No nos deben ninguna disculpa.
Nos deben justicia.
Una disculpa es el ejercicio protocolar desde la lógica judeo-cristiana del reconocimiento del daño para que se pueda “perdonar”, es decir, para que se pueda “dejar pasar”.
Lo que se nos adeuda es justicia y, en una historia de más de 500 años de colonia, la justicia no está en una disculpa.
No se “disculpan” los asesinatos, las violaciones, los saqueos continuados, el lavado de cerebro con la idea de mestizaje, los templos y ciudades destruidas, los festejos ultramar de los 12 de octubre porque creen que nos “civilizaron”. Ni tantos y constantes dichos y actos de racismo durante cinco siglos y que no han terminado.
No es algo que sucedió hace siglos, quien lo piense no entiende nada de economía global.
Las guerras que hoy vivimos por el agua; los asesinatos de defensoras y defensores de los recursos de la tierra; la minería a cielo abierto; la falsificación y plagio del arte popular; la agonía constante de nuestras herencias culturales; la trata con fines sexuales y con fines laborales de mujeres de países más vulnerables; el alquiler de vientres de las mujeres de países vulnerables y racializados; el desprecio racista a la piel, a los modos de vida y a los saberes de los pueblos originarios; la antropología realizada por blancos sobre saberes y vidas de los no blancos… entre otras cosas…. Son producto vigente de los actos, constantes y actuales, coloniales, imperialistas y extractivistas que hacen más poderosos y ricos a los países y empresarios depredadores.
Por lo tanto, esperar reconocimiento de la deuda histórica, que cada día se renueva, por medio de las disculpas de un par de sujetos que no son más que agentes simbólicos de un entramado de intereses político-económicos es inocente e infructuoso.
La justicia habría de ser un proceso largo y complejo que no puede venir de los propios asesinos y saqueadores. Las múltiples formas de justicia la construyen, desde la dignidad, los pueblos para sí y por sí mismos.