Por Menstruadora
Desde el año pasado o un poco más, incluyo en mis cursos algunas lecturas sobre heterosexualidad obligatoria en el módulo de Patriarcado, de otra forma sería analizar nada. Y claro, al analizar que es un sistema binario de relaciones de dominación, es decir, un régimen político, es inevitable concluir que no escapamos lesbianas, ni gays, ni trans, ni bisexuales, ni nadie a este sistema heterosexual, es un régimen que norma nuestras vidas, que habita en nuestras cuerpas, independiente de nuestras prácticas sexuales (de ahí que me dé mucha risa las posturas simplonas y eurocéntricas que anuncian que coger de tal o tal forma o con tal artefacto es una disidencia a la heterosexualidad).
Pensar de forma heterosexual es hacer la distinción del sexo como biológico y el género como social como una forma de condenarnos a naturalizar las opresiones, es una distinción que se hace desde el pensamiento de la dominación. También es creer que puede haber heterosexualidad sin norma, como si pudiera haber patriarcado sin oprimir. Es también amor romántico a través del cual las mujeres entregamos un montón de trabajo no remunerado al sistema capitalista a través de la idea de matrimonio y la maternidad, entre otras cosas. Mismo modelo al que llegamos por el control que tiene el sistema de nuestros deseos y práctica sexuales, porque fuimos educadas desde siempre y a través de todo los medios posibles, para erotizar varones, amar varones, pensar nuestra vida con compañeros hombres, vivir con hombres, apapachar a hombres, besar y follar con hombres. En otras palabras, el sistema heterosexual abarca las prácticas sexuales, por supuesto, porque tiene repercusiones políticas, porque es de ahí que vamos a esclavizarnos «en nombre del amor», porque deriva y sostiene al sistema heterosexual y patriarcal. Eso mismo es analizar el sistema heterosexual, analizar la organización social dicotómica de la que somos esclavas y presas a nivel económico, político, social y cultural.
Sin embargo, las prácticas sexuales son apenas un elemento de análisis, porque los hombres gays son bien misóginos no importa cuándo leas esto. Les trans son en su mayoría binarias. Y también las parejas de lesbianas que se casan y se reproducen sirven al sistema aunque no haya un varón ahí. Después de todo van a educar a gente binaria, heterosexual, y se van a entregar al cuidado de otros por «amor». Pero cuidado, aunque follar entre mujeres no desheterosexualiza, no follar entre mujeres, menos.
Luego de analizar esto en los cursos, no importa en qué grupo, en casi todos inmediatamente llega la compañera heterosexual a decir: “Las lesbianas son muy requete muy violentas, claro, no tanto como los hombres, pero sí son, o sea, no asesinan mujeres, pero sí son muy violentas, muy muy, es que yo quiero contar que yo tengo una conocida que tal y tal”. Y lo dicen con una cara de angustia que me dan ganas de correr a calmar con un té a la compañera heterosexual y decir, “sí, compañera, las lesbianas son muy violentas, lo mejor es y siempre será convivir con varones”, esos seres educados en los privilegios que asesinan mujeres diariamente. No lo digo como broma, sí me dan ganas de calmar su angustia, que no es más que la reivindicación de su vida para no cuestionarse nada y dejar todo como está, y me dan ganas de decirles: “neta, sí, la heterosexualidad rifa, si el problema de todo este sistema son las lesbianas”, que es lo que quieren escuchar y no otra cosa.
Entender que la heterosexualidad es un sistema, una ideología y una forma de pensamiento con la que vemos y comprendemos al mundo, es entender que la tenemos en nuestras cuerpas y ello conlleva a analizar las violencias que vivimos, pero sobre todo, que reproducimos. Violentamos como nos enseñaron a violentar, como fuimos educadas: como mujeres, es decir, las lesbianas violentamos como mujeres y esto no es excusa ni justificación, solo es la afirmación de que no somos mujeres las autoras de los 7 a 12 feminicidios diarios en este país, como bien saben las compañeras heterosexuales, aunque apachurren sus cejas en angustia.
