Por Itzeltal
Del feminismo he aprendido a dejar de no-pensarme, es decir, a darme historia. En este pensarme histórica, una de las herramientas que más he utilizado (y de las que más me ha costado) es la de hacer remembranzas de mi pasado; cerrar los ojos y recordar imágenes, palabras, formas, frases enteras, clases, andares, conversaciones, sentires, pensares, dudas, caras, expresiones, cuerpos. Recordarme a mí para encontrarme entretejida y partir de mi existencia para devenir lesbofeminista ha sido una constante.
Entre estas reminiscencias una se me presenta en estos días. Cuando iba en la primaria había una materia llamada Ciencias Naturales, en ella nos enseñaban de manera reiterada que tooooodoooooos los seres humanos vivimos un proceso “natural” en común y mediante un discurso comparativo muy conveniente (que no deja de ser interpretación) nos mostraban nuestra similitud con plantas y animales para darle mayor confiabilidad a lo enseñado (eso sí, las excepciones apenas eran mencionadas, en voz baja y sin seguimiento, como algo curioso o antinatural). Sí, hablo del famoso NACER, CRECER, REPRODUCIRSE Y MORIR. Perdí la cuenta de cuántas veces lo escuché, no así el recuerdo que retumba como eco. Me pregunto qué habrán pensado las demás cuando lo escuchaban, qué sintieron, cómo impactó en sus caminos, por qué nunca lo hablamos entre amigas y sólo lo dábamos por hecho como la verdad. Cómo se encarnaron esas palabras hechas frase casi imperativa de lo que debe-ser nuestra existencia. Sin entrar en cuestiones ontológicas sobre lo que es nacer, crecer y morir, quiero subrayar más bien la parte de re-pro-du-cir-se (que mucho ha sido el pilar de debate de las ciencias naturales en los últimos años para definir lo vivo o diferenciar lo vivo de lo no-vivo).
La reproducción en términos biológicos se presenta más o menos clara; una vez que estás en edad reproductiva tendrás hijes y eventualmente morirás. En términos culturales, no se analiza ni está clara.
Nacemos en un mundo cargado de historia, cultura, lenguaje, discursos… Nos interpretan el cuerpo con base en ciertos estándares harto sospechosos y cuestionables, nos dan sexo-género (sólo uno de los dos posibles), nos nombran (en femenino o masculino) y nos dan lenguaje (sexista, machista, androcentrista). No nacemos, nos nacen. Del mismo modo vamos creciendo según algunas teorías del desarrollo de reciente manufactura, con algunas bases biologicistas y evolucionistas, y ahí aprehendemos más y más sobre/en el mundo; por ejemplo, que hay juegos diferenciales, que los niños pueden jugar futbol en todo el patio, pero las niñas tienen que buscar algún lugar seguro para no ser alcanzadas por el balón o que, si juegan con ellos, serán llamadas machorras.
Recuerdo al hombre aquel al que le escuché decir que quiere que su hijo crezca sin saber mucho de sexo y que respetaría su orientación sexual, pero al rato le pregunta si ya tiene novia o qué niña le gusta. Ahora que lo pienso, esos libros con imágenes en la primaria solían mostrar a familias o parejas de mujer-hombre, gente blanca, delgada y sonriente (da para analizar las imbricaciones). Cartitas de: «¿Quieres ser mi novia? SI o NO» circulaban en hojas de cuaderno. Parejas y dramas en el salón de clase a medida que crecíamos. Violencia, celos, especulaciones, ley del hielo, llanto, corazones rotos, reencuentros y reproducción de lo mismo. ¿Dónde quedaba la gente feliz que se supone que deberíamos ser según los discursos aquellos? Compañeras embarazadas desde los 15 años, hombres que las dejaban al enterarse, a los 6, 12, 20 meses. Ahí-llegó-ese-reproducirse. Pero cualquiera que fuera, casi siempre tiene el trasfondo de otra reproducción, una tan evidente que resulta difícil de notar o nombrar, una de peligro de muerte. Sí, la reproducción de la heterosexualidad.
Nacer, crecer, reproducirse y morir. Se presenta casi como una ley, un mandato, el camino, la norma, lo normal, lo natural, lo lógico, lo único, lo todo-lo-demás-es-una-aberración. Hay una trampa en todo esto, la sospecha se hace necesaria. Falta nombrar la parte más importante de la frase, la que le da todo el sentido, de la que se alimenta cada Institución, la que nos oprime sin que lo notemos. Se trata pues de NACER, CRECER, REPRODUCIR LA HETEROSEXUALIDAD Y MORIR.
Por mucho que se siga sosteniendo el discurso tramposo igualitario, esta sociedad nos sigue nombrando, interpretando y leyendo en dos; andamos por la calle y para las miradas que circulan somos mujeres y en tanto que tal somos objetos de consumo, ser-para-el-otro, un útero, un cuerpo que da placer, una que sirve, una que es violable, matable. Las mujeres nacemos, crecemos, reproducimos y morimos de manera diferente, pero siempre en un lugar específico que el régimen heterosexual tiene para nosotras. En la primaria no nos dicen el peligro de muerte que representa asumir esa heterosexualidad que nos regalan como lo normal, ni siquiera hay otras posibilidades presentes y al ser esa la única y verdadera la reproducimos a tal grado que no se vuelve algo para cuestionar, analizar y trabajar.
Reproducir la heterosexualidad va más allá, muuuuuuucho más allá del pensamiento simplista de entenderla como hombre y mujer procreando. No olvidemos que mujer y hombre son construcciones culturales que se sustentan en la opresión de las mujeres, que los discursos biologicistas son interpretaciones ligadas al poder masculino, que procrear se presenta como mandato para las mujeres, que las “diversidad sexual” se va aceptando siempre y cuando siga siendo capitalista, que las lógicas de los discursos religiosos, legales y médicos son binaristas y refuerzan la heteronorma, que el heteropatriarcado es omnipresente, que las mujeres seguimos siendo violentadas de tantas maneras que no puedo nombrarlas en estas pocas líneas, que si no seguimos el mandato “natural” de nacer, crecer, reproducir la heterosexualidad y morir y en su lugar buscamos fugas, seremos perseguidas, acusadas, violentadas, que la heterosexualidad obligatoria nos está matando.
Para leer más sobre la heterosexualidad como régimen dentro de estos discursos que la enuncian pero esconden sus efectos nocivos, les recomiendo buscar textos de Monique Wittig, Gloria Anzaldúa, Audre Lorde, Selene Romero, Luisa Velázquez, Mariana Bertadillo o Nadia Rosso. O bien escribir sus propios textos, hacer estos ejercicios de pensarse históricas son importantes y necesarios para que sigamos nombrando las opresiones y busquemos fugas.