Feminismo

[Opinión] Son ustedes unas mujeres de fe

Por Itzel Danae MD

«No lo escribí para ahondar divisiones sino para animar a las feministas heterosexuales a analizar la heterosexualidad como institución política que debilita a las mujeres, y a cambiarla. Esperaba también que otras lesbianas percibieran la profundidad y la amplitud de la identificación con mujeres y de la vinculación entre mujeres que han recorrido como un tema continuo, aunque yerto, la experiencia heterosexual, y que esto se convertiría en un impulso cada vez más activo políticamente, no sólo en una ratificación de vivencias personales. Quería que el artículo sugiriera tipos nuevos de crítica […] y que, al menos, esbozara un puente sobre el hueco entre lesbiana y feminista. Quería, como mínimo, que a las feministas les resultara menos posible leer, escribir o dar clase desde una perspectiva de heterocentrismo incuestionado»

Adrienne Rich, sobre su texto Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana

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Según el diccionario, la fe es el buen concepto y confianza que se tiene de alguien o algo, conjunto de creencias que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública, palabra que se da o promesa que se hace a alguien con cierta solemnidad o publicidad.

Tenemos fe en lo que no vemos pero algo nos dice que existe, en algo sobre lo que no tenemos certeza pero que consideramos posible, en lo que mantenemos expectativas o hacia lo que aspiramos, en lo divino o místico, o en lo que deseamos pero en el fondo sabemos que tiene muchas probabilidades de no ocurrir.
Dentro de los espacios lésbicos y los espacios feministas que he conocido, al principio fue toda una revelación darme cuenta de que no todas las lesbianas son feministas, que no todas las feministas son lesbianas, y que no todos los espacios que se abren para el feminismo son conformados por feministas.

Sé que cada una tenemos una historia distinta y hablamos desde lugares diversos. Incluso entre lesbianas feministas, cada una sabemos a qué llegamos primero: al feminismo, al lesbianismo, a la lesbiandad. Lo que sí creo es que en el camino vamos conociendo las coincidencias y divergencias entre ser lesbiana y ser feminista y, en el escenario más afortunado, nos hemos apropiado de los puntos de encuentro de ambos.

En cualquier caso, creo que cuando se entienden desde sus raíces las cuestiones que aborda el feminismo, son varias las oportunidades para darnos cuenta de que quedarse en la heterosexualidad nos deja exactamente en las mismas trampas de los sistemas patriarcales de opresión que el feminismo identifica, cuestiona y deconstruye. De varios modos, las reflexiones que propone el feminismo eventualmente conducen al lesbianismo y viceversa.

A pesar de que estamos rodeadas de heteropatriarcado, paradójicamente la heterosexualidad de pronto pareciera un mundo lejano con cuyas prácticas no se puede articular cuando se vive desde el feminismo. No solo por la belleza y la fuerza, como dice Rebeca Lane, de convivir, aprender, compartir, coincidir y divergir entre mujeres, sino también por el poder político que cobra el hecho de decidir el ejercicio de nuestras alianzas, nuestros afectos y nuestra sexualidad con mujeres. Me sorprende un poco que no todas las mujeres feministas en quienes he encontrado certezas, claridad y convicciones, nos hayamos ya dado cuenta de eso de forma consistente.

Cada vez que conozco a una feminista heterosexual, a una feminista que tiene un novio, o a una feminista que no tiene relaciones afectivas pero sí relaciones sexuales con hombres, me confundo y pienso que entonces me hace falta entender en qué se funda su enunciación de feministas.
No deja de sorprenderme que mujeres que actúan, participan y generan espacios feministas, sigan manteniendo relaciones afectivas y sexuales con hombres en general, o que tengan muy a la mano la serie de justificaciones con las que explican cómo ellos no son machos, cómo renuncian a sus privilegios, como no les gritan, cómo les conceden libertades, o cómo son feministos, y otros modos de adularlos a ellos y sus experiencias con ellos, antes que a una compañera suya o sus experiencias con una compañera suya.

Algo tendrían que decir sobre esto las feministas que remarcan la existencia de mujeres machistas y de lesbianas patriarcales, y que aseguran que convivir con ellas, mujeres, no es muy diferente que convivir con hombres, aun cuando ya sabemos que las formas de violencia y dominación estructurales y sistémicas que puede ejercer un hombre no son las mismas que podría ejercer una mujer.

Las últimas veces que he hablado con mujeres feministas heterosexuales sobre incluir, defender y adular a ciertos hombres cercanos a ellas y no, han terminado viéndome un poco con cara de que no entiendo nada de la vida. Y debe ser que sí, que cada vez entiendo menos de la vida heterosexual.

En los espacios feministas físicos y virtuales donde se permite que participen hombres, he escuchado y leído que se dicen o postean mensajes como: «Hola a todOs…», «Comparto el archivo para que todOs lo vean…», «…para que todOs estemos de acuerdo», etc. y no puedo evitar pensar que el hecho de que eso ocurra en un espacio que se enuncia feminista es un chiste que se cuenta solo. Además del masculino genérico, reina la paciencia, la condescendencia y el servicio de mujeres organizadoras incluyentes hacia hombres receptores incluidos.

También he notado que la participación de los integrantes hombres se basa en mirar/escuchar, y en poner sobre la mesa temas que proponen pero no analizan, o compartir links que parecen intentar 1) provocar o 2) que les den ya hecho el trabajo de reflexión: «A ver, esta nota sobre la crisis de la masculinidad y los «nuevos hombres». ¿Qué opinan?»

