Por: Luisa Velázquez Herrera «Menstruadora»
Mi tatara-tatara-abuela no se sentaba en los cafés de París con las mujeres revolucionarias. Tampoco estuvo la bisabuela en los disturbios de las mujeres sufragistas de principios del siglo XX. Mi abuela no fue a la universidad en la década de los setenta; más bien, cuando las mujeres universitarias de la Ciudad de México se organizaban en el movimiento estudiantil y movimiento de las mujeres, mi abuela era obligada a parir a su tercera hija en un poblado rural del sur de Puebla. Tenía aproximadamente 18 y se la había robado mi abuelo a los 16, un hombre indígena y empobrecido, como ella, que la maltrataría hasta dejarla desecha.
En 1985 cuando se emite el ajuste estructural para América Latina, mi madre cumplía 17 años y estaba a cargo de todas sus hermanitas y hermanitos, pero dos años después estaría embarazada y recién cumplidos sus 19, me pariría a mí, su primera hija de cuatro. Por el lado de mi padre, sé que mi abuela se dedicaba a limpiar casas de gente acomodada y que murió apenas cumplidos los cincuenta y pocos. No la conocí, falleció cuando mi padre tenía 13, el último de 12 hijos e hijas. Ninguna abuela rebasó los primeros años de primaria. Mi madre hizo un bachillerato técnico. Esto significa que provengo de una historia de racismo y clasismo de las mujeres latinoamericanas.
Mi madre, mis hermanas y yo, todas admiramos a las mujeres blancas, blanqueadas y acomodadas de nuestro contexto, pero esa no es nuestra historia. Ellas aparecen en nuestros libros y nos enseñaron que abrieron camino, yo misma reconozco sus aportes, pero esa no es nuestra historia. Incluso en el feminismo se repite el mismo esquema, admirar a las mujeres blancas, pero esa no es nuestra historia. Hay que buscar la nuestra, recuperarla, mirar nuestras raíces y desde ahí hacer geneaología. Desconfiemos de aquellas que solo pueden reconocer y citar a las mujeres blancas, es probable que esa no sea nuestra historia.
No se hace geneaología hablando de la vida de las que están arriba de nosotras, de las patronas, de las mujeres a las que la abuela les lavaba la ropa, les limpiaban los pisos y mi madre les acomodaba sus productos en sus tiendas, no es tampoco nuestra compañera la nieta de esas mujeres porque tampoco convivimos con ellas, ellas aún rondan las universidades privadas, las tiendas de grandes marcas y dan órdenes a las demás. Nuestra geneaología es mirar a los ojos de nuestras madres, de nuestras abuelas, de nuestras tatarabuelas guerreras. Ahí es donde vamos a encontrar las pistas de quiénes somos, de qué estamos hechas y los caminos empezados de nuestra libertad, porque provenimos de ellas y de nadie más.
La historia nos ha demostrado que la geneaología de las patronas solo sirve a las nietas de las patronas, las mujeres que aún dan órdenes y dictan cátedra en los medios de comunicación, ellas que felizmente venden y destazan el cuerpo de nuestras compañeras y hermanas, ellas las iluminadas, las que poseen la luz de la ilustración francesas, ellas las bonitas según los cánones de belleza, ellas las que sí saben porque citan a otras mujeres eurocentradas, ellas las doctas de los grandes temas según las jerarquías de los hombres. Esa no es nuestra historia.
Gracias por hacernos mirar nuestros lugares, donde podemos rescatar nuestras historias de lucha y resistencia.
Mi familia se parece mucho a la tuya!!!!
Un abrazo
Gracias me sana el alma
Gracias por compartir, escribiré lo que pueda rescatar de mis ancestras.