Opinión

No les gusta cómo protestan las mujeres. Qué bueno.

Por Montserrat Pérez Campos

Como cada 8 de marzo, las mujeres de diferentes partes del mundo salieron a la calle a manifestarse en contra de las múltiples formas de violencia que viven todos los días. Las mujeres marcharon también por las animalitas; por la salud; por la justicia para las víctimas de feminicidio; contra los estereotipos, entre otras muchas cosas. Como cada año, hubo represión. Como cada año, hubo acción directa también: fuego, pintura, aerosoles, graffiti

Como cada año, las redes están plagadas de opiniones muy sesudas (y no tanto) sobre la jornada y las protestas. «Es que son muy violentas», «Es que no son las formas», «Es que piden respeto y no lo dan».  Algunas se toman el tiempo de explicar la validez de cada manera de protestar, dan fuentes, tienen paciencia, intentan educar y defender a las otras. Miren, yo les voy a decir algo: a mí me da gusto que se enojen con cómo se manifiestan las mujeres y les voy a decir por qué.

Si los hombres saltaran de gusto cuando nosotras protestamos, cuando salimos a la calle, cuando hacemos arte o abrimos la boca para denunciar la violencia patriarcal, sería porque no les está afectando de ninguna manera. En Internet salen de vez en cuando mujeres que dicen que ellas sí salen, pero que respetan o que ellas por eso no se identifican con los movimientos feministas. A ellas les aplauden, les dicen que qué buenas mujeres son, que ellas sí son verdaderamente feministas y ellas se regodean en las palmaditas de los opresores. Es natural, la manifestación, la resistencia siempre enfrentará reacciones desagradables como comentarios sobre nuestro aspecto, doxxeos, amenazas e incluso agresiones que pueden escalar y eso, naturalmente, da miedo. La libertad da miedo. Enfrentarse al opresor da miedo.

No obstante, una protesta que es cómoda para el sistema, simplemente no es protesta. Por otro lado, el solicitar o exigir que las mujeres no incomodemos a nadie forma parte de los mandatos que tenemos desde pequeñas, ¿a cuántas no les dijeron en alguna ocasión «calladita te ves más bonita»? ¿A cuántas no les dijeron que tenían que comportarse, reírse sin hacer ruido, hacerse pequeñas y no opinar?

Entonces, cuando una mujer o grupos de mujeres incomodan, molestan, rompen, gritan, yo me alegro. Qué bueno. Porque esas mujeres no tienen miedo a ser una espinita en el zapato del patriarcado. Ahora, esto no ha pasado de la noche a la mañana. Estas marchas multitudinarias que vemos hoy en día no surgieron espontáneamente. En 2013 fui a mi primera marcha del 8 de marzo en la Ciudad de México. Éramos algunos cientos de personas, encabezadas por las familias de víctimas de feminicidio y mujeres desaparecidas. Poco a poco se han alimentado los contingentes, las jóvenes se organizan para pintar sus carteles, las niñas van en los brazos o de la mano de sus madres. ¿Hay diferencias? Por supuesto. ¿Hay desacuerdos? Incontables. ¿Eso invalida la protesta? Ni al caso.

Marcha del 8 de marzo de 2013 en la Ciudad de México. Fotografía de Montserrat Pérez.

Les da horror una estatua rayada o una puerta quemada, pero jamás les dará asco una mujer abusada o asesinada, porque son cómplices y autores de esas violencias. Diario escupen sus gargajos en la calle, se orinan en las vías del metro o en los monumentos históricos, se pelean unos con otros por equipos de soccer o porque se les metió un auto en el semáforo. Son capaces de matarse por una riña estúpida de bar, pero ¿nosotras somos las violentas, las que hay que juzgar y organizarse para hacer marchas (ridículas e insignificantes) contra una fecha ya bastante despolitizada como el 8 de marzo?

Qué bueno. Que molestemos y molestemos y les causemos agruras porque es un anuncio de lo que viene: la libertad de las mujeres.

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La Crítica