Por Montserrat Pérez
Cada cierto tiempo borro de mis redes sociales gente a la que le tengo aprecio en el mundo real porque les parece muy gracioso compartir imágenes de mujeres gordas en las que se burlan de sus cuerpos o porque repetidamente muestran disgusto o asco por las cuerpas gordas. Es que es un chiste, dicen, pero en realidad es odio. Un odio que también está dirigido hacia mí, su amiga la gorda.
La gordofobia se podría definir como el miedo o desagrado por las personas gordas o por la gordura en general. Las mujeres la experimentamos desde que somos niñas. Nos dicen por todas partes que debemos ser delgadas, que debemos comer poco, que debemos consumir productos light, que eso nos hará «bonitas». Yo no puedo ya ni contar las veces que me han dicho que tengo «una cara muy bonita», pero que sería muy guapa si bajara de peso. Me lo han dicho profesionales de la salud, familiares, amistades y hasta personas desconocidas en las calles y los gimnasios. Y sí da terror, generamos un terror hacia eso que no queremos ser.
Muchos años mi principal objetivo en la vida era ser delgada, verme como querían que me viera, tener un vientre plano, pero claro, manteniendo los senos grandes que me cargo y el trasero, quería que se me notaran los huesos de ciertas partes del cuerpo, que se me borraran las estrías, que la celulitis de mis piernas desapareciera, quería ser, pues, otra mujer.
Ahora pienso en todo el tiempo, energía, dinero y hasta salud que perdí por querer algo que no soy ni seré. Pienso en los años que pasé mucha hambre porque no quería comer para no engordar, en el dolor de las fajas que apretaban mi cuerpo adolescente, la taquicardia de las pastillas para adelgazar que fueron un preludio a mis ataques de ansiedad sin que lo supiera. Pienso en cómo cada kilo que perdía lo veía como un regalo precioso de mí para mí y cómo llegué a perder hasta 10 kilos en un mes «cuidándome». Igual mi cuerpa no se veía como las mujeres de las revistas o la televisión. Igual no era otra y por más que cambiaba encontraba algo que aún tenía que modificar.
Comencé a cuestionarme ese odio a mi propia existencia a través de algunas YouTubers gordas con las que me topé a finales de la preparatoria. Ellas me salvaron de muchas formas y yo devoraba los videos en los que contaban experiencias similares a las mías, incluso cómo llegaron a contemplar el suicidio por la violencia que se ejercía hacia su existencia. Aún no era feminista, pero empecé a perderle miedo a ciertas cosas, como ir a la playa o ponerme ropa que mostrara mis brazos o mis piernas cuando hacía calor.
De todas formas en la universidad caí de nuevo en las dietas y el ejercicio de manera obsesiva, porque sentía que no debía perder mi estilo de vida «saludable» y no quería ser tan gorda como lo había sido en la primaria. Ése era mi grandísimo terror, regresar a como era. Y, ahora sí, llegó el feminismo. Y las feministas gordas. Con cada lectura y amiga feminista nueva que conocía, iba cuestionándome por qué y para qué deseaba esa delgadez. Las veía tan contentas con sus panzas, con sus piernas gruesas, con sus brazos libres durante el verano.
Empecé a leer las experiencias de feministas gordas, el surgimiento del «movimiento gordo» y la importancia que tuvo en los años 70′. Me sumergí en un mundo en el que mi cuerpa no estaba mal, ni era asquerosa. Simplemente era. Y es que una mujer que no quiere desaparecer y no necesita de la validación masculina para amarse, es una mujer peligrosa. Una mujer que ocupa espacio reta las concepciones patriarcales que nos obligan a hacernos pequeñas, a darles a ellos el lugar de la visibilidad. Me da risa actualmente que en el metro a quienes miran feo por ocupar espacio es a las mujeres gordas y no a los increíbles varones acróbatas con sus piernas abiertas como para darles una medalla de oro en split horizontal. Ellos sí pueden usar dos o tres lugares.
Está permitido burlarse, señalar y maltratar a las mujeres gordas, como si ese fuera su escarmiento por no ser «deseables», o por no estar «sanas», ay, Montse, pero es que la salud y no se puede promover la obesidad, ¿qué no ves que es una epidemia y una plaga? No, nosotras no somos ni epidemia ni plaga ni síntoma de un carajo. En todo caso, si sí fuera una enfermedad, ¿por qué tendría permiso la gente de burlarse o hacer juicios al respecto?
Si van a cuestionar los temas de salud, (no voy a adentrarme más en este punto, existen los buscadores como Google y pueden sólo escribir: «gordofobia» y les van a salir muchos recursos, si es que les interesa, si no, pos no), ¿por qué no cuestionan todas las porquerías que se consumen diariamente? ¿Por qué no cuestionan las industrias de la «salud» que literalmente quieren deformarnos los órganos con sus fajas elásticas y sus corsets que parecen salidos del siglo XVII? ¿Por qué no exigen que se eliminen todas esas pastillas para adelgazar en forma de suplementos que lo que hacen es matar a las mujeres? ¿Por qué no exigen que se deje de producir alcohol o cigarros o alimentos llenos de plagicidas? Y, por otro lado, ¿qué más les da?
Esa falsa preocupación por la salud de personas desconocidas es precisamente eso FALSA. Lo que hay es un odio profundo a la existencia de las mujeres gordas, que se agrega al odio ya existente por ser mujeres simplemente. Eso de fotografiar mujeres sin permiso para después exponerlas en redes sociales o medios de comunicación como ejemplos de lo que no se debe hacer es una forma de acoso, de violencia que por supuesto que daña. Y, sí, si te dan mucha risa esas cosas, no me quieres, me odias y yo no quiero tener relación con alguien que me odia.