Texto e ilustraciones por Karen Rosentreter Villarroel
¿Cuántos intentos esconde un dolor oculto por todo aquello que se toca como si se pudiera?
¿Cuántas tristezas se hicieron perpetuas ante lanzas ardientes que abofetearon la dignidad?
No estás sola, somos las Noras, las Marías,
las Anas, las Martas
y todas las que quieran llamarse como quieran,
las que han colmado las angustias de ser
lo que realmente quisieron ser.
Llevamos contados los pasos que marcaron sus caminos
rápidos e improvisados,
para evitar el manto de apetitos
y testosterona que no buscaron,
esquivando miradas negras que no dejaron florecer aquello
que rebalsaba su juventud.
Somos terremotos de voces globales
que gritan con rabia creciente,
el llanto de las calladas que murieron con sus verdugos libres
y todas las vestiduras que masacraron sus siluetas.
Estamos aquí, enhebrando caminos independientes,
ya no juzgados por nuestro pensar,
por nuestro hacer y menos por las expectativas de
una femineidad construida por un sector,
el que se esmeró por cortarle las alas a todas las ideas que pudieron ser pájaros.
Mujer nací, entrelazada a mi amargura de tener más cuerpo que mente para algunos
Porque eso se hereda, de la hermana, de la madre, de la tía
y de todas aquellas que nacieron con el peso biológico de llevar la misma historia
tatuada como leche amarga en labios rojos, pero bien rojos como nos plazca.
Todas tenemos una fábula colmada y creciente entre las piernas,
evaluada como trozo insoportable de cielo,
un don preciado de represión y extirpada satisfacción.
Mirar, voltear, sentir, querer,
reventar con más furia cada una de esas pupilas violadoras
que matan los anhelos de liberación en el lugar que nos pertenece.
Vivimos en el esfuerzo eterno de siglos
por declarar lo poderoso que hay en nuestro mundo interno,
porque somos la historia no contada por el patriarcado que nunca nos preguntó.
Sobrevivientes de la carnicería que ha implantado la publicidad
Mutiladora de palabras y argumentos significantes,
como flores de inteligencia arrancadas de raíz.
Sacamos las fuerzas por todas ellas de alma partida y oídos cansados
ante suspiros intimidantes y movimientos inquietos en cualquier sitio
Por todas esas puertas cerradas, palabras punzantes, juicios torpes
y la pérdida total de la dignidad ante un vestir,
un completo castigo, una y otra vez reinventado por el opresor.
Porque a veces tenemos el afecto agotado,
Y se siguen proclamando en las noticias las humillaciones
de una más, no una menos.
Y lo cuenta la periodista con la mandíbula machacada
por golpes silenciosos que de seguro también recibió.
Es tiempo de enterrar siglos de vestiduras moradas
que no acogimos con encanto.
Unámonos a la danza librepensadora,
escribamos y grabemos una canción nueva.
Porque ésta, siempre fue nuestra tierra.
Descolonicemos nuestros cuerpos
grabados por cargas pesadas que ninguna mereció.
Vistámonos de nuestra sangre roja,
orgullo de tierra fértil
que mueve constelaciones de vida
y muerte si de nuestra decisión depende.
Creemos las respuestas imperecederas
a ese mapa construido por nuestra integridad.
Bañemos de ideas nuevas el mundo
que aún puede volver a girar por la otra mitad.
Nuestra sabiduría se moviliza en apoyo
y no en contra de otras,
no abusa de palabras insulsas
que opriman nuestra sororidad.
Visibilicemos a nuestras grandes,
a nuestras hechiceras de luchas sociales.
A mis arpilleras que bordaron en su piel
los gritos de aquellos que murieron
en 73 golpes de fragilidad.
Llamemos a nuestras heroínas transparentes
que existieron trazadas en el cielo
porque lo tocaron con el fuego de sus manos.
Que de nuestros cuerpos libres
florezcan las risas de los niños y niñas que queramos parir,
en el agua, en el viento, en la tierra, sin dolor, sin humillación.
Para que caminen libres y felices por las avenidas de rebeldía consecuente,
por un mundo forjado en palabras verdaderas
pero por, sobre todo
en acciones justas para todos
y por fin para Todas.