Por Estela Mora*
Todos los días elijo subirme a los vagones de mujeres. Aquí en la Ciudad de México hace muchísimo tiempo que separaron apenas un par de vagones para uso exclusivo de las mujeres ante las cifras de acoso sexual en el transporte público, y la medida ha funcionado porque los agresores son hombres, y al alejarlos de las potenciales víctimas, el ambiente que se vive en los vagones de mujeres es lo más alejado a la violencia sexual. Por supuesto que esta medida no puede venir sin críticas de los agresores. Así que por lo general ni autoridades ni policías respetan esta medida pues les parece una exageración, a pesar de que lleva muchísimos años en función, así que son poquísimas líneas del metro en las que alguien vigila que esto funcione, y si funciona, solo sucede en un par de horas en la mañana y en la noche, o solo en un turno, el resto del día el metro es mixto. De todas formas cuando miro una valla y solo mujeres esperando el metro de ese lado, siento una especie de paz y siempre elijo subirme a los vagones de mujeres: siempre.
No solo los hombres se han quejado de la medida, también están algunas feministas que viven preocupadas por los hombres y se desviven por atenderlos, a quienes les conocemos como heterofeministas, quienes han criticado sin cesar la medida porque les parece que no atiende el problema de “fondo”, así que se empeñan en criticar la separación y en una de esas hasta defienden a su novio en el vagón de mujeres, «protegiéndolo» de los reclamos de las usuarias -bien justificados- que piden respeto por el espacio exclusivo de mujeres; aunque por lo general también es cierto que la mayoría de las grandes críticas heterofeministas ni viajan en el metro, lo ven como un transporte para la clase trabajadora y no están dispuestas a vivir tan “retrógrada” realidad donde las mujeres viajan en el subsuelo y deben defenderse de los varones. ¡Qué risible la ceguera de la pequeño burguesía que creen que no viven en un patriarcado en su universidad o en su casa en la condesa! Yo como no soy heterosexual ni me desvivo por los varones, y además pertenezco a una clase económica que se paga a duras cuestas la comida, la medida me parece maravillosísima, es una falla del sistema, no debía ser así ni debía encantarme, pero funciona y me gusta, a pesar de que no era la intención de quienes promovieron esta medida de que una separatista se sintiera feliz.
Yo no quiero hombres cerca de mí, esos seres asquerosos que viven a costa del trabajo de las mujeres, seres repugnantes, vomitivos, que van con ru ropita lavada por una mujer, que han comido porque una mujer les sirvió la comida. Yo no quiero viajar con esos violadores normalizados que creen que su pene es el centro del universo y que llaman relación sexual a toda violación que cometen. Esos malditos agresores sexuales que creen que acoso es halago, que tenemos que agradecer sus opiniones sobre nuestro cuerpo, que creen que debemos emocionarnos porque nos ven como cuerpos a su disposición, que creen que tenemos que dar las gracias porque nos agreden sexualmente. Esos imbéciles golpeadores que todo lo resuelven con su asquerosa actitud de jefes enojones, sus manotazos al aire, con sus puños cerrados en nuestros rostros, en nuestros cuerpos. Esos agresores que saben lo mucho que nos hieren con sus palabras, y por eso lo hacen, diciéndonos que no somos suficientemente guapas, delgadas, inteligentes, que nos comparan con otras mujeres para ellos seguir siendo el centro del mundo y nosotras las enemigas que buscan la atención del macho. Esos imbéciles ladrones de trabajo de las mujeres, que se quedan con el crédito del esfuerzo de las mujeres, con sus tesis, con sus palabras, con sus ideas, con sus análisis, con sus invenciones, con su creatividad, con sus negocios, con todo su trabajo. Esos déspotas que dictan órdenes sobre cualquier mujer, que la tratan como incapaz, que la tutelan, que la menosprecian, que la humillan, que se burlan de nosotras con sus chistes misóginos, con su actitud violenta pasivo agresiva. Yo no quiero viajar con hombres, no quiero convivir con hombres, no quiero estar cerca de hombres, y con esto quiero decir que no quiero codearme con potenciales feminicidas y feminicidas.
Cuando digo esto pasan dos cosas. Primero viene algún hombre de esos que tienen cuentos fantásticos inventados por su diminuta mente patriarcal a contarme que fue tocado sin su consentimiento por una mujer; y segundo, viene también alguna persona lesbofóbica a decir que las lesbianas son peores que el peor hombre del planeta y que se la pasan acosando mujeres. Bueno, quizá haya algún par, ya ven que siempre hay excepciones en todo, digamos que podría ser, pero no es la generalidad y sabemos que esa no es la realidad en que estamos viviendo: no, ese no es el contexto donde vivimos. Las mujeres NO estamos saliendo asustadas de nuestras casas y cuidándonos en las calles de que alguna mujer nos viole o nos asesine y no pasa porque sabemos de sobra que los agresores son los hombres ¿o aquí se nos olvida que cuando caminas por una calle oscura por la noche y viene un hombre caminando frente a ti lo que sientes es miedo de que te viole o te asesine y que no sientes lo mismo si viene caminando una mujer? Y no es porque crea que las mujeres somos «la virgen maría» o «las más buenas por naturaleza», como se burlan de nosotras las heterofeministas cuando hablamos de sistema patriarcal, es porque hemos sido educadas diferente, hemos sido educadas para servir a los hombres, para guardar silencio, para no saber defendernos, mientras que ellos fueron educados para apropiarse de nuestros cuerpos, de nuestras vidas, para asesinarnos el día que se les de la gana.
A mí me encanta ir acompañada de otras mujeres en los vagones de mujeres, jamás, pero jamás, en ningún vagón de mujeres alguna de ellas me ha agredido sexualmente, jamás, pero jamás, me han dicho cosas sobre mi cuerpo. Lo que yo veo todos los días son un montón de mujeres ayudándose a entrar a los vagones. Lo que yo veo es un montón de mujeres de rostros cansados, puntuales para su trabajo, preocupadas por sus hijes, por los esclavizadores de sus novios o esposos. Algunas veces me han tocado conatos de violencia física, explotan entre ellas porque no pueden explotar contra los hombres, esa violencia no es comparable con la violencia feminicida que ellos ejercen contra nosotras, los conflictos se resuelven luego de un par de gritos y acaba tan pronto cuando las demás piden silencio y respeto para el espacio compartido. El viaje sigue, las escucho hablar de los imbéciles de sus esposos y sus jefes, ellas se dan ánimos, se apapachan con palabras, se dicen que son bonitas, se ayudan con sus bolsas y mochilas, se dan consejos para Mateo que no para de llorar en la escuela o Fanny que está empezando a llegar tarde de la escuela. Se escuchan, se ríen, incluso me han tocado vagones llenos de conversación colectiva, una señora que le dijo a la otra y otra se le unió y a su vez otra. Es que es innegable, vamos seguras, vamos solas, no hay un hombre cerca que nos escuche ni que nos vaya a tocar, son vagones de felicidad.
Me encantan los vagones de mujeres.
*Pseudónimo