Feminismo

Seguir caminando- Paola Becerra

Por Paola Becerra

Se nos ha enseñado a platicar, pactar, acordar y negociar TODO: regateamos costos, organizamos trueques, vendemos nuestros servicios e incluso damos chance de que nos queden debiendo. Pero en cuanto se trata de relaciones sociales/sexuales/románticas nadie sabe lo que fue, hasta que ya fue. Existe un tabú al hablar de lo que queremos, a quién queremos y cómo le queremos.

Tengo 26 años, me relaciono con parejas sentimentales desde los 15 años y en mi familia herméticamente religiosa y cultural no se habla nada de sexo ni amor hasta que ponen las pelis de Disney o ya tienes 25 y ya estás “quedada”. Los roles en mi familia están claramente marcados, los “deberías” nunca faltan en las conversaciones de los domingos y su tópico favorito es sobre si mi feminismo es adecuado o no, o si estoy malentendiendo mi propia libertad: “como que ya te estás pasando, ¿no?”.

Mi primera pareja fue un hombre 10 años más grande que yo, para mi buena fortuna era un chico bastante inhibido y nunca me forzó a hacer o sentir algo que yo no quisiera, aunque tampoco lo que sí quería. No quiero alimentar prejuicios, pero la realidad es que el chico era tan condescendiente, tan poco atento y hasta cierto grado aburrido que terminó por cansarme y así, sin decir nada, simplemente dejamos de buscarnos y de escribirnos, podría decir que seguimos siendo pareja hasta ahora. Decidí que eso de las parejas era complejo y confuso y que prefería no involucrarme en esas dinámicas.

Es debido a esto, a mis dinámicas familiares y experiencias previas, que mi proceso de emancipación se dio hasta que me alejé de casa para estudiar la universidad, no fue un proceso seguro, digno, ni sano al inicio, tropecé mil veces, me contagié otras tantas y tuve que comprar algunas pruebas de embarazo, ¡a la madre, cómo me equivoqué! -pero cómo me divertí también- no me arrepiento de nada, pues “de no ser por todo eso, quizá no habría llegado a ser ni tener lo que ahora tengo”. Yo no era lo que socialmente se considera como una puta, pero los amigos sabían que podían contar conmigo.

La posibilidad de salir con mujeres no estaba del todo descartada pero prefería no involucrarme en prácticas aún más confusas o dramáticas, “las mujeres somos muy dramáticas”, ahora puedo darme cuenta de que tan sólo era un bloqueo.

Fue hasta los 24 años que me cayó el veinte, nunca había tenido un orgasmo –que no fuera conmigo misma-, nunca me habían preguntado “¿qué quieres que te haga?”, “¿está bien así?”, “¿no te estoy lastimando?”. Todo era tan automático que no daba chance de repensar nada y ya después mejor me ocupaba de lo que hubiera que ocuparse. Siempre ambas -o tres- partes estábamos de acuerdo en que queríamos algo entre nosotrxs, pero no quedaba claro qué ni cómo.

Más o menos para el mismo tiempo, en que me pensaba y repensaba más sobre lo que quería y cómo lo había estado llevando a cabo, es que decidí darme un chance con las mujeres, fue de las primeras veces en las que se me preguntó si todo iba bien: ¡Todo iba muy bien! Fueron algunas chicas, entre otros chicos y otres chiques.

Cuando pude despojarme de las etiquetas y prejuicios es que comencé a disfrutar-me. Hubo una chica en particular, con esta chica decidí lanzarme, decidí que no podía sentir miedo si se sentía tan bien, fue la primera vez que me dejé -no llevar- fluir, fluir y desbordar de amor y de placer, hacer lo que sentía y -no quería- queríamos. Acordamos pasarla chido, respetar las decisiones y momentos de la otra, hablar siempre todo, y luego, ella se fue, pero se quedó.

Así fue como también tuve mi primera relación a distancia, cosa que siempre me había parecido como de broma, como cuando a los 12 tenías a tu “novio por Internet”, pero ésta se sentía real. De una u otra forma, lográbamos vernos entre periodos cortos que se sentían largos, pero valían toda la espera. Cuando me di cuenta de que ya éramos una relación, y una a distancia, me asusté, me asusté mucho. Armamos –armé- un contrato en donde se pudieran apaciguar mis miedos, tenía miedos con relación a si yo la cagaría, a si yo no podría hacerla sentir los suficientemente bien a la distancia.

El contrato se construyó y reconstruyó al menos unas dos o tres veces, nunca me sentí del todo segura a decir verdad, siempre sentía que estaba dejando algo de fuera, pero no sabía qué, decidí seguir, cerrar los ojos y amar, pero con todos los demás sentidos bien alerta. A veces, cuando subimos a un juego mecánico asumimos que cerrando los ojos da menos miedo, la realidad es que se siente más fuerte y pues en este caso me terminó gustando más, hasta el punto que me armé de valor y decidí seguir, pero ya con los ojos abiertos.

El contrato ha evolucionado casi hasta el punto de no existir, se ha resumido en dos cláusulas: respetarnos y amarnos entre nosotras y a nosotras mismas. Amor libre le llamamos, planeamos estar juntas mucho rato, pero, sobretodo, queremos autorrealizarnos, apoyarnos en nuestros procesos individuales, es todo bien complejo, me cuesta describir cómo nos sentimos y pensamos, pero puedo sonreír e intentar con eso explicarlo.

No muero por ella, quiero que esté siempre bien, quiero poder hacerla reír y disfrutar los momentos juntas, no la extraño hasta que duele, pero preferiría compartir mis días con ella, no sé si vamos a estar juntas “para siempre”, pero mientras estemos juntas quiero que sea intenso y delicioso.

No sé qué ha cambiado en mí o si con ella me permití ser yo misma, creo firmemente que el amor no cambia a las personas, pero sí creo en que las personas nos ponemos barreras enormes por miedos e inseguridades, pero cuando confiamos en nosotras mismas y en que la persona o personas con las que nos compartimos recibirán esa compartición con amor y respeto, pues puede que todo se vuelva un poco más fácil.

Me gusta que con ella el proceso no se acaba, que puedo seguir deconstruyéndome, a veces me da miedo voltear atrás y ver que la he cagado mil veces, pero está chido tomar su mano y seguir amando y andando.

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La Crítica