Por Argelia Rodríguez
Yo tengo formas redondas y lisas. Me crece vello en las piernas y en la cara. Mi pelo en la cabeza es grueso y rebelde, dicen las estilistas. Crespo y dócil dicen otras. Algunas se incomodan con la herencia negra de sus ondas grandes y liberadas. Ahora mi cabello es blanco porque no quiero teñirlo. Me gusta a mí. Pero cuando otros me dicen señora o abuelita me aprietan las ganas de correr a la farmacia por el tinte.
Mis piernas son como las de la abuela, morenas y bonitas, pero con pelo. Los tuve que quitar cuando un novio me regaló aquella depiladora que masticaba con resortes mi piel dolida. Las dejaba como de seda. Ni hablar, no era consciente del dolor, sólo de la necesidad, disfrazada de gusto, de sentirme aceptada por el otro. Mis hermanas y mi madre expropiaron el aparatejo, acariciábamos en secreto abierto nuestros deseos de SER OTRA, sin pelo.
Luego vino el molde de la TV para ser como “esas otras”, niñas blancas de clase, de gimnasio, de la cuadra, de la familia, de la telenovela, de la peli, del video, de revista. El pelo lacio y castaño como requisito para encajar entre nosotras. Con mucha nalga y senos grandes como agregados. Entonces intenté mirarme en el espejo, pero siempre me veía desenfocada. Así que comencé a teñirme el pelo desde “Mis XV”. Para hacerme ver un poco grande colorearon mi cabello de castaño (aunque era castaño oscuro), lo enchinaron (aunque es ondulado) me depilaron la ceja (aunque es delineada) me subí en los tacones (aunque soy alta), me compraron un sostén con varillas (aunque mis senos son redondos). Pero a caminar con miedo.
He redactado mi línea de vida y en muchos momentos (más de tres) aparece la palabra “rapto” y entonces fui consciente del miedo que he tenido al caminar sola en una calle oscura, o al estar rodeada de hombres en un bar. Por el simple hecho de saberme mujer. Mujer=riesgo, rapto, violación, incesto.
Después la relación de placer conmigo fue cambiando. Desde que me fui a vivir sola a los veintidós comencé un largo y continuo camino por hacerme “cargo de mis deseos, responsabilidades, gastos y gustos”. Sin duda valió mucho la pena, porque tuve mi vida en mis manos. Sin embargo, eso no me salvó de la necesidad de sentirme aceptada corporalmente, seguía expuesta y vulnerable por buscar en la aprobación del otro el amor y cuidado que necesita mi cuerpa. Afortunadamente las mujeres me han acompañado desde su hacer en el feminismo, desde la psicoterapia, desde la amistad, desde la academia, desde el trabajo, desde la hermandad. Siempre haciendo un espacio seguro y colectivo para mí, para nosotras, las reales, las de pelo en piernas.
Poco a poco he ido aprendiendo a alimentarme bien y mejor, llevarme al médico, conocer lo que necesito para sentirme bien en mis emociones, en mis relaciones y soñar con lo que quiero. Pero a veces me desenfoco otra vez, y vuelvo a tocar mis piernas, mi pelo, mis senos tal y como son. Y vuelvo a comenzar como en una espiral, como en un movimiento que va y viene, pero hacia adelante. Es todo un reto sentipensarme tal y como soy.