Escribo esto ahora que está fresco. Ahora que me está pasando y me atraviesa completamente. Me siento desconectada de mi cuerpa. Me veo y no me encuentro ni en las fotos ni en el espejo ni en mis recuerdos sobre mi rostro.
Entiendo esta desconexión más como un desencuentro, que no es el primero y tal vez no sea el último. Voy a decirlo como es: me siento fea. Hace mucho que no me pasaba. Sí tengo días en los que me miro y no me siento del todo bien, pero he trabajado ya conmigo muchos años y ese trabajo ha dado frutos positivos: he logrado verme, la mayor parte del tiempo, a mí misma sin los filtros impuestos sobre lo que debería ser.
¿Cuántos años pasé, antes de llegar al feminismo, pensando que jamás sería suficiente, ni sería amada, ni me gustaría? Pues más de veinte, y me considero bastante afortunada, porque pude haber pasado toda la vida sin darme cuenta de que la belleza es una imposición y que en realidad no es ni mi obligación ni mi objetivo en la vida ser considerada «bonita» ni «deseable». Al final, sé con cada fibra de mi ser que este deseo no es para mí ni para otras mujeres, sino que fue construido para que fuésemos consumidas por los hombres, para que ellos nos disfrutaran, que la pasaran bien o que nos volvieran parte de su propiedad. Y yo no quiero eso para mí.
La cosa es que, por mucho que yo lo sepa, por más que tenga esas certezas, de pronto mi cuerpa se me vuelve extraña. Como si no terminara yo de encajar en mí, como si tuviese que presentarme a mí misma delante del espejo y decir quién soy y qué quiero y por qué estoy aquí. Y empieza un diálogo, que a veces es largo y a veces es corto. Ahora ha sido muy largo.
Empieza con mi gordura. Ah, ser una mujer gorda de mi edad. Es un paquete muy interesante, más considerando que, por más que me digan que me voy a morir, no me la creo, menos porque estoy consciente de mi salud, de lo que necesito, de las cosas que consumo o no y sus consecuencias. Pero está ahí el mundo duro y dale con que si no eres delgada, estás enferma y la obesidad, sus grados, las violencias médicas y los juicios sociales. Esto último me llega a lastimar, porque miren, yo ya sé que soy la amiga gorda, y no sólo eso, sino que soy la amiga gorda que no tiene miedo de mostrarse en fotografías, que habla desde un activismo del cuerpo y de las mujeres, que le tiene terror a que las sus amoras se odien a sí mismas, entonces comparte.
Y siempre llegan los comentarios positivos, el que otras se sientan bien, pero también sé que, por más que a veces tenga sentido para ellas lo que digo, voy a ver a las mismas mujeres compartiendo imágenes gordafóbicas, hablando con desdén de la gordura, midiéndose y comparándose y riéndose. Entonces yo me encierro en mí misma, no entiendo muy bien si lo que hago sirve para algo o no, o si nada más me expongo para que se rían de mí. Sé que no, porque afortunadamente tengo compañeras que han compartido conmigo sus experiencias corporales y con la gordura y sé que estamos juntas en esto, pero ya ven. Éste es uno de esos desencuentros.
Por otro lado, últimamente veo mi rostro y me encuentro… cansada. Me veo las ojeras, las arrugas, el ceño fruncido. Pero no me siento así, bueno, que después de dos años de enfermedades y pérdida, entiendo que mi rostro haya pagado las consecuencias, pero apenas lo noté. «Ella es Montse, me digo, ella eres tú, somos nosotras, ¿sí?», me digo mentalmente, pero igual siento que aún nos tomará un rato sentirnos cómodas, que vuelva a sentirme una unidad, pues.
Narro estos desencuentros con algunos propósitos:
Por otro lado, ya conozco algunos caminos de vuelta a mí, los relaciono con la música, con un llamado que me hago muy dentro en el que me digo que debo volver, que me estoy esperando, que no debo vivir en el dolor o en la tristeza, que mi rabia es digna, que mi cuerpa es mía, que yo soy yo y solamente puedo ser yo.
Quizás engordamos para anclarnos y que no nos lleve el viento, protegernos de este mundo que muchas veces nos lastima. También es tarde. Y no me reconozco en el espejo. Y quisiera sentirme fea menos veces de lo que realmente sucede.
ALV (acaríciame la vulva, jajaja), que si no fuera por ustedes, no sé qué sería de mí. Que precisamente, leyendo a otras mujeres reconecté con más fuerza que nunca. Es verdad. Seguí escribiendo. No estamos solas… no lo estamos!!!
Gracias, Montse 💜