Al llegar a este punto siempre me acuerdo de mi mejor amiga de la heterosexualidad en los tiempos en que me convertí en lesbiana. Yo era una joven heterosexual que un buen día se decidió a trabajar el deseo aprendido. Mi mejor amiga asustada me miraba sorprendida como supervisando cada uno de mis movimientos. Ella, mi amiga heterosexual, a quien llamaré Z, era mi amiga de orgías, con quien yo a veces también había follado, pero eso sí, seguíamos siendo bien heteras. Un día le contaba de V, cierta lesbiana con quien yo convivía entonces. Le platiqué que a V yo le había dicho que era mejor detener nuestra convivencia a riesgo de involucrarnos, ante lo cual V me había contestado que le parecía muy pronto, por lo que yo reconsideré porque tenía razón, total que yo sí quería seguir conociéndola. Z ante el relato me dijo convencida y abrumada: “Ella está siendo muy muy muy muyyyyyyyy violenta contigo”. Y yo pensaba, cuando le conté que mis novios se negaban a usar condón no dijo esto, cuando le dije que tal y tal tipos amantes me habían tratado mal, tampoco. Y concluí que más que un análisis profundo y sesudo del poder y el patriarcado, lo que estaba pasando era una situación de lesbofobia.
Ahorita mismo acabo de colgar una llamada con un grupo de reflexión, que es a distancia, una de ellas repitió el típico guión: “Yo sí me he llegado a cuestionar la heterosexualidad, pero luego pienso, es que las lesbianas son muy muy muy violentas”. Y yo la escuchaba sin decir mucho, no le dije nada, solo pensaba: “oiga, compañera, lo que usted está siendo es lesbofóbica”. Porque a ver, ¿qué cosa es esa de rechazar la posibilidad de relacionarse con otra mujer si no lesbofobia?
El otro día en otro grupo pero ese presencial, alguien dijo, “hay muchas lesbianas machirrinas y yo las veo y digo, sí, no quiero estar con hombres, pero tampoco con mujeres”. Sí, suena muy convincente este argumento, yo al principio lo apoyaba en la superficialidad hasta que caí en cuenta que también escondía lesbofobia. Ojo, quiero aclarar que yo también pienso que hay muchísimas lesbianas machistas y no articulo con ellas, y con articular me refiero a que una vez comprobado el machismo sin ánimos de deconstrucción, sé que no tengo nada qué hacer ahí. Porque bueno, todas somos heterosexuales y patriarcales, la cosa es la voluntad de deconstruirnos. Y como decía, suena lógico el argumento…
Pero entonces, estaba dialogando con ciertas amigas también heterosexuales en una reunión y volvieron a decir exactamente lo mismo, y pensé, ¡un momento! a ver, no, algo está pasando aquí. Lo que está sucediendo, reflexionaba en silencio, es que están disfrazando su lesbofobia en nombre de un falso análisis exhaustivo del patriarcado, así como mi amiga Z. O sea, te parece ultra mega violenta la posibilidad, solo la posibilidad, de salir con otra mujer y declaras tu abierto rechazo antes de siquiera intentar construir en la horizontalidad y trabajarte el deseo, la cuerpa, las violencias, los sueños, la vida entera.
¡¡Ahhhhh!!
Lo vi bien clarito ahí en medio de la plática de café, lo que pueden hacer es enunciar un discurso muy crítico sobre la heterosexualidad como régimen político, pero para algunas, de ahí a pensar juntar su cuerpo con el de otra mujer ¡nunca jamás! ¡qué asco! Y para otras, entablar una relación de compañerismo horizontal con más mujeres que sobrepase la típica noche de orgía cuir, ¡nunca jamás! ¡qué horror!
¡¡¡Ahhhh!!!
Yo que cuando elegí la lesbiandad me atravesó la vida, el cuerpo, los sueños, la ropa, las amistades, la comida, mi caminar, mis construcciones, pues rompí mi reflexión silenciosa para preguntarles sobre la posibilidad de hacer apuestas de relaciones entre mujeres. Ante lo cual respondieron: “la pareja es una idea heteropatriarcal”, sí, de acuerdo, ¿quién habló de parejas? “El amor apesta”, sí, claro, es una construcción de poder, ¿quién quiere ese amor? “Lo mejor es estar sola”, claro, es una disidencia deliciosa que yo disfruto aunque conviva con mujeres. O sea, ¿el punto es rechazar abiertamente cualquier posibilidad de relacionarse con otra mujer fuera de esos esquemas que no nos tocan la piel ni las construcciones? Wo. Para mí eso se llama misoginia, digo, lesbofobia, digo, es lo mismo.
Nunca he visto ni escuchado argumentos tan acérrimos y reacios más que en aquellas a las que les planteas la pregunta sobre la posibilidad de construir con otras mujeres.
