Nací rodeada de mujeres. Pensaba que eso era algo extraño. A través de sus ojos conocí el mundo que a la edad de 5 años, ya me parecía peligroso. Crecí en un departamento ubicado en la calle de Costa Rica. Desde muy pequeña supe que la Ciudad de México era inmensa, caótica, llena de personas que no siempre tienen las mejores intenciones.
Ambas mujeres fuertes me mostraron que hay situaciones de las cuales hay que cuidarse. Parecía una contradicción. ¿Cómo dos guerreras van a sentir miedo? Definitivamente no lo entendía. Más tarde, me enteré que todos y todas le tememos a algo. Pero en el caso de las mujeres, parece que ese temor paraliza y se vuelve un mantra incuestionable.
-No pases por donde no hay luz.
-No salgas en la noche.
-No vayas sola a la tienda.
-No aceptes regalos de extraños.
La vida para las mujeres parece estar llena de negativas pero también de angustia e impotencia. Parece más fácil ignorar que confrontar porque tampoco sabes como hacerlo. La lucha parece ser un terreno poco explorado por las mujeres a menos que la batalla sea entre nosotras.
Sin embargo, aquello que a las mujeres nos asusta y enoja, la mayoría de las veces, no son otras mujeres sino las acciones de algunos hombres. Las miradas de pies a cabeza, los piropos no correspondidos, el toqueteo inesperado en la vía pública o en la casa, sus etiquetas, sus ataques físicos, sus agresiones verbales. Todas lo hemos sentido. El vecino, el maestro, el amigo, el desconocido. Aquella criatura que crees que es un ente más que adorna el espacio pero que de pronto, se vuelve un monstruo, una pesadilla.
La pesadilla no vive en el mundo de los sueños. Está en el mundo del trabajo, este también en el mundo de la fiesta. La pesadilla se alimenta de temores y de la incapacidad de poner un límite. La furia que vive en una, parece una hoguera que nos consume a nosotras, que alumbra la existencia de la pesadilla. Sin embargo, la frecuencia te incomoda, comienzas a estar harta pero pronto llega la resignación por no saber que hacer. Mucho tiempo me sentí así. Negando la tristeza que habitaba dentro de mí.
La historia de la autodefensa feminista es un camino de desencuentros y retorno a los ideales. La práctica está llena de altibajos y sobre todo, cuestionamientos que apelan a una dimensión ontológica.
Con mucho enojo pero sin saber en ese momento lo que era, seguí. Escuchando comentarios y yo siendo cómplice. -La bonita, la que está buena, la que es nada más para un rato-. Al mismo tiempo sentía culpa porque a veces las miradas se posaban en mí. Por usar vestido, por usar ropa ajustada, por pasar sola frente a un grupo de amigos. El mal que no tiene nombre, pero que todas lo conocemos estaba ahí, acompañándome en la escuela, las calles e incluso en mi casa.
La palabra autodefensa remite a la lucha que se consuma mediante el quehacer cotidiano. Empieza desde que despiertas y a veces ni en los sueños estás tranquila.
Autodefensa porque pediste ayuda y nadie te escuchó. Autodefensa porque parece que no hay respuestas institucionales. Autodefensa porque quieres defender la vida. La tormenta asusta pero sería peor no poder contemplarla ni sentirla nunca más.
Conocí primero las artes marciales. A pesar de traer todo el equipo me sentía débil, incapaz de dar un buen golpe. Seguí entrenando y poco a poco reconocí la rabia y su fuerza.
Golpear porque sabes.
Golpear porque estás ahí.
Golpear nada más.
Golpear y correr, golpear y reír. Lastimarte en cada batalla, notar que yo era mi propia rival. El odio seguía ahí. Entendí mal las artes marciales, causando daños a quienes más quería me di cuenta que era igual a ellos, resolviendo todo con sed de dominación.
Destrozada por dentro pero aún de pie, busqué ayuda de forma desesperada y conocí la autodefensa feminista.
Autodefensa feminista porque las mujeres somos capaces de librar batallas que vayan más allá del cuidado de EL OTRO. Batallas dónde hay amigas y conocidas que tenemos mil historias en común. Donde las mujeres, desde su fuerza, desde el reconocimiento de lo que son capaces y lo que son, también libran batallas. La batalla no sólo es por el espacio público. Las batalla es por la existencia de un nosotras. Nosotras sonriendo, nosotras sin miedo. Nosotras danzando en el antro o en nuestras casas sin temor a nada.
De la mano con la autodefensa conocí los espacios de mujeres para mujeres. Donde escuché narrativas casi idénticas a las mías. Entre experiencias compartidas me sentí acogida y reconocí que antes de asumirte como fuerte, necesitas ser consciente de tus dolores y contradicciones.
Autodefensa feminista significa hoy para mi una batalla que a veces se libra sin golpes, sin gas pimienta o navajas. Autodefensa feminista son redes entre mujeres, es confianza en una misma y tus herramientas. Es caminar con seguridad sola y en compañía, es hacer alianzas y compartir lo que sabes. Autodefensa feminista es reconocer que tú y otras mujeres están llenas de vida y fortaleza. Ni débiles, ni calladas, ni sumisas, ni objetos de placer, ni indiferentes.