Por Tatiana Duque
Señalar culpables es más fácil que aceptar que nuestro entramado social ha sido desde siempre patriarcal y machista. Pero hablar de patriarcado les da escozor. Es un mito creado por las «feminazis» que denunciamos todos los días desigualdad, discriminación, empobrecimiento, explotación, acoso, maltrato, violencia y muerte. Y cuando una mujer es asesinada por su pareja, su ex pareja, su padrastro, su tío, su hermano o su violador, las indignaciones florecen para exponer al femicida, al juez que lo dejó libre, a la policía que no actuó. Porque todos son culpables, menos nosotros.
Comienza la especulación, el cotilleo, el amarillismo (que tanto encanta) sobre la vida de la víctima. Escarban hasta el detalle para justificar lo que le pasó: llevaba short, iba sola, salió de una discoteca a las 5, había tomado, era muy “liberal”, era lesbiana. Más vale que te cuides, que no salgas a la madrugada, ni te pongas una falda muy corta, porque mira lo que puede te suceder. El disciplinamiento, la advertencia. La sociedad patriarcal, sí, patriarcal, y machista nos “sugiere” que limitemos nuestras libertades para seguir vivas.
La indignación se desvanece cuando han pasado un par de semanas y el femicidio deja de ser parte de la agenda y se justifica cuando el femicida es declarado culpable. Ya hubo un culpable, se hizo justicia. Ahí está el problema, vemos cada maltrato, cada acoso y cada muerte como un hecho aislado que se extingue cuando quien o quienes consideramos -o los medios se encargan de hacernos considerar- culpables se les aplica “todo el peso de la ley”. Si es así, ¿por qué nos siguen violando, torturando y matando? ¿No les parece que se trata de una violencia sistemática y generalizada?
El femicidio el máximo acto de violencia machista pero no es el único. Los medios de comunicación siguen reproduciendo estereotipos. Titulares y notas misóginas forman parte de un discurso hegemónico creado por quienes detentan el poder: los hombres. El Estado deja que cientos de mujeres se desangren en consultorios clandestinos de aborto; no forma a su aparato (judicial, ejecutivo, legislativo y policial) en perspectiva de género; deja que leyes de prevención y erradicación de violencia machista sean letra muerta; considera la educación sexual un tabú en pleno siglo XXI.
La indignación dejó de ser, hace mucho tiempo, útil a una causa, si no se respalda con actos que busquen erradicar lo que tan injusto nos parece. No es la cadena perpetúa, ni la castración química la solución a una violencia que se multiplica como epidemia. La desnaturalización del machismo es el primer paso. Nada, entiéndase, nada que atente contra la integridad de la mujer es “normal”, ¡y cuánto les cuesta entenderlo!
No somos el sexo débil, ni somos sexo. Somos seres humanos y queremos vivir libres.