Por Montserrat Pérez
Nos arrejuntamos en este frío. Es que cala hasta los huesos, ¿sabes? No es un frío normal, viene de dentro. ¿Viste que encontraron a una nena dentro de una maleta? Fue aquí, muy cerquita de nosotras y hay diferentes versiones de lo que pasó, nada concreto, sólo que la dejaron ahí como si cualquier cosa. También desapareció hace unos días una estudiante de la UACM, la van a salir a buscar. Leí también que el promedio de feminicidios diarios aquí en México es de 9 mujeres al día y que el gasto público para «combatir» las violencias que nos matan es del .01% del presupuesto federal.
Y es que no les importamos. Sucede que nos pintan a los feminicidas y a los agresores como seres sobrenaturales o monstruos de historieta que sólo salen de las sombras y nos atrapan con sus garras poderosas. Yo los veo caminando por la calle, están en el transporte público, van a las universidades con nosotras. ¿Te acuerdas del que fue mi primer asesor de tesis? Al fin lo denunciaron al asqueroso, y el dice que mienten. Él dice que mienten esas mujeres que confiaron en él, mujeres que yo conocí, a las que sé que les partió el corazón que él fuera uno más en esa gran lista de agresores, que con todo su poder y su influencia terminara siendo la misma basura. ¿Y te acuerdas del mesero de la Roma? ¿El que era amable y atento y con el que platicaste de sus tatuajes? Resultó ser un feminicida serial. Los medios hablan de él como si fuera un monstruo, pero yo sé que era un tipo común y corriente, con un trabajo en una zona privilegiada de la ciudad, en el que seguramente muchas mujeres confiaron, como yo. Por eso ahora no confío en ninguno.
No me cabe en la cabeza cómo alguien se siente con el poder de terminar con la vida de otra persona, mucho menos de una niña. Simplemente no lo entiendo. A mí hasta me cuesta trabajo matar algún bichito en la casa. Me siento muy culpable. Y ellos llegan y terminan con nuestras vidas como si nada. Y luego siguen su camino, porque nadie los agarra y porque no les importamos, siguen nomás. Van al cine, van al mercado, van a los restaurantes, son padres, son hermanos, son hijos. Y si los agarran, ¿sí nos dan justicia? No, porque la justicia es de ellos también.
Se me atora la rabia en la boca del estómago. Me duele el costado donde ya no existe una vesícula desde hace un par de meses. ¿Por qué me sigue doliendo? Es ese enojo entripado del que nos habló la señora del mercado y que nos dio un paquetito de té de boldo compuesto para que no nos haga daño. Pero no puedo beber ese té todo el día. Se siente mucho frío.
Te digo que nos arrejuntamos, pero no estás aquí. Eso no importa, porque estamos juntas de todas formas. Ellos no saben, pero nosotras nos hicimos de un tejido que no se puede ver y que nos mantiene unidas a pesar de cualquier distancia. Entonces te pienso, como ahora, y se calma un poco la ventisca que no me dio tregua anoche. Ponte un suéter antes de salir, porque también llueve hoy. Mándame un mensaje cuando llegues a casa, yo te lo mando a ti.