mucha sangre, sentía que me vaciaba. Cuando volteé y miré el retrete… vi algo.
Vi algo que me hizo entender que las cosas para mí no iban a ser fáciles, como las había pensado. Vi algo que me hizo tener más miedo. Vi algo que nadie me dijo que vería. Vi algo que me hizo sentir desesperación. Vi algo que…me hizo vivir con imágenes en mi cabeza durante más de dos meses.
Vi algo que no entendía y que me dejó con muchas dudas, solo ansiaba el chequeo que tenía en dos semanas para externar todas mis dudas al doctor del centro de salud.
Durante esas dos semanas de espera tuve muchos problemas con Mauricio y terminamos.
La había pasado muy mal, pero muy dentro de mí, me sentía más fuerte que nunca, capaz de poder con todo lo que se me presentara.
Cuando llegó el día de mi chequeo, fui solo con mi miedo, pero solo se trataba de hacer un segundo ultrasonido para verificar que “no quedaran residuos”. Cuando creí que todo había acabado, el doctor me preguntó: “¿qué método vas a usar?”. Yo ya lo había considerado y había llegado a la conclusión de “no quiero implante ni DIU por ahora, solo diré que pastillas para poder salir”, porque claramente tenías que salir de ahí con algún método. Como la mayoría decidía (¿?) usar implante o DUI, en el centro de salud se normalizaba que todas tenían que usar implante o DIU… ¿Y si tú no querías?
¿Cómo? ¿Acabas de pasar por un aborto por tu “irresponsabilidad” de protegerte solo con condón y ahora te irás sin nada?
Sí, por miles de razones que no tengo que explicar y que tal vez muchos no entenderán y juzgarán como lo hizo el doctor…
Parecía que no podía decidir sobre mi sexualidad.
Ese momento fue el peor que he vivido, fue el detonante de una depresión: el “doctor”, al escuchar que quería pastillas, me empezó a agredir, a regañar con frases como “las pastillas ni siquiera las vas a usar, y lo sabes, y en seis meses te veo de nuevo aquí”, “pues si nada más querías deshacerte del problema y seguir en lo tuyo”, “¿por qué no valoras tu cuerpo?”, “¿tú crees que es bonito ver niñas como tú pasar por todo esto?”
Eso no fue lo peor, lo peor fue cuando uno de los pasantes que se encontraba en el consultorio me preguntó: “¿Entonces van a ser pastillas?”, a lo que respondí: “Sí”, pero hubo una tercera voz diciendo “¡No!, dale parches, las pastillas ni siquiera las va a usar como se debe, ¡no, no, no, dale parches!”. Ni siquiera pasaron cinco segundos cuando vi que el pasante me estaba dando parches y cinco tiras de condones. Me sentí pequeña, pero después de tanta agresión, con sentimientos encontrados, lo único que pude hacer fue salir corriendo entre lágrimas de miedo y coraje, solo podía pensar: “¿Por qué? ¿Qué tal y tiene razón? Yo no quiero pasar por esto de nuevo”…Sabía con qué palabras pegar el cabrón.
Me sentía extremadamente sola, extremadamente dañada, extremadamente herida. Sola, muy sola.
Como les conté, esa situación fue la detonante de una depresión.
¿Por qué lo comento? Porque también esa situación fue la detonante de lo mejor que me ha pasado en la vida. Después de un tiempo, después de terapias psicológicas, después de momentos de tristeza, después de recuerdos, después de entender que esa fue una agresión, encontré lo que en ese momento anhelaba: el feminismo. Empecé a darme cuenta que no era la única que lo había pasado, que la violencia ginecológica existe y no se debe pasar por alto, empecé a leer, a asistir a conferencias feministas, y fue ahí donde encontré el coraje y entendí que tengo que luchar porque mis derechos se hagan valer.
El cariño, la comprensión de otras mujeres para conmigo fue lo que me levantó, la sororidad fue lo que me hizo sentir que NO ESTARÉ SOLA NUNCA MÁS, fue la que me impulsó a seguir adelante y a buscar justicia y no dejar las cosas inconclusas.
He entendido que tengo derechos y voz, una voz que quiero que se escuche en todo momento, una voz que se une a las de muchas. Tengo voz y fuerza para unirme con otras y luchar por nuestros derechos.
En el feminismo me involucro en todo, pero es de mi especial interés los temas sobre la libertad de elegir en tu sexualidad y el derecho a un aborto seguro y el sentirte acompañada en el proceso.
Lo conté con mucho detalle porque sé que muchas mujeres no lo cuentan, y piensan que es algo que deben dejar pasar, pero no es así. Lo que yo pasé, muchas lo pasaron o lo están pasando. Lo que yo sentí, muchas lo sintieron o lo están sintiendo, y qué mejor que unirnos y luchar porque se acepten las decisiones de las mujeres, sin prejuicios, y que esto que vivimos deje de ocurrir.
La violencia obstétrica y la violencia ginecológica son muy frecuentes y por tanto, son todo un reto.
La violencia ginecológica que viví no tiene justificación de nadie, ni siquiera lo justifica el dolor que sentía en ese momento, y ahí es precisamente a donde quiero llegar: a que las mujeres que lean esto levanten la voz y que cualquier agresión contra la mujer no debe ser tolerada.
A lo largo de este tiempo he tomado decisiones que no a todo el mundo le gustan, pero, ¿quién dice que tienen que gustarle? Soy feliz y he salido adelante, me siento plena al considerarme como feminista y luchar por mis derechos.
Por otro lado, a menudo pienso en aquellas mujeres que han sufrido viviendo un embarazo no deseado o aquellas que acuden a lugares clandestinos, aquellas que no solo han sido violentadas por “profesionales de atención a la salud”, sino también por su familia, aquellas que buscan gritar, pero no sienten la fuerza para hacerlo. Para eso estamos aquí, para eso escribo esto, para decirles que estoy con ellas y para unificar y trabajar juntas.
No importa si pierdo a gente que quiero y que no me puede entender a lo largo en mi lucha, porque al final sé que cuento contigo, mi amiga, que aunque no te conozco, sé que no me vas a dejar caer y que vas a luchar conmigo siempre.
Desde niña supe que veía las cosas diferentes y que buscaba para mí una vida diferente. Tal vez perdí esa idea en mi camino, pero, finalmente, hace siete meses retomé como parte de mí el querer luchar por una vida diferente para las mujeres, y no todo fue gracias a ese ocho punto dos de aquel ultrasonido.