Por Karina Vergara Sánchez
Tengo una hija que, aun cuando es mayor de edad, todavía depende económicamente de mí porque es estudianta. En fin, que ella llevaba un tiempo con la cabeza color amarillo paja, parecía personaje del Mago de Oz, porque se decoloró el cabello para pintárselo de morado y cuando se acabó el tinte no le alcanzaba para comprar más y yo no le daba dinero fuera del presupuesto porque mi estrategia «pedagógica disciplinaria» es que «si tu cuerpo es tuyo, te toca resolver lo que haces con él».
Sin embargo, vinieron mis compañeras de Lunas Lesbofeministas y le dieron dinero para que se comprara el dichoso tinte y le alcanzó como para cinco tintes y ahora su cabeza es azul.
Entonces me puse a pensar en cuántas veces mis estrategias pedagógicas han quedado arruinadas por mis amigas y aliadas políticas y debo reconocer que eso ha sido siempre, siempre, pero siempre. Y quiero agradecerles a todas por ese arruinamiento a todas mis comadres. A las de ahora y a las de toda la historia de crianza.
La comadre, las comadres, son esa que co-materna con una. Aquella aliada indispensable que da consejos, ayuda a bajar la fiebre o a coser un disfraz de abejita cuando la otra, como yo, es bastante torpe en manualidades.
Mis comadres han sido del mundito feminista y lesbofeminista porque es donde yo me muevo, así que sus habilidades comadriles han sido no siempre tradicionales, pero siempre útiles, generosas y bienvenidas. Así, alguna le enseñó a la niña a leer, otra a pintar las paredes – a intervenirlas, según ellas- con acuarela y otras pinturas varias. La sexóloga le habló de sexo y el día que salió de «Adelita» en el festival escolar hubo una asamblea para decidir si llevaba un arma o no, pues había unas que decían que sí, que a las mujeres se nos han negado históricamente las armas y otras que decían que la revolución nuestra no requería armas. (Al final, usó un rifle de palo, como los zapatistas, que era lo que ella quería desde el principio).
Igualmente, hasta tengo fotos de la feminista más radical de la ciudad, con flores en el cabello y cargando una piñata de la princesa Fiona para un cumpleaños.
Todas estas historias las cuento para recordar y recordarme que he tenido una maternidad muy placentera, pero que esta maternidad gozosa no habría sido posible sin todo el ejercito de comadres que han acompañado esta crianza, incluida mi tía y mi prima. Como dice mi hija, le ha tocado una maternidad colectiva. Por ello quiero aprovechar la excusa y decirles: infinitamente, gracias.
Gracias por arruinar mis intentos de disciplina y convertir el proceso en un ejercicio libertario y gracias por los ratitos o por los años que han estado. Nos hemos equivocado a veces y se ha inmiscuido gente malvada, es cierto, también, que ha habido tiempos de dificultades económicas y desacuerdos, pero, salvo lo que dirá ella al paso de los tiempos, la balanza parece ser favorable. Gracias por los cuentos, por los carritos de control remoto y por las críticas de frente cuando les parecía que yo metía la pata y por la ayuda toda. Gracias por el co-maternaje, las madres necesitamos manada para la crianza.
Finalmente, quiero decir, desde mi experiencia privilegiada por las mujeres de mi entorno lesbofeminista, que ojalá todas las mujeres puedan elegir si desean la maternidad y que si la eligen, se acerquen mil comadres amorosas.
Así mismo, deseo sinceramente que acabe pronto esa campaña pseudoprogre de niñafobia donde parece que una niña por portarse como niña es insoportable, pero si lo hace un adulto, es transgresor; o donde les parecen que las pequeñas estorban por hablar o existir en el mismo espacio o donde se argumenta que las niñas son ladronas de vida de las madres y se rechaza a las pequeñas castigando y alejando así a las mujeres por su maternidad.
Afirmo que quien roba la vida y la alegría de las madres es la heterosexualidad obligatoria y el capitalismo que condenan a las madres a atender a los hijos y al marido aisladas de otras y en servidumbre.
Hoy brindo por maternidades elegidas, colectivas y gozosas para todas las que quieran. Ojalá.