Tengo miedos, y me imagino que tantas de nosotras sentimos semejantes miedos. Hace unos cinco años que una entidad femenina me aconsejó en un terreiro de umbanda que no dijera más la palabra miedo. Hasta allí nunca había pensado en mis miedos con tanta fuerza presencial y después de esa percepción no pude más dejar de verlos.
Con el sol naciente en un signo de aire al que con frecuencia se le atribuye comunicación, alzar la voz con estridencia en círculos sociales que en algún momento frecuenté me ganó enemistades y consejos para «poner menos el pie» y ser «más blanda». Después de oírlos, mi resistencia se quebrantaba, me sentía desgastada y me fui haciendo tristeza y silencio, empezaba a creer en la inconveniencia de mi voz, de mi existencia.
Pero la comunicación como presencia y desafío me acompañaban. Le llevé largos años frecuentando espacios de formación teatral y musical, desde muy joven escribía versos y pensamientos contribuyendo a la construcción de espacios de reuniones y saraus autogestionados. Deseé por un tiempo formarme entre el teatro y el periodismo, dejados luego por las preocupaciones de «estabilidad» que fui estimulada a construir.
En el curso de las cosas me apasioné por la licenciatura, a la que acabé reingresando más allá de la geografía en el antiguo sueño de la comunicación a través de las artes visuales y desde aquí sigo resistiendo a los miedos. Después de casi perder pruebas y en medio de sentimientos de que no sería posible, más fuertes fueron las amigas incitándome a creer en mí.
Me ocurre muchas veces el sentimiento de falta de creencia en mí, el temor y la sensación de que no seré suficiente para enfrentar lo que siento que está por llegar.
En aquellos momentos en que temía no ser aprobada una vez más, días en que sólo sentía insuficiencia de mi corteza raída, seguían tiempos de búsqueda y yo pasaba por selecciones académicas y espacios de inserción feministas. Me sentía aislada y en silencio, alcanzada por una penumbra luminosa que me imagino sólo es posible en las profundidades de las aguas oceánicas, aunque nunca haya estado físicamente allí. Como la Diosa Sulis, que se me apareció en aquellos días en una de las cartas de tarot que leíamos entre nosotras, me percibía tomando fuerza para emerger y respirar, como en aquella imagen de la baraja.
Me sentía conociendo las aguas termales y curativas al comenzar a leer sobre ellas, estas mujeres por las que iba alimentando admiración. Admiración que vendría ampliándose de forma gradual y constante.
Al entrar en contacto con sus textos e imágenes sobre los espacios que promovían de amorosidad entre mujeres, los festivales, las actividades, conversaciones y grupos que organizaban en la seguridad del entre nosotras sentía algo pulsando en mí, que hasta hoy no sé bien dónde, entre el corazón y el útero.
Ellas son las mujeres a quienes escribo hoy, con las que comparto lecturas, debates, ideas y acompañamiento. Compañeras con las que me siento en aprendizaje, cambio, formación y amor. Con ellas vengo aprendiendo a mirar el miedo y a entender que es posible seguir venciéndolo, a mi tiempo puedo y siento que es posible.
Me siento muy agradecida por tantas y tan estimadas amigas que vienen sumándose en esos rumbos de la vida lesbofeminista. Amigas que descubro cada día como enormes diosas de tantos colores, formas, fuerzas, corajes, nados, saltos, vuelos, ecos, voces e inspiración. Con ellas y entre nosotras siento que me preparo y vamos aprendiendo a vencer los miedos.