Por Menstruadora
El mes pasado cumplí 13 años viviendo en la Ciudad de México.
He crecido sola desde los 17. Mi mamá siempre al teléfono, eso sí.
Disfruto tanto como odio la soledad. Pienso que únicamente quien no ha estado sola podría amar esa sensación de no tener un abrazo cálido o no pronunciar una palabra por días o semanas. Aún así recae la soledad a veces, como una habitación o caja de hielo y es tan disfrutable que me pasa que si hay mucha gente cerca, recreo esa habitación en mi mente y piel. Es un lugar seguro para no involucrarme ni construir con otras. Por fortuna a mí el feminismo me ha sacado de esa soledad llena de desolación para experimentar la colectividad, aunque con errores.
Tantos años sola hacen mella y una quiere una casa, un lugar a donde llegar para saber que ahí sí perteneces. Por eso he cometido errores como confiar en personas que no debí confiar. Ese ha sido error constante y debe ser porque me creo muy lista como para que la gente no se aproveche de mí, pero evidentemente no lo soy.
La ventaja es que soy fuerte como un roble porque no tener un abrazo cálido ni pronunciar palabras por días o semanas te hacen fuerte. Hacerte cargo de ti desde chica te hace fuerte. Alimentarte a ti misma y pagar tu renta desde hace años te hace fuerte. Pero también soy ligera como una pelusa de gato al viento, por eso soy una nueva cada temporada, por eso pude radicalizar mi andar, por eso pude abandonar mi vida heterosexual impuesta y dejarme ser lesbiana. Luego volverme separatista. Luego volverme ésta que soy ahora. No puedo imaginar mi vida sin ir mutando sobre mí.
Sé huir y por eso me voy, pero no necesito irme literalmente porque ya me fui, estoy llena de huidas físicas y de huidas internas, me revuelvo en nuevas ideas y nuevos sentires, hace no tanto experimenté sanar con la voz y no se lo he dicho a Ros, la profesora de canto profundo, pero me ayudó a cicatrizar una ruptura amorosa que aún dolía y quiero hablar de eso.
¿Sabían que la fuerza causa envidia?
A mí, como a muchas, me suelen avistar como enemiga. Ya porque escribo públicamente. Ya porque parece que nadie me puede violentar. Es lesbofobia, no soy la única. La verdad es que sí me pueden violentar, pero sigo viva. He cedido mucho por mucha gente. Y como mi vida de los últimos años ha sido entre mujeres, mis aprendizajes han sido con otras mujeres.
He llegado a ser el barco de otras y me han usado tanto como pudieron, a propósito o no, eso no lo puedo saber.
En aquella relación ella insistía en que yo debía hacerme cargo de su vida (económicamente y emocionalmente) y yo asumí esa responsabilidad, ¿por qué lo hice? porque para mí amor era el amor sacrificado y me quedé a su lado haciendo lo que ella necesitara para estar bien, a costa de mis sueños, de mi cuerpo acumulando estrés y de mi tiempo, sin embargo, un día a golpes de realidad desperté, me desperté con sus palabras culpándome de su incapacidad para hacerle frente a la vida, culpándome de su inercia y de sus fracasos. El amor romántico y la lesbofobia que aísla a las lesbianas nos llevó a un calabozo, un terrible calabozo. Quizá ni ella ni yo teníamos la culpa, o ambas teníamos la culpa, pero sí era nuestra responsabilidad salir.
Agarré mis cosas cuando vi dónde estábamos y me fui sin retorno, dicen que las lesbianas se buscan al terminar, pero ninguna lo hizo, me fui sin mirar atrás, lloré por un año y poquito más, lloré sus días y sus noches, como la Bikina, como película del cine de oro mexicano, lloré ridículamente, lloré frente a mis amigas, lloré frente a mis compañeras de los talleres, lloré frente a nuevas amigas, lloré en el metro, lloré mientras salía a correr, lloré mientras cantaba, lloré mientras follaba, lloré mientras me bañaba, lloré mientras caminaba, lloré mientras veía llover, lloré en autobuses, lloré frente a desconocidas, lloré frente a mi madre, lloré frente a mi familia, lloré como una loca, lloré y mi gata Bichi venía a consolarme, lloré en las terminales, lloré frente a mi computadora, lloré en mi cama, lloré al despertar, lloré al dormir.
El dolor era inmenso y me ahogaba viva.
Y cuando mis ojos ya no podían llorar más, me di cuenta que yo no fui y tampoco era esa persona que ella había dibujado sobre mí.
Poco a poco dejé de llorar.
Les confieso que no sabía que cuando rechazara la caricatura que dibujó sobre mí,
la misoginia que vertió sobre mí,
el dolor pasaría.
No sabía que haberle creído que yo era responsable de su ruina era lo que me mataba y no la ruptura en sí.
Y tampoco sé qué tan común es esto en otras lesbianas.
¿Es común?
Hoy arropo mi capacidad de reinventarme, me abrazo cada día, con la caja de hielo o sin ella, me descubro el rostro cambiado, la fortaleza para salir del calabozo, la capacidad de hacer nuevas amigas, aunque aún me cuesta confiar un poquito, pero cada vez confío un poco más, desde mi útero, desde mi vagina, desde mi vulva, desde ahí me reinvento, desde ahí me escucho, desde ahí palpito.
La responsabilidad de salir, de vencer mis miedos era mía, hacerme cargo de mis decisiones era mi responsabilidad, la voluntad de salir rumbo a la vida era mía. Por eso me salí, con muchas lágrimas y muchos dolores, con muchas amigas y muchas conversaciones, con mucha información de traiciones que al principio no creí, pero a costa de muchas testigas tuve que despertar, tuve que salir y lo hice.
Me construí una salida, asumí el error de haber cedido mi vida a sus deseos, necesidades y comencé a centrarme en mí, en lo que quería. No fue fácil, salí sin energía y hecha pomada, pero salí. Me perdoné por haber estado ahí al antojo de otra. Me perdoné tanto tiempo desbordado hacia ella y tan poco amor hacia mí. Me perdoné cuánto permití creer sus mentiras. Me perdoné soportar su constante campaña de difamación que hacía a mis espaldas cuando decía amarme. Me perdoné los proyectos que dejé de hacer, los sueños que abandoné, la vida que cedí, el trabajo que le ofrendé. Me perdoné el sacrificio. Asumí mis errores primero y pude detectar los suyos después, no saben cómo me costó detectar el daño que ella vertió, la defendí de mí y de mis amigas por mucho tiempo, la inmaculé, pero un día bajé el telón y salí de las fauces del amor romántico.
Agradecí la vida
Agradecí el tiempo
Agradecí incluso al calabozo al que no volveré a caer, tanto que hoy que camino por las calles de mi pasado me parece que voy por un museo de dolor, pero ya es solo una pieza inerte de museo, ya esas calles no las piso nunca más, ya ese departamento no es mi casa, ya no cargo con nadie en mi espalda.
Renací
Soy una ave de plumas largas, una lagartija invisible, una elefanta de ciudad
Aún hoy la gente rapiñera viene a ver cómo es que me recuperé, tampoco sé, pero sí sé que ocurrió en algún momento que en lugar de cantarle a ella, me canté a mí, me canté la vida, la paciencia, lo logrado, la fuerza, el entusiasmo, el placer, la alegría, las amigas, las nuevas amigas, las amoras, las nuevas amoras, los nuevos lugares, los nuevos recuerdos y mi nueva yo con todo lo aprendido.
Renací cantando
Espero que todas renazcan también y que salgan de sus propios calabozos.
Incluída ella.