Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
El 4 de diciembre de 1887, Mateana Murguía de Aveleyra y Laureana Wright se dirigieron a la imprenta Aguilar e Hijos, en la Ciudad de México, para entregar el original de su periódico “Violetas del Anáhuac”, que sería una de las primeros periódicos feministas en México.
“Aquí estamos. Venimos al estadio de la prensa a llenar una necesidad: la de instruirnos y propagar la fe que nos inspiran las ciencias y las artes. La mujer contemporánea quiere abandonar para siempre el limbo de la ignorancia y con las alas levantadas desea llegar a las regiones de la luz y la verdad”, escribieron las mujeres en su primera publicación.
Esta información fue recopilada por la periodista y doctora en Comunicación, Elvira Hernández Carballido, quien participó en el conversatorio “Mateana Murguía (1856-1907): una violeta con estilo”, organizado por el Museo de la Mujer.
De acuerdo con Hernández Carballido –autora del texto “Dos violetas del Anáhuac”, Mateana nació un 21 de septiembre de 1856, en Etzatlán, Jalisco. Su madre era ama de casa y su padre médico.
A Matena se le conoce como precursora del feminismo en México a finales del siglo XIX porque fue una de las maestras más conspicuas de su época y escribió muchos textos críticos sobre la condición de vida de las mujeres mexicanas de esa época, además de que fue cofundadora y luego directora de la primera publicación dirigida por mujeres: las Hijas del Anáhuac.
Mateana se casó tres veces; su primer matrimonio fue a los 19 años de edad y tuvo una hija, de nombre María. Enviudó un año después. “No quiero pensar qué hubiera pasado con Mateana, si no hubiera enviudado, ¿hubiera hecho todo lo que hizo?”, reflexionó Hernández Carballido al relatar su historia.
Tras enviudar por primera vez, Mateana se inscribió en 1877 a la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Mujeres, donde estudió gramática. También formó parte de las sociedades literarias “Las Hijas del Anáhuac” y el Liceo Hidalgo, integrada por intelectuales de la época.
De acuerdo con Hernández Carballido, se sospecha que Mateana estudió en la Escuela Secundaria para Niñas y en 1878, a los 22 años de edad, recibió el título de profesora, que ejerció en una escuela de Huichapan, en Hidalgo, donde un año después se convirtió en directora. Durante seis años se dedicó absolutamente a su profesión, dio clases en primarias de provincia y en la ciudad, llegó a ser directora de varias escuelas.
En 1881 fue trasladada a Jalisco, donde recibió un reconocimiento por parte del ayuntamiento de Guadalajara por ser la primera profesora del país en poner en práctica la gimnasia de salón.
“La veo y la imagino con mucha iniciativa, con mucha creatividad, como pensando qué cosa hacer”, reflexionó Carballido al respecto de la vida de Mateana.
Al ser tan destacada en su labor, el entonces presidente Porfirio Díaz pidió que Mateana fuera transferida a la Ciudad de México para ser directora de la escuela de Párvulos, anexa a la Normal de Maestros.
En 1885, ya en la capital del país, Mateana empezó a publicar sus poemas en revistas literarias. Después fundó su propia publicación, en el Instituto de Artes (donde dio clases). Su primera publicación se llamó “Violetas”, al que invitó a colaborar a varias poetas mexicanas, entre ellas a Laureana Wright, y desde ese entonces se hicieron grandes amigas. Actualmente ya no existe registro de esta publicación.
Tras el proceso de Independencia, Mateana dio a luz a un niño y siguió dando clases, escribiendo poesía y colaborando en distintas publicaciones. De acuerdo con Hernández Carballido, Mateana reflejó a través de sus escritos la vida cotidiana de las mujeres del siglo XIX, sus costumbres, preocupaciones, diversiones y sus formas de ser.
