Por Tatiana Duque
El Centro de Memoria Histórica es un establecimiento público colombiano de orden nacional que tiene como objeto reunir y recuperar todo el material documental, testimonios orales y por cualquier otro medio relativos a las violaciones de que trata el artículo 147 de la Ley de Víctimas y restitución de Tierras. Publica, desde 2008, informes anuales que abordan diferentes temáticas, todas relacionadas con el conflicto armado interno que padecía Colombia desde hace más de 50 años.
En el 2011, el Centro de Memoria publicó el informe llamado Mujeres y Guerra, Víctimas y Resistentes en el Caribe Colombiano que describe lo ocurrido en la Costa Caribe entre 1997 y 2005, cuando las Autodefensas Unidas de Colombia (Paramilitares) dominaron a los pueblos de la zona. Algunos de sus rasgos más notorios durante este periodo de conquista fueron la violencia contra las mujeres y la reconstrucción de un nuevo orden social.1
Este informe llama la atención, pues hasta hace poco (no más de tres décadas) la violencia de género no era tenida en cuenta a pesar de ser uno de los flagelos más victimizadores de la guerra. En un análisis pormenorizado, el Centro de Memoria Histórica señala que esta invisibilización tiene por lo menos dos anclajes reconocibles: uno, el discurso de los derechos humanos de raíz universalizante que, partiendo de la idea de igualdad formal, suprime las reales diferencias sociales y, dos, la subvaloración o menosprecio, dentro del conjunto de las violencias que atraviesan las sociedades contemporáneas, de la violencia contra las mujeres en particular, y la gravedad de sus implicaciones.
La violencia contra la mujer en el contexto del conflicto armado interno colombiano ha cumplido distintas “funciones” según los patrones de dominación dentro de los cuales se despliega: Se la utiliza para vejar a los adversarios o intimidar a las poblaciones, en una especie de violencia por interpuesta persona; se dirige contra el rol de liderazgo político o social directo ejercido por numerosas mujeres; es una violencia funcional a las dinámicas y prácticas de la guerra (reclutamiento, prostitución forzosa); o se puede tratar de una violencia no asociada explícitamente al desarrollo de los planes de los actores armados, pero que se aprovecha de la existencia de un escenario de confrontación propicia.2
Según se documenta en el informe, la violencia sexual contra las mujeres, además del acceso carnal violento, se ejerció, entre otras formas, mediante la desnudez forzada, la tortura sexual, el establecimiento y exigencia de pautas de relación entre hombres y mujeres en el ámbito afectivo y sexual, y la esclavitud sexual y doméstica. La consolidación del orden patriarcal y de guerra de las AUC también se ejercía mediante el asesinato de de mujeres líderes o contestatarias, las restricciones a la movilidad y a la sociabilidad, y el confinamiento de muchas de sus actividades en el ámbito privado.
La resistencia, el empoderamiento y la resiliencia, son fortalezas que atravesaron a las mujeres del Caribe colombiano en esta “era del terror”. Una de los puntos que más se resalta, es que el Grupo de Memoria Histórica encargado de recopilar y relatar este informe escapó del lugar común de la victimización de la mujer y fue más allá: le dio a un lugar transformador dentro de la guerra desde una mirada crítica.
El conflicto armado ha significado la transformación forzada y la multiplicación de los roles de las mujeres. Esto es, a sus actividades habituales se le suman otras destinadas a afrontar los vacíos dejados por la muerte de sus familiares y a asumir nuevos roles dentro de situaciones de vulnerabilidad extrema. Las mujeres ocupan, entonces, un papel que se opone al de víctima, haciéndose más visibles y transformándose en voceras o promotoras de iniciativas de memoria y resistencia, o gestoras de paz y artífices de la movilización por la justicia y la reparación.3
Frente, y a pesar, de la victimización sufrida y la amenaza constante por su participación en la esfera pública, muchas mujeres han ejercido el liderazgo en sus comunidades en ruptura con los marcos del mundo doméstico al cual han estado asociadas casi de forma exclusiva. Sus iniciativas tuvieron que ser constantemente transformadas para continuar con su trabajo de apoyo sin levantar sospechas de los grupos armados.
El otro rostro de la guerra no es la mujer víctimizada, es la mujer empoderada; proyectos e iniciativas de largo aliento surgieron para resignificar la vida y exigir derechos desde el compartir con otras mujeres. En este proceso de resignificación, los proyectos de vida no solo involucraron la individualidad, sino que se plantearon desde parámetros colectivos: resistir a la guerra, aportar a la paz y, con ello, crear sentidos sociales.4
Notas y referencias:
1 Mujeres y Guerra, Víctimas y Resistentes en el Caribe Colombiano. Informe del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. 2011.
2 Ídem.
3 Ídem.
4 Ídem.