Feminismo

[Vencer el miedo] Machetazo

Dominga Díaz*

Mi testimonio me lo ayudó a escribir mi nieta más chica. Ella sabe escribir y leer bien, yo no, nomás pude aprender a contar los números. Esto que quiero decir pasó hace como 40 años. Yo estaba cerquita de los 32 años, ya había tenido a mis chamacos, todos hombres, pero luego de 10 partos por fin me salió la niñita. La partera me dijo que ya no debía tener más, que la vejiga ya se me estaba cayendo por tanto escuincle. De todos modos yo no quería más, la niña por fin me había tocado.

Mi señor era un peón de Acámbaro que luego tuvo que irse a trabajar para Guanajuato, pero volvía de vez en cuando a darme unos pesos. La milpa que me dejó mi mamá yo la trabajaba con mi hermana, pero ella un día estaba muerta en el ojo de agua que pasaba por atrás de la casa. De más chamaca ella nadaba en el río, yo no me creo que se ahogó por taruga.

Quienes me siguieron ayudando a trabajar la milpa eran mis hijos, bien chiquitos andaban arando la tierra. Mi hermana, que era la más chica, me dejó a su chiquilla, entonces ya tenía yo una hija medianita y una recién nacida. Las primas siempre me andaban diciendo que eran igualitas y yo les daba su comida y les hacía sus vestidos por igual.

Pintura: Tamara Adams

Un día, llegó el viejo, era la fiesta de San Isidro Labrador. Andaban todos matando los borregos para la barbacoa y acomodando las pencas, yo volvía de dejar las flores en la iglesia, mi señor era mayordomo y por eso a mí me tocaba acomodar el florerío. Cuando entré a mi casa, que tenía sus láminas recién puestas, mi niña estaba solita con el perro. Me asusté y lo saqué con una cubetada de agua, yo no sabía si el perro ñango cuidaba a la niña o si se la quería comer. Pero yo había dejado a mi otra chiquilla con ella. Ella era bien entendida, no creí que se haya ido a diablear por ahí.

El perro todo apestoso entró de nuevo, estaba desesperado, salía y entraba, como diciendo habladurías. En eso, entra mi prima y me dice que hacía rato la chiquilla salió a hacerle un mandado a mi viejo. Algo dentro de mí se apachurró. A mi prima la dejé encargada de la niñita, y el perro se vino atrás de mí, pero luego como que él me llevaba más rápido, como si también supiera para dónde teníamos que ir.

En medio de la milpa, la chamaca lloraba, sobre de ella mi señor estaba con los pantalones abajo. Ni sé bien a qué hora fui por el machete con el que le abrí la cabeza, pero ni tiempo le dio de decir nada. La chamaca se fue corriendo para la casa con el perro, le dije que no dijera nada, que dijera que no había visto de nuevo a mi viejo. Que se bañara y cambiara a la niñita y que con mis primas se fuera a la iglesia, que les dijera que ahí yo andaba.

Los mayordomos, a la hora de la ceremonia anduvieron buscando a mi viejo. La celebración empezó sin él, ya de más rato lo encontraron cerca del bordo, fueron unos borrachos que entre tanto pulque y tanta aguardiente ya no supieron a qué hora lo mataron, pero el párroco pronto ayudó a los policías a que se los llevaron a la cárcel. Nunca más un hombre le iba a poner una mano encima ni a mi chiquilla ni a mi niñita, mi machete seguiría cortando la milpa.

Mis hijos, que algunos ya eran grandes, después de eso se fueron al norte, al poco tiempo los más chicos los fueron siguiendo, pero ya nunca más los volví a ver. Y qué bueno. Esos hombres son hijos de un desalmado. Pero mi niña no, mi niña es mi hija, todavía aunque ya sea grandota y tenga a su propia hija. Mi sobrina también es como mi hija, porque era de mi hermana, pero ellos no, ellos son hijos de su padre. Qué bueno que están lejos, qué bueno que no volvieron, pero no quiera la Guadalupana que ellos les hagan lo mismo a otras chamaquitas.

*Seudónimo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

La Crítica