Arte

[Verano Feminista Literario] Los ojos de Sula

Imagen cortesía de Laura Escobar Colmenares

Por Laura Escobar-Colmenares

Así nací. Nadie se explica porqué, solo saben que así es y ni siquiera se lo preguntan, ni mi madre. Yo a veces lo olvido y tampoco me lo pregunto. La gente que me conoce sabe que así nací, me acepten como soy, aunque eso es muy raro, sobre todo en este país en el que te señalan hasta por la zona donde vives. Qué bueno que no nací en el siglo XXI, porque ahí sí que hubiera tenido una vida complicada. Acá no, nunca han pensado en llevarme con algún médico ni con un espiritista o curandero, aquí vivo mi vida como cualquier muchacha de familia monoparental de origen sureño. Me levanto, desayuno, voy todas las mañanas a la escuela, voy a la plaza con mis amigas, me gusta correr, leo sobre un atril diseñado especialmente para mi condición, me encanta el helado de chocolate y las fresas. De vez en cuando voy al cine o a caminar al parque en compañía de mi mamá y de Besutrón, mi gato.

Me llamo Sulani, pero me dicen Sula, porque suena menos cursi. No puedo hacer muchas cosas que impliquen usar las manos, porque son muy sensibles. Como les decía, así nací; los ojos que tengo en las manos tienen la misma forma y las mismas funciones que los ojos que tengo en mi cara, algunas mejoradas, como la visión nocturna. De noche no necesito luces encendidas porque los ojos en mis manos ven a través de la negrura. Tiene sus ventajas esto de tener cuatro ojos, pero cuando estoy triste y me dan ganas de llorar, ahí sí que no me la aguanto, pues las manos se me empapan y salen torrentes de lágrimas; lo bueno, es que las recolecto en recipientes grandes y mi mamá las usa para regar sus geranios, que florecen de múltiples colores durante todo el año.

Hace poco almacené litros y litros de lágrimas. Tuve una etapa de sensibilidad infinita. Lloraba porque las aves trinaban, porque mi gato se comió una lagartija, porque la luna estaba llena, en fin, por casi todo. Después de eso, todo empezó a cambiar en mí. Mis manos empezaron a hacer cosas que yo jamás había hecho o pensado. Les daba por levantarse lo más alto que mis brazos lo permitían y empezaron a husmear por las alturas cual astrónomas, en las profundidades cual espeleólogas, y tenían una tendencia a sumergirse en baldes con agua o todo lo que pudieran mirar con apariencia de líquido, siempre en momentos inverosímiles. Los ojos en mis manos empezaban a gobernar todo mi cuerpo. Ya no era dueña de mí, todo lo que hacía era a voluntad de ellos. Eso sí, leí mucho en ese periodo, pues podía leer hasta tres libros al mismo tiempo; eso fue de lo más productivo que hice, todo lo demás solo me llevaba al desastre. Por fortuna, llegaron las vacaciones y me fui con mi mamá y Besutrón a unas cabañitas en lo alto de una colina rodeada de pinos, araucarias y abetos.

Uno de esos días, amanecí con un dolor tremendo en mis extremidades y noté que algunas protuberancias salían de mis muñecas, del dorso de las manos, de los codos… el dolor fue tal, que perdí el conocimiento. Debí haber dormido muchas horas, me desperté con menos dolor y hambrienta. No nos preocupamos mucho, pues pronto regresaríamos a la ciudad y entonces sí tendría que buscar a un doctor que pudiera decirme que me estaba pasando. Después de comer un poco de fruta y jugo, volví a sentir un cosquilleo en los brazos, las protuberancias eras más grandes y crecían rápidamente. El dolor ya no era tanto, pero tenía un picor muy extraño y me invadió una excitación desconocida. Salí desbocada de la cabaña, trotando hacia el corazón de la montaña. Solo escuché en la lejanía los gritos de mamá. Para ese momento ya tenía dos brazos saliendo de cada uno de mis brazos originales. Tuve que detenerme, todo estaba sucediendo muy rápidamente, ya no solo eran unos brazos los que emergían de mí, también unas piernas, torsos y rostros con largas cabelleras castañas como la mía. En cuestión de segundos, ellas salieron completamente de mi cuerpo, nos miramos las tres prolongadamente, desconcertadas pero sonriendo. Desnudas, me dieron la espalda y en coordenadas diferentes, cada una se desvaneció en el espeso bosque. Los ojos de mis manos habían desaparecido.

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La Crítica