Feminismo

[Opinión] La chica de las mil demonias

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Sacado de: kathuon.tumblr.com

 

Por Dulce O. Castillo*

Mi madre siempre ha dicho que tengo un «carácter de los mil demonios», y claro, apenas ella dice eso, yo me enfurezco más. Así ha sido toda la vida, es un pique que tenemos entre nosotras, ya cada día es más chiste que nada. Nunca fui del tipo que explotaba enfurecida tirando cosas alrededor sino de las que se contenían rojas de muina, muy acorde con mi educación de mujer en el sistema patriarcal, aunque a veces les decía cosas a las personas que me hacían enojar y me defendía bien clara, casi siempre me contenía en un caparazón de enojo y frustración pues la sociedad me hacía sentir que yo estaba equivocada, además de que en la infancia nos dicen que no debes contradecir a tus mayores que «siempre tienen la razón» y «quieren lo mejor para ti». Hoy aquella frase que mi madre ha usado conmigo toda la vida hasta me parece poética y me gustaría usarla más porque es evidencia de que he resistido a las normas, oponiéndome como pude, a lo absurdo de esta dominación patriarcal, así que a partir de ahora diré que «tengo un carácter de las mil demonias».

Recuerdo que a los 13 me obligaban a ir acompañada de mi hermano menor a todas partes, vivíamos en una ciudad pequeña y para ir con la dentista caminaba cerca de 12 cuadras, de todas formas me obligaban a ir con M, mi hermano un año menor que yo.  Después de varias semanas de luchar contra eso, les dije que no quería que él me acompañara más y él aceptó, pero mi papá y mi madre no, dijeron que no podía ir sola, que yo necesitaba que mi hermano «me cuidara». Mi hermano era un niño regordeto más bajo que yo, más bien yo debía continuamente cuidarlo y pedirle que apresurara el paso porque ya íbamos tarde.

Una tarde me enfurecí con mi carácter de las mil demonias y les dije que yo podía ir sola y que si iba mi hermano menor, no iría con la dentista esa tarde. Mi padre que estaba en casa a esa hora, no sé por qué si siempre trabajaba en ese horario, me comenzó a levantar la voz, poniéndose absurdamente agresivo y finalmente terminó golpeándome a cachetadas durante varios minutos, en un ritual de fuerza machista donde parecía que no podía contenerse, casi como si estuviera poseído. Recuerdo que mi madre le gritaba desesperada que me dejara y él me seguía golpeando con sus manos gigantes sobre mi cara. Yo no podía hacer nada, tenía el cuerpo de un señor de 33 años arrinconándome en una silla donde me golpeada sin cesar, el dolor que sentía me estaba dejando paralizada, mi cuerpo se alejó de mi mente y sentía nada. Recuerdo el rostro de mi madre, apenas la podía ver entre el zangoloteo de los golpes, ella estaba pálida de miedo, asustada, gritándole que me dejara. Hasta ahora entiendo que mi madre consciente de la cultura feminicida en la que fueron educados TODOS los hombres, temió que él me dañara de por vida, por decir lo menos.

Toda la vida asumí ese episodio como que el señor «bien justificado», me golpeó «porque no se pudo controlar» porque yo «lo había provocado». Yo dejé de hablarle un mes, no quería ni verlo, pero vivía en la misma casa, así que mi carácter de las mil demonias estuvo contenido hasta que lo neutralizó el sistema patriarcal. Ya ven que en los noventas a la chamaquiza nos decían que los padres y madres nos golpeaban «porque nos querían», «porque lo hacían por nuestro bien», bueno, esto aplica sobre todo para las mujeres y es actual, no de los noventas. Así que en mí funcionó perfecto por ser menor de edad y ser mujer, es más, me sentía mal de que mi mamá me hubiera defendido pues «yo me lo merecía». Mi madre estuvo muy amable conmigo los días siguientes, me mimaba cuando podía, me preparaba la comida que más me gustaba, también estuvo enojada con mi padre varias semanas. Ahora pienso en lo que debió sentir al ver que un hombre de 33 años golpear con tanta fuerza a su hija de 13. Hasta hoy a mis 28 años entiendo lo que debió sentir esa tarde.

