Por Susana Rodríguez
Su vista no era precisamente la de un platillo apetitoso, pero todas en esa casa juraban que aquello que estábamos a punto de comer era algo de lo más delicioso y tradicional de la cocina de la abuela: un picadillo de semillas.
Sin ser vegetarianas, la herencia culinaria de la familia de mi mamá siempre estuvo alrededor de las semillas, las legumbres, los vegetales y una que otra vez alguna pieza de carne. El momento de la comida y el alimento en sí mismo es para nosotras -mi abuela ya muerta, mis tres tías, mi mamá, mi hermana y yo- una extensión del espacio seguro para estar, convivir y una manera de vincularnos con las otras.
En la casa de la abuela había muchas manos dispuestas a preparar, pero las tardes de fin de semana la matriarca mayor era quien preparaba y todas dábamos por hecho que el platillo sería delicioso y algunas veces de aspecto extraño, como es el caso del picadillo de semillas.
Hubo un momento al principio en el que pensé que estaban preparando mole, pues tenían a la mano varios de los ingredientes que se utilizan para este platillo, sin embargo, pronto me di cuenta que no. El picadillo de semillas tiene una consistencia granulada y acuosa, es “masudo” pero no se vuelve inmasticable; su color amarillo es a veces muy parecido a la mostaza y otras veces más claro, su sabor mmmmm un regalo de las diosas hecho a base de semillas de calabaza.
Para las aproximadamente siete mujeres de la familia que somos, la cantidad de ingredientes es la siguiente: un cuarto de semillas de calabaza, un chile pasilla negro, un poco de cebolla y ajo picado, un tomate verde, pimienta y sal. En casa de mi mamá son de “poco” comer.
Por la cantidad de ingredientes, el picadillo pareciera algo relativamente sencillo, pero sólo quienes dominan el arte de los olores, los sabores y las texturas hacen el mejor picadillo de semillas, mi abuela era de una de esas mujeres.
La preparación comienza al poner aceite en una cacerola para dorar o asar las semillas y el chile pasilla que después se abre para limpiarlo. Enseguida se licúan hasta que las semillas queden martajadas.
Mientras estos dos ingredientes se fusionan, en otra cacerola se sofríe la cebolla, el tomate, el ajo, la pimienta y la sal.
Para ese momento la casa ya huele delicioso, una parte de las mujeres de mi familia están en la cocina para ayudar en la preparación o simplemente hacer compañía, el resto están compartiendo las historias, esas que nos unen a unas con las otras, mientras esperan a escuchar el clásico grito: ¡A comer!
Por último, en la misma cacerola donde se frió el recaudo, se sirven las semillas licuadas con el chile y de preferencia se le agrega un poco de caldo de pollo para darle una mejor consistencia y sabor. Se deja hervir por un rato hasta que todo se cuece.
El picadillo quedó, los platos se van sirviendo, el comal ya está bien caliente y las tortillas empiezan a pasar de mano en mano. Todas las mujeres de mi casa están en la cocina, el espacio es pequeño, pero nos gusta comer así, juntas, reírnos, decir lo delicioso que está el picadillo y al final hacer la sobremesa.