Por Alejandra Bolívar
Querida Rosalinda*,
Vi tu ficha unos días después de que desapareciste, la que pedía informes de cualquier tipo sobre tu paradero. Luego me enteré, por una nota y una ilustración, que te encontraron muerta. Asesinada, más bien. También leí un poco más de tu caso y el último mensaje que mandaste desde tu celular: “Me levantó un taxi en Metepec… El chofer no me deja bajar”.
Pienso en tantas veces que he salido a la calle pensando en si voy a volver a casa. Y también pienso en las veces que he salido sin pensarlo, contenta o enojada por cosas de la vida y sin fijarme, sin mirar a mi alrededor con temor o sospecha. Hace unos cinco días que caminaba en una calle desconocida, pero iba pensando en mil cosas: en cómo extrañaría a la amiga con la cual pasé la mañana y ahora se iba del país, en que tenía mucho calor, en que igual y conté mal el número de cuadras para llegar donde estaba mi familia. En fin, cosas que pertenecen a la vida.
Volví la mirada hacia la avenida por instinto, en ese momento pasaba en sentido contrario hacia donde iba un carro blanco. Iban 5 tipos adentro, dos adelante y tres atrás. Recuerdo perfecto porque mi cuerpo responde inmediatamente con ciertas cosas. Todos se me quedaron mirando fijamente, uno en específico puso cara y manos en el vidrio del auto y fue cuando las alarmas se encendieron en mi cabeza. Algo estaba muy mal.
Apresuré el paso y revisé mi entorno: por cuál calle estaba caminando, qué negocios había cerca, cuál era el más conveniente para entrar, hacia dónde correr. Me olvidé de otras cosas: hablarle a mi hermana o a mi mamá para que fueran por mí, enviar mi ubicación y tal. Luego me lo reproché. Como si fuera mi obligación saber esconderme de gente mala.
Sentí mucho miedo, más del que he podido explicarle a mis seres queridos, más de lo que yo misma podría esperar. Sentí miedo porque me di cuenta lo fácil que era desaparecer. En cualquier momento se regresaba ese carro y nadie me vuelve a ver. Ya está. Así, un abrir y cerrar de ojos. Como a miles de mujeres en este país.
Nos llevan o nos jalan o no nos dejan salir de coches, de casas, de nuestros lugares de trabajo. ¿Y qué pasa después? Nos encuentran. A veces. Se especula sobre nuestras vidas, de la gente que conocimos, lo que vestíamos, que si estábamos solas en la calle o la hora que era. Que por qué no hicimos tal o cual cosa, que debimos haber reaccionado así o asá.
No debiste morir, Rosalinda, nadie debería sentirse con derecho de quitarnos la vida, de arrebatarnos el futuro y las sonrisas. Nadie debería vernos como cosas que se pueden tirar al lado de algún camino. Porque no lo somos.
Ninguna mujer debería temer el salir a la calle. Ninguna debería sentirse amenazada ni la norma debería ser que estemos compartiendo consejos de seguridad para que no nos maten o que no nos hagan daño.
Pero tenemos que hacerlo. Y te lloramos, como a las demás. Incluso si no te conocimos, porque no lo hicimos, pero eso no quita que nos duelas en el alma, que recordemos que aún no hay justicia para ti, que no eres un número más, que el furor mediático pasó y aún no hay respuestas. No vamos a dejar que el miedo gane, Rosalinda. No lo permitiremos.
*Nota: Rosalinda Estephanie Morales García desapareció el 14 de diciembre de 2017 en Metepec, Estado de México. Su cuerpo fue encontrado días después, el 17 de diciembre. Tenía 29 años.