Yo no sé las demás, yo solo recuerdo que para mí siempre fue fácil desechar varones de mi vida, hablar de ellos como quien hablaba de falos, de “novios”, “el novio dijo tal”, total que era mi forma o es la forma como tuvimos muchas, en la falsa liberación sexual, de gestionar el poder que ejercían sobre nosotras, de sentir que teníamos un poco de poder en la acción de servirles sexualmente de forma gratuita, porque una no quiere asumir eso, asumir que les estás trabajando. Siempre me fue más fácil hacer eso, actuar con el guión heterosexual en la mano, que aventurarme a construir en la locura de la horizontalidad.
En una relación entre mujeres de la misma clase social y condición racial, no hay una estructura donde unas les sirvan a otras y que esté legitimada por instituciones, porque ellas no son el centro, son los varones. Sin embargo, sí puede haber relaciones jerárquicas entre mujeres, es decir, puede haber relaciones coloniales y racistas entre mujeres, pues sí, por ejemplo aquí en mi ciudad, las güeras rubias (no importa de qué país, pero eso sí, extranjeras) siempre son las que casualmente andan con todas porque tienen todo un sistema colonial que las respalda, el deseo de todas fue educado para erotizar a la blanca. Eso sin contar que son quienes consiguen todos los empleos, becas y publicaciones en este país racializado, por sobre todas las demás mujeres. También puede haber jerarquías según la clase social «yo tengo más que tú». O también por edad «yo sé más que tú». Y obvio también puede haber machirrinas y las hay, con actitudes de cosificación, claro, esas mujeres que hablan de otras en términos de partes de su cuerpo, lo común en el mundo elegebeté. Esto me resulta muy curioso, porque lo he visto también y continuamente en las heterosexuales que juegan al lesbianismo-de-facebook, que cuelgan fotos de mujeres a modo de cualquier macho admirando cuerpos y no personas o que hablan de ellas en términos de belleza hegemónica. No las culpo, creen que desear a otras mujeres es actuar como un macho que consume cerveza en el intermedio de un partido de fútbol, tal como el patriarcado educó, sin proceso alguno de reflexión.
Ese fenómeno de cosificación o el fenómeno “te desecho”, «yo soy más que tú» o «yo sé más que tú» no ocurre desde una apuesta feminista, hablo de mí, de lo que articulo como propuesta lesbofeminista, pues yo no tengo ganas de desechar a nadie ni de hablar de mujeres en términos de objetos o inferiores, o como si fueran solo partes de un cuerpo, aquí construyo mis relaciones con mucho esfuerzo desde la crítica continua, porque son mis iguales, con quienes comparto vivencias, sueños, proyectos, deseos, aventuras, viajes, textos, cama, decepciones, alegrías, violencias. Es una apuesta que nos cuesta la vida completa, la revisión del patriarcado interno. Es una apuesta de transformación vital. Es nuestra ética feminista.
A mí la lesbiandad también me duraba una copa o una orgía, pero la convertí en mi apuesta política de tiempo completo. Vivo como lesbiana, resisto lesbofobia, me encanta que a la gente le quede claro que no hablo ni articulo con hombres, que sepan bien a bien que estoy resistiendo.
Me he atravesado la resistencia en los poros, en los vellos, en la forma de hablar, de subsistir, he abandonado mi cuerpo heterosexual y me he convertido en esa “pinche lesbiana”, en la machorra, en la lencha. En la mujer que miras con desprecio o con temor.
He pensado que alesbianarme de esta forma feminista, ha implicado además descender en la escala de clases sociales. La gente en muchas ocasiones no solo me trata como lesbiana sino más bien como alguien con menos recursos económicos a como me trataba cuando yo era heterosexual. No es que yo alguna vez haya tenido dinero, lo que quiero decir es que la heterosexualidad es una coreografía también de ascendencia económica, o sea, de aspiracionismo, de aparentar lo que una no es, la blusa de flores, el cabello largo bien peinado, rímel en las pestañas: señorita, ¿se le ofrece algo?, preguntaban con atención. En esto mucho siempre tuvo qué ver mi color de piel, dice la gente que soy morena, pero «morena clara”, y eso en este país profundamente racista, me solía dar privilegios de clase con el combo heterosexual, todavía me da privilegios, pero ya no dentro del combo heterosexual. Ahora puedo llevar la misma blusa de flores, sin rímel y con el cabello corto, y me han hecho desplantes de clasismo muy, muy interesantes. No solo vivo ya la lesbofobia, sino que el clasismo ha incrementado con respecto a mi vida heterosexual. Supongo que por primera vez estoy viviendo mi clase social.
