Por Zurisadaí Santos Padilla
Abjuración
Las brujas bailan a las tres de la mañana.
Vienen, cantan, beben y se marchan.
Yo me escondo bajo las sábanas
Y pienso: que se vayan ya, no las soporto.
Las brujas cantan a las tres de la mañana.
Vienen de aquí, de allá, de ningún lado.
Yo me doy vuelta al otro lado de la cama
Y pienso: qué bonito es no tener patria y sí hermanas.
Las brujas lloran a las tres de la mañana.
Suspiran, se retuercen e hilan hebras: sus cabellos.
Yo entreveo por un agujero provocado
Y pienso en el porqué de sus ojos que emanan salvia.
Duermo, despierto, las busco, se fueron.
Será que tenían miedo porque tuve miedo.
Será que vendrán esta noche a bailar en mi ventana.
Será que las brujas -¡ay mamá!- me chuparon.
Las brujas reímos a las tres de la mañana,
Explotaron, exploté y no caímos.
Llegamos a un lecho de jacarambillas
Y nos burlamos de este afán del signo.
Goya
Las chanclas me azotaron
Por ser tan dura la dudería.
Agüelita, ¿tú qué eres?
-Yo soy culera, tramposita.
La madre muerta le dejó
A cargo a seis xoloitzcuintles
Toditos violentos y dependientes.
Culerez o maternidad forzada.
La opresión materializada
Quiso seis hijos de latín sabedores.
¿Qué no se decía culera?
Le abandonó de tajo.
El pastor cuestionó su fe
Cuando dijo no al costillaje.
¿Pues no es usted cristiana?
-Yo soy culera, pendejete.
El padre ausente le exigió
No volver, por abandonadora.
El momento había llegado.
Culerez o fosa. ¡Zaz!
Los hijos abstraídos
Por pobre la deslucieron.
-Yo soy culera, yo soy culera.
Se volvió mantra imperiosa.
El dogma familiar me abraza
Cada que me hallo cuestionante.
¿Será la culerez respuesta?
Agüelita dice que sí y me abraza.
Santa Tristeza
Una decena más cuatro nombres al día
Que no son nombrados por nadie.
Que se vuelven símbolos del despojo constante
Del derecho menguado de mirar a los ojos
Y deslizar estos mismos sin el riesgo que implica
No querer que te mermen el sueño,
El suspiro, el canto y el placer brujeril.
Símbolos que remiten a símbolos,
Que se van o los fueron y que no despertaron,
Y que no vislumbraron el color de los cielos
Del ocaso a alborada. Nunca más.
Con el plomo fundido y en prisma formado
Acecharon los pechos de rabiosas cantoras
Que vivieron de mano de Santa Tristeza.
Todo nos deben las manos anónimas
Que nos agenciaron duda y corrompida certeza
De los ruegos gritados entre viento y cemento.
Es que el padre del cielo no cubre con mantos
El odio infinito que provocan sus hijos.
Santa Tristeza, por nada ruegues y cúbrenos.
Nada les debes tú a ellos si ya te quitaron todo