Por Lu García
Uno de los temas donde hay mayores objeciones en torno al tema del acoso callejero es lo que el discurso legal [hegemónico y patriarcal] ha llamado “miradas lascivas”, sobre todo al momento de caracterizar y reconocer una mirada de este tipo. Lo cierto es que hay muchas formas de mirar, pero no porque sea un acto subjetivo de interpretación variable, se puede refundir en el relativismo de lo que no puede caracterizarse.
Se puede decir mucho sobre las miradas, para quienes no tenemos algún tipo de impedimento físico o psicológico en torno al acto de ver, se convierte en una acción casi involuntaria. Cuando nos quedamos mirando a alguien de una forma en específico el otro comprende si hay una intención o un mensaje. Veamos algunos ejemplos:
Seguro sabe usted reconocer la mirada perdida, ese dirigir el rostro a un sitio y fijar los ojos en un punto, aunque la mirada esté muy lejos, persiguiendo un pensamiento. Otro tipo de mirada muy fácil de reconocer es aquella en que miramos a alguien tratando de reconocerle, porque sentimos que le conocemos aunque no se pueda precisar si sólo nos recuerda a otra persona, es la mirada del “soy o me parezco”. Existe la popularmente conocida mirada de borrego a medio morir, que, si la pensamos bien, refleja una especie de éxtasis ante la entrega al otro, es la mirada que evidencia el enamoramiento.
En las miradas hay intercambio y a veces también hay diálogo. Sin embargo, al ser un vehículo de comunicación que depende de la voluntad del quienes lo usan, puede ir más allá de comunicar un mensaje y convertirse en un acto invasivo.
Voy a confesar que me gusta mirar a las mujeres. También miro a algunos hombres, pero la mayor parte del tiempo son las mujeres las que llaman mi atención. Me gustan, a veces por su vestimenta o su figura, otras veces, por su modo de caminar. Hay una belleza especial en las mujeres que caminan de prisa y van ensimismadas. Es como si estuvieran en un sitio muy apartado de todos los demás, como una habitación propia.
Romper el ensimismamiento de una persona me parece una tremenda grosería. Por esa razón la mirada es apenas un atisbo. Contemplarle haría que mi mirada llame su atención y eso podría incomodar. Mi código de ética en la mirada implica jamás incomodar a nadie. Implica algo de timidez y otro poco de idealización del momento.
Desde ahí, no podría llegar a comprender nunca la lógica del acoso. Por eso es necesario partir desde otro punto. La mirada del acosador no aprecia la belleza de alguien, irrumpe. Ahí no existe la persona porque la tasajea, la fragmenta, la convierte en unas tetas, un culo, unas piernas, una boca. El acosador no idealiza el encuentro, no dialoga, cosifica.
El grado de irrupción, depende muchas veces del contexto y la proximidad. Algunos, sólo fijan la mirada en el cuerpo que se va alejando sin hacerle saber nada, pero sí exteriorizan el juicio que acaban de hacer, ya sea para sí mismos o para el grupo en el que se encuentren. No se lo guardan porque es necesario que se sepa que ellos son los que dictaminan.
Pareciera que se contentan con tasajear un pedazo de cuerpo y que lo fijan en su mente, como si fuera lo primero que han visto en su vida, como si fuera otro trofeo para su colección imaginaria. Esto sería casi inofensivo, de no ser porque no siempre se queda ahí, porque se considera natural, algo que todos hacen, y porque incluso piensan que es deseable y disfrutable para las mujeres.
No siempre se queda en lo ya relatado, depende de las circunstancias, porque a veces, el contexto da lugar a más interacción, si en lugar de alejarse, las personas se están acercando, eso da al acosador la posibilidad de cosificar a la mujer y enseguida hacerle saber que le está mirando el cuerpo, puede utilizar sólo un gesto, hacer un ruido o decir algo que apenas se entienda cuando ella pasa a su lado. Lo hacen de manera sutil, para que nadie más lo note, en el caso que vayan solos. Lo hacen de manera abierta y cínica, cuando están cobijados por un grupo. Rompen la tranquilidad de la otra, arrojan una valoración no deseada, no solicitada, (aunque en su mente y su lógica sea de otra forma). Ese mensaje no es un coqueteo, no te quieren conocer, no es un intercambio inocente, no es una situación casual y esporádica. Es una fórmula repetida hasta el hartazgo en la que refrendan que ese espacio y lo que hay en él, les pertenece y pueden decir y hacer lo que les venga en gana. La mirada del acosador no busca halagar, o que la persona se sienta deseada y valorada, busca someter. Por ello es que ante la respuesta, reaccionan violentamente.
La mirada del acosador es la misma si el cuerpo está expuesto o si apenas se adivinan sus formas a través de la ropa, la misma si el cuerpo es menudo o voluptuoso. Es la misma mirada aunque se trate de una persona púber, joven o madura, la misma así se trate de una persona que entra en la dicotomía genérica o no. La mirada es la misma porque tiene el mismo origen, un hijo sano del patriarcado, ése que se siente muy simpático cantando “mujeres divinas”, ése otro que le reza devotamente a la Virgencita de Guadalupe, ése que culmina su acto de acoso con un “con todo respeto, estás muy bonita”, sintiéndose por ello persona educada y alejada de la vulgaridad de su acto.
Si a usted nunca le ha tocado sentir una mirada de este tipo, investigue. Mire atentamente a su alrededor, porque sucede todo el tiempo. Seguro podrá encontrar alguna persona que haya tenido una desagradable experiencia de ese tipo.
Y por favor, tome en cuenta esa vivencia, tal vez no se trate de una encuesta realizada por una prestigiosa universidad, ni es la producción teórica de alguna persona con educación privilegiada, pero es un saber contextualizado e inmediato, en pocas palabras, valioso como cualquier otro.
Imagen: FB ecardsfeministas
Yo ví un vídeo q me ayudó mucho a hacer conciencia, creo q viví el acoso desde muy pequeña! Creo desde que tengo cinco años, ahora que entiendo y leo muchas situaciones que vivimos las mujeres!!! Gracias, esta muy bueno este artículo.