Mi madre se sentía culpable de ella haber empezado el regaño hacia mí esa tarde, pensaba que si ella no me hubiera regañado frente a él, él no me hubiera golpeado así. Y yo me sentía culpable de haberlo provocado por mi pésimo carácter, a esa edad creía que mi «carácter» era una cosa biológica con la que había nacido y que me impedía obedecer como las niñas buenas hacían, hoy entiendo que era mi fortaleza que me construí en la vida. Es más, hasta hoy que escribo caigo en cuenta de que mi demanda era totalmente legítima, yo podía ir sola a la dentista, podía hacerme cargo de mí, podía andar sola por esas 12 calles, estaba luchando por mi autonomía, por no sentirme «cuidada» por un tipo, así fuera mi hermanito menor.

A partir de aquel día, mi madre me solía decir que no lo provocara, que él tenía mucha fuerza que no podía controlar y yo aprendí a tragarme mis enojos hacia mi padre. También comencé a comprender que mi hermano regordeto también tenía esa característica de «no poder controlarse» porque era «un hombre», y mi mamá también empezó a decir que no lo provocara. Luego supe que es así como se vive en la sociedad patriarcal: siempre cuidándonos de ellos.

Digo, qué casualidad que mi madre nunca tuvo momentos de estar «poseída» como si no pudiera controlar su fuerza, qué casualidad que después de la violencia física que viví, yo asumí que había sido mi culpa y mi madre asumió que ella era responsable, pero el señor golpeador no, de sus culpas nunca escuchamos ni vimos acciones, jamás escuché que se disculpaba ni vi que asumiera que tenía un problema, no, él asumió que él tan bueno había sido provocado en su tranquilidad por estas mujeres. Lo absurdo es que yo perdoné a mi padre y es más, comencé a desarrollar una enemistad con mi madre difícil de comprender, yo no quería ser ella, no quería ser ama de casa ni tener cuatro hijxs. A los 16 años los libros de izquierda – que mi madre no había leído- me hicieron sentir que mi aliado era mi padre pues él sí comprendía de lo que yo hablaba. Empecé a admirarlo y mis novios se comenzaron a parecer a él. ¡Qué perfecto funciona el patriarcado!, yo quise que mis novios se parecieran a mi padre intelectual de izquierda que toda la vida aprendí a «no provocar» para que no me golpeara; y ni loca soñar con una relación con otra mujer, mucho menos una mujer como mi madre, con quien tenía una relación de cuidado, de diálogo, de compañía, de amor, de abrazos.

Tuvieron que pasar diez años más -luego de millones de relaciones con todo tipo de hombres- para que comprendiera de una vez por todas que los hombres, todos, están educados en el mismo sistema y que al final, pues no, yo no quería vivir así, con sus comentarios machistas, con sus platos sin lavar, con sus aires de superioridad, con su entrenamiento para matar, comencé a respetarme, a construirme mi dignidad y autonomía y dejé de relacionarme de una vez y por todas, con ellos. Después de todo «las mil demonias», ese carácter del que habla mi madre, era una estrategia bien pensada de todas las mujeres de mi familia para que creyera que por «naturaleza» no puedo obedecer, fue su forma de heredarme sus luchas, esas «mil demonias» son ellas, son parte de mí, soy yo, es mi historia, es el conjunto de las resistencias de mis ancestras, ellas siguen aquí bien adentro aunque el sistema nos busque neutralizar, y aunque a ratos lo logre, no pueden siempre, las mil demonias un día salen y por fin podemos ser nosotras mismas, un día explotan en un grito de denuncia, gozo y fuerza. Decían las RadicalLesbians en 1970: «¿Qué es una lesbiana? Una lesbiana es la furia de todas las mujeres condensada al punto de la explosión». Si hiciera una película de aquel momento de mi vida, mi yo de 13 años, con la cara hinchada, va y le dice a su madre: Mamá, no es tu culpa ni es mi culpa, es este tipo agresor, macho repudiable que está educado como todos. Mamá, ya no te culpes, al final yo me vuelvo lesbiana y nunca estoy con ningún señor, esta historia aquí se acaba, ya no la vamos a repetir, ya no habrá ninguna niña golpeada por un señor, ya no habrá más mujeres condenadas a cuidar a ese señor, a partir de aquí ya no hay mujeres obligadas a parir, ya no hay mujeres cocinándoles a machos, ya no hay mujeres entregando su cuerpo a ellos, mamá, aquí se acabó, con nosotras, lo logramos, aquí se acabó la historia, te quiero muchísimo, vámonos de aquí. <3

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La Crítica