Imaginé que sería un proceso difícil. Eso de verme a mí misma es algo que no suelo hacer porque puede resultar doloroso, porque suelo ser dura conmigo, terminar frustrada y enojada. Nunca analicé qué cosas me marcaron en lo emocional, qué recuerdos, comentarios, vivencias e imágenes marcaron mi cuerpo.
Verme al espejo me daba pánico, aún más ver una cámara que se dirigiera hacia mí, incluso tomarme fotos me parecía ridículo, una cosa de vanidad, pero tampoco me sentía digna de ello, no me sentía digna de tomarme una foto, mucho menos de mostrarla.
Este ha sido un viaje entre el que voy y vengo. Tuve y tengo que devolverme al pasado para entender en dónde y cómo perdí mi confianza. A veces, son viajes duros, tristes y dolorosos. Me di cuenta de que, si algo había aprendido toda mi vida, era a no quererme y a rechazarme.
De pronto me sentí débil, porque escuché comentarios del tipo: “que no te importe lo que te digan”, aunque es difícil cuando te importa porque viene de las personas que quieres y me di cuenta de que esa herida y esas huellas se quedaron en mi cuerpo de una manera más profunda.
Por eso, el principio de este proceso fue complicado y hasta apenas unos días no me di cuenta de la valentía que se requiere para recuperarse y amarse. Ese es nuestro mayor acto de rebeldía y resistencia: amarnos.
Nos quieren perfectas y, si no los somos, habrá que odiarnos. Cuando me di cuenta de eso me dio rabia y quise mirar todas esas partes de mí que rechacé, que traté mal y que quise cambiar. Tuve que mirarlas de cerca y fue incómodo, doloroso, pero poco a poco empiezo a entender que no me puedo desfragmentar, que esta soy.
Soy mis piernas, mis brazos, mi panza, mi nariz, mis labios, mis manos, mis pechos, mi vulva, soy todo y ahora las puedo mirar al espejo. Mentiría si dijera que puedo observarlas todas las veces, sigue siendo un proceso dejar de tocarme o mirarme con desdén para empezar a hacerlo con amor, brindarme caricias y sentir mis heridas para poder, al menos, comenzar a curarlas.
Otro reto fue mirar hacia el lente, dejar de esconderme, dejar de sentirme intimidada por una cámara. Lo hice desde el juego y la exploración y me sentí como niña de nuevo. También recuperé mi espíritu creativo, que en mi cotidianidad queda sepultado entre archivos digitales, juntas inútiles y paredes grises.
Me voy dando cuenta que recuperarme puede ser doloroso al inicio, pero cuando llega la luz es divertido, acogedor y me puedo dar cuenta que mi cuerpo tiene tantas posibilidades, tiene tanta historia y se puede expresar de tantas maneras, colores y con tantos contrastes.
Este proceso, además, me ha brindado más consciencia, mayor sensibilidad y una mirada más perspicaz, no solo sobre cómo me veo, sino también con lo que veo e influye en mi mirada. En lo personal, aún me falta mucho por trabajar sobre mi racismo y colonialismo interiorizado, dejar de “blanquearme” y reconocer mis tonalidades como válidas y bellas para mí.
También siento la necesidad de retratarme, no para una foto de perfil donde tenga que sonreír, pero sentirme mal en privado porque estamos acostumbradas a no mostrar nuestros sentimientos. Tengo la necesidad de capturarme en momentos de mi vida que son clave y, tal vez, no todos sean felices, no en todos tengo que sonreír, porque soy depresiva y melancólica, así soy.
Sufro de mucha ansiedad y tengo episodios de mucha oscuridad donde voy de un extremo a otro, pero esa también soy yo. La fotografía me ha ayudado a mostrar todas esas partes de mí.
¿Qué diferencia veo entre una fotografía mía del pasado y las de ahora? Me conozco y ahora acepto que mostrarme no debería darme vergüenza, no me debería avergonzar mi cuerpo que ha resistido y cada parte que lo constituye es importante.
La foto es una herramienta política, yo tengo el control, yo decido cómo me veo y cómo me muestro, porque voy a empezar a reconocerme a través de la fotografía para ir sanando todas esas heridas y grietas que atravesaron del interior al exterior.
Mirarme de cerca es necesario para curarme, para seguir luchando y resistiendo, para continuar en el muy difícil recorrido de amarme sin ningún “pero”, sin pensar que si tuviera o no tuviera esto o aquello me sentiría más satisfecha; porque soy suficiente, porque no necesito, ni quiero encajar en sus estereotipos, en sus cánones violetos, cuadrados, limitados y paupérrimos.
Siempre he sentido que no encajo, pero ahora me doy cuenta de que está bien no encajar y no buscar la validación de este mundo machista, patriarcal y violento. Eso que siento en el interior y que ahora grita, se mueve y crea, vive en este cuerpo que es más que solo carne y huesos. Habito ahí, surjo de ahí y es mi primer lugar seguro… Mi hogar.
Quisiera decirle a mí yo de 10 años, de 14 años, de 16 años, de 22 años, de 25 años que un día lo verá. Se rodeará de mujeres maravillosas y verá que está bien ser ella. Me gustaría abrazarla y decirle lo bella que es, decirle que no va a ser fácil, pero que siempre encontrará la fuerza para continuar.
Está bien ser tú, está bien sentir todo, así como lo sientes, al máximo, está bien llorar, está bien reír y estás bien tal y como eres.
*La serie de fotografías se llama «Sanando «y es el resultado de un proceso sobre amor propio y recuperar mi mirada. Quise retratar mi siempre dualidad y el dolor que me causaron tantas heridas internas y que trasladé a mi cuerpo. El desafío que fue mirar a la cámara, enfrentar mi miedo a mí misma y encontrar de dónde vendrá mi fortaleza, de mi voz, mis pensamientos, de lo que resisto, lucho y sueño.
*Este texto es resultado del curso «En busca de mi autorretrato feminista» impartido por Valentina Díaz en Ímpetu Centro de Estudios, A.C