“Vivir como lesbiana” eso que no entenderán aquellas que usan la lesbiandad po-lí-ti-ca para adornar sus discursos feministas o pedir financiamientos para dar talleres de lesbiandad o lesbofeminismo desde su heterosexualidad. Eso que usan solo como discurso: es mi vida, nuestras vidas, una apuesta de vida de tiempo completo. Después de adentrarme a cambiar y conocer más lesbianas en este viaje, no me dejará de parecer violento en cambio, que haya quienes se nombren lesbianas sin vivir lesbofobia.
Por supuesto que como lesbiana ejerzo violencia y mis compañeras ejercen violencia y nos encontramos gestionando nuestros enojos para no herirnos. Por supuesto que chantajeo, celo y lloro. Claro, ¿por qué lo iba a negar? si fui educada en este sistema. Pero la diferencia es que nos lo trabajamos para ir modificándolo, para ir desterrándolo de a poco de nuestras cuerpas. Es decir, nuestras violencias se dan en un proceso dialogado y que nos debatimos todos los días.
Pero ojo, no es cualquier proceso, es un proceso con otras mujeres, que no con un varón, como el sistema siempre ha querido. Es una apuesta dentro de la apuesta de la disidencia. No, no está fácil encontrarnos dialogando y vencer el patriarcado interno (la misogina, nuestra lesbofobia, el clasismo, el racismo, el adultocentrismo, nuestra gordafobia…), pero le seguimos apostando a construir otros caminos ajenos al de girar alrededor de un varón o varones. Le seguimos apostando a esforzarnos a construir otras mundas, burbujas de subversión y supervivencia alegre.
Después de todo y para ser sincera, me hubiera sido más fácil decir como mis compañeras heterosexuales “ni con mujeres quiero relacionarme”, total que la misoginia es siempre bien aceptada, festejada, adorada y disfrazada de lo que sea.
Después de todo y para ser sincera, debe ser más cómodo para la estabilidad mental hetera, imaginar y sostener que la violencia entre lesbianas es lo peor, a aventurarse a convivir con compañeras con las que puedes compartir orgasmos, películas, viajes, debates, trabajos, proyectos, con las que puedes trenzarte el cabello o raparse las unas a otras, cocinarse para sí mismas, lavar los platos entre todas, caminar juntas sabiendo que la gente las mira igual, que no es ella el varón que pedirá por ti en un restaurante, que no es ella quien te «aleccionará» sobre la vida, que nadie te quiere proteger, que son todas autónomas, que entre todas podrán cantar esa canción que tanto les gusta o correr en medio de un parque.
Después de todo y para ser sincera, debe ser más cómodo jugar a la lesbiandad feminista una noche, una marcha o una copa y seguir con tu noviecito de siempre, deseando a un varón según lo dispuso el patriarcado, sin que tu vida se altere, sin que tu cuerpa se altere, sin despeinarte un solo cabello, sin tener que vivir lesbofobia y precarización.
Sí debe ser mucho más cómodo, pero algunas preferimos la locura y la vida.
¡Malditas lesbianas! ¡Malditas! ¡Malditas! ¿Por qué no difunden que se la pasan tan bien?, le dije a mis amigas lesbianas lesboterroristas cuando descubrí de lo mucho que me había estado perdiendo…
PD. El otro día leía una entrada de un blog de cierta filósofa argentina cuyo nombre omitiré, en donde hablaba de cómo las peleas de box entre mujeres hacen que explore sus potencialidades al máximo porque sabe que está en condiciones iguales, lo que no sucede cuando entrena con varones que pueden lastimarla y ambas partes lo saben. Esto yo me lo explico, no es por ninguna condición natural, sino por una educación social. Ella cuando pelea con mujeres, asegura, puede entregar todo con la confianza de que sus cuerpos, su educación corporal y entrenamiento es igual, sin riesgo a mayor daño que explorar su fuerza al máximo, en un marco de seguridad. Y yo entonces pensaba, desde mi lesbiandad, ¿no será esa la lógica de la violencia entre lesbianas? ¿Que sabes que estás tablas y en igualdad de condiciones? No lo sé, tendría que preguntar a quienes se han violentado físicamente, solo me aventuro a señalar que la violencia entre lesbianas sí es patriarcal y heterosexual… desde nuestra construcción social de mujeres.
El artículo es genial, solo que me quedó sonando el final, me parece conflictivo pensar en las diversidades, o en diferencias (claras), corporales o no, como un temor a explorar de manera horizontal (como se plantea en el texto). Me queda sonando eso, de que entre ‘iguales’ (en condiciones, de alguna forma), es más sencillo experimentar la horizontalidad.
Por qué no citas el nombre de la filósofa argentina?