Ante los índices de feminicidios y violaciones, que son la cúspide de las expresiones de violencia hacia las mujeres, y las circunstancias en que ocurren; pero también de otras expresiones de violencia como el hostigamiento callejero, la violencia ginecológica y obstétrica, la tolerancia e impunidad institucional, la ineptitud legislativa, las humillaciones en el ambiente laboral, el lenguaje sexista, la omisión, la invisibilización, las dinámicas de convivencia cotidiana en espacios obligados para muchas como el transporte público o las oficinas, etc.; ante la avalancha de casos, de evidencias y de análisis de fondo del origen de estas situaciones de desventaja, el sentido de inclusión que algunas feministas tienen hacia los hombres de pronto me parece a estas alturas incomprensible.

Una compañera alguna vez dijo a una compañera incluyente: «Es que tenemos ante la vista un velo de igualdad que nos impide darnos cuenta». Tenía razón. Cada vez que alguien diferencia, la sociedad nos avasalla con estos discursos de que No, no se trata de supremacías, sino de igualdad. No se trata de criticar, sino de educar (a los machirrines, como si en cualquier caso, ante el estado actual de las cosas, esa fuera obligación del feminismo radical antes que de nadie más), o como dice la campaña gubernamental en el Metro: «Ni más, ni menos. Somos iguales.» No lo somos.

En otra ocasión, ante malentendidos políticos y personales, en una reunión feminista en la que se trataba de solucionar un conflicto, una compañera dijo entre lágrimas: «El patriarcado nos ha enseñado que entre mujeres no podemos estar. ¿Por qué lo seguimos perpetuando?».

Lo ha hecho tan bien que no solo se refleja en la inercia de generar rivalidades entre nosotras, sino también en la incapacidad de algunas de mantener espacios solo de y para mujeres, en la necesidad de legitimar ciertos feminismos a partir de la igualdad y la inclusión de los hombres, y en la resistencia a nutrir relaciones afectivas entre mujeres.

Se ha encargado también de que en el imaginario colectivo misógino la idea de convivir, compartir, disfrutar y crecer entre mujeres remita en primer lugar al chisme, al ocio, a la improductividad o a la insignificancia.

Una de las grandes cosas que yo encuentro en el lesbofeminismo es que moviliza la idea de que las mujeres se reúnen si quieren para el ocio, y también si quieren para la reflexión, el intercambio, la crítica de su entorno, la toma de decisiones, la construcción de una identidad política, la propuesta, la disidencia y la acción directa. Que de hecho el placer y la resistencia ni siquiera van separados. Demostrarnos que eso es posible es uno de los mejores disfrutes que podemos tener dentro del ejercicio de nuestra autonomía.

En redes leo: «Soy feminista porque no puedo no estar de mi lado». Simone de Beauvoir dijo que el opresor no sería tan fuerte si no estuviéramos de su lado. Cuando hablo o conozco a feministas heterosexuales, pienso: ¿Por qué entonces no terminamos de estar consistentemente de nuestro lado?

El hecho de que existan feministas heterosexuales probablemente descanse en un argumento libertador que aún no termino de comprender. «Es que eso de que les damos servicios sexo-afectivos gratuitos a los hombres otra vez parte de ver las cosas desde la mirada de ellos. ¿Y qué si lo tomo desde mi mirada? Yo me sirvo de ellos. A mi ellos me dan esos servicios impagados y nada más. Los uso y me voy», me han dicho hasta ahora tres amigas heterosexuales, a quienes estimo. Y yo me quedo pensando.

La heterosexualidad, como el patriarcado, su violencia y sus opresiones, son estructurales. Creo que difícilmente puede una mujer dejarlos operar, por ejemplo, solo en el ámbito sexual. La afectividad, la sexualidad, el compañerismo, las alianzas, la confianza, el placer, y no solo la mera enunciación de la posición política, son también espacios donde ejercer el feminismo que se supone nos define.

El recurso de «Pero no todos los hombres son/somos…» es tal vez el más socorrido intento de disuadir muchos señalamientos de los feminismos radicales, y cuya importancia podría determinarse hasta en términos matemáticos. Si hay feministas a quienes interese defender la causa de, si es que existe, esa minoría de hombres cero machos y patriarcales, que entonces dimensionen la fracción de los problemas de género que están atendiendo otra vez al servicio de lOs otrOs.

Pienso en la iniciativa, la voluntad, la inteligencia, la capacidad de organizarse y el ímpetu de las feministas heterosexuales que he conocido y leído, y siento que toda esa energía se desperdicia en una causa ciega cada vez que la dedican a la inclusión de los hombres o cada vez que creen que no es necesario el carácter separatista de una propuesta.

Por eso, cada vez que escucho a una feminista defender a los hombres, justificarlos, incluirlos con paciencia y afecto, o cada vez que conozco a una feminista heterosexual, no me queda más que pensar perpleja: «Feministas heterosexuales: son ustedes unas mujeres de fe.»

One thought on “[Opinión] Son ustedes unas mujeres de fe

  1. Itzel: comentas varios puntos pendientes de análisis y discusión en la agenda lesbofeminista mexicana. Concuerdo con algunas de tus perplejidades.
    Agradeceré información respecto a foros, físicos o virtuales, de análisis en los que participen.
    Saludos.
    M.

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