Junto con Laureana Wright, Mateana fundó el periódico semanal “Violetas del Anáhuac” en 1887. De acuerdo con la investigación de Hernández Carballido, durante todo el tiempo que colaboró en las Violetas del Anáhuac, desde el primer número hasta el último, publicó artículos sobre la situación femenina (especialmente) y sobre temas generales. En algunos de sus artículos, Mateana Murguía describió a algunas mujeres cuyo carácter, comportamiento y reacciones en determinadas situaciones las distinguían de las demás. Mateana escribía y describía a otras mujeres pero lo hacía con mirada crítica, por ejemplo:
“No quiero dejar en el tintero a las púdicas que no se atreven ni siquiera a llamar por su nombre a las piezas de ropa interior; que se escandalizan de todo, y que sin embargo, son capaces de sostener la conversación más simple y más salpicada de doble sentido, porque estos ángeles tienen pervertida la imaginación y constantemente acechan una oportunidad para dar, con todo recato, rienda suelta a los pensamientos que las atormentan. Estas castas susanas obligan, aun a las personas de su familia, a hablar casi con enigmas y a completar su conversación con gestos que ellas sorprenden siempre y que interpretan a la perfección”.
No obstante su mirada crítica, Mateana construyó relaciones profundas con las mujeres con las que colaboraba. “No es la indulgencia de la amistad sino la imparcialidad de la justicia lo que mueve nuestra pluma al tribunar un pálido elogio a la mujer que, sola y combatida por la suerte, ha sabido sostener con el fruto de su talento, con su honorífica profesión, su dignidad de señora y jefa de familia, sin que la miseria, escollo ante el cual se estrellan generalmente la ineptitud y la timidez femenina, haya podido penetrar jamás en el sagrario de su hogar, donde ha velado con solícito interés por la tranquilidad de sus padres, hermanos y de su hija, cuya educación, con noble afán impulsada, es el sueño dorado de su ilusión”, escribió su compañera Laureana sobre la personalidad de Mateana Murguía.
Escritora por vocación, Mateana también escribió poemas en los que plasmaba más que su crítica social, sus emociones. Por ejemplo, este poema dedicado a su hija:
“Si pudiera liberarte mi amor profundo
De los negros pesares que ofrece el mundo
Te trazara una senda de blancas flores
Donde sólo encontrarás dichas y amores.
Más si no puedo hacerte tan venturosa
Como sueña mi alma
Oye amorosa
mi voz enternecida cuando te dice:
Dios a las niñas buenas ama y bendice
Sé siempre buena
Y alivia al que sufre la negra pena”
Mateana también escribió sobre la importancia de la educación para las mujeres y, como profesora, habló de las condiciones laborales y de vida de las maestras en esa época:
“Por una disposición que no nos atrevemos a calificar, los profesores disfrutan de 60 pesos y las profesoras solo perciben ¡45! Y aunque los 60 no son tampoco suficientes para atender a los gastos de una familia, que además de alimentación necesita lavandera, criados, ropa, calzado, etc, los 45 lo son mucho menos.” escribió en 1887 en su texto “El profesorado en México”.
En una carta de 1889, publicada en su periódico y dirigida a regidor Ramón Rodríguez Rivera, Mateana defendió:
“Le recuerdo que los profesores hombres tienen como alternativa dar lecciones a domicilio más [sic] no así las maestras, porque en México es todavía un delito que una señorita ande sola por la noche y además el trabajo que la obliga a tener en constante actividad todas sus facultades no le deja ya fuerzas para entregarse a nuevas tareas”.
“Es sarcástica pero tiene un humor negro delicioso, que a veces te llega al estómago y otras veces te sacude”, explicó Hernández Carballido sobre el estilo irónico de Mateana, quien también escribió críticas periodísticas sobre teatro.
Para la última década del 1800, Mateana se jubiló como maestra, pero empezó a practicar la fotografía y fue invitada a colaborar en el periódico “La mujer mexicana”, integrada por mujeres jóvenes y por otras que habían formado parte del equipo de Violetas del Anáhuac. Mateana Murió un 23 de junio de 1906 por una enfermedad.