Por Andrea Ávila
Hace unos días escuché decir a una mujer en cuarentena post-cesárea, que la maternidad no es tan natural como la pintan. Estaba honestamente sorprendida de que nadie le hubiera advertido de la “realidad de la maternidad” (yo había intentado desmitificar el tema antes de su embarazo, pero al yo no ser madre me había descalificado por completo).
Siguió desahogándose de la terrible recuperación de la cesárea, el cansancio extremo, la dolorosa experiencia de amamantar, sobre lo desgastada y confundida que se sentía. Continuó preguntándose, con una tierna ingenuidad, cómo es que las mujeres salen arregladas y luciendo perfectamente al poco tiempo de haber parido. Así como en las películas, comentó.
Me sorprendió ver a esta mujer “de mundo”, con un lugar privilegiado en la esfera social, con una interrogante tan mayúscula sobre el lío en que se había metido, a unas semanas de haber iniciado la maternidad. Me pregunté, ¿qué no se lo cuestionó antes? ¿En qué estaba pensando cuando decidió embarazarse? ¿Decidió conscientemente lo que hizo con su cuerpo? ¿Sufrirá esa criatura las consecuencias de un embarazo tan inconsciente?
Y entonces pensé si realmente el embarazo forzado está tan lejos del embarazo inconsciente. ¿Cuántas mujeres deciden embarazarse a voluntad, basando su decisión en historias, opiniones y estadísticas falsas? ¿Cuántas mujeres desechan la información oportuna, sobre el cuidado de su cuerpo y las opciones de planificación familiar? Todo por la firme convicción de que pensar en esas cuestiones, va en contra de sus deseos, de su propia naturaleza. Estas mujeres defienden que lo que más desean (o debieran desear) es tener un hijo… así como en los cuentos de hadas.
La visión de la maternidad como una vocación que se tiene o no se tiene, es rechazada en una gran cantidad de grupos sociales, en su mayoría conservadores. Y es que naturalizarla es mucho más conveniente para el régimen heteropatriarcal por muchos más motivos de los aparentes.
Además de perpetuar la especie, las mujeres con hijos o embarazadas suelen tener un ancla a la institución familiar. Una vez que nace su primer hijo, una mujer es más fácilmente vulnerable a la opresión en su propia casa. Una mujer que es madre, debe poner a sus hijos por delante de ella, debe buscar protegerlos y proveerlos a como de lugar, sin importar las consecuencias sobre su cuerpo o persona, así nos enseñan desde niñas que la maternidad es natural.
Pero hay otra cara en este asunto, y es que las madres o mujeres embarazadas en su mayoría, tienen menor participación política. Tienen menos tiempo para estar enteradas de la situación política, tienen que cuidar a los hijos, lo cual no les permite asistir siempre a los lugares de participación ciudadana y/o social. Las madres deben ser cuidadosas, prudentes y decentes, eso es lo natural.
Volviendo al caso de esta conocida, ella decía con algo de resentimiento que ninguna de sus amigas o familiares le había advertido de la situación real de la maternidad. Cuando las confrontó, la gran mayoría le dijo que lo hicieron por su bien, porque, si no, jamás se habría animado a hacerlo. Lo cual implica que el ánimo o motivación cumple una importantísima función a la hora de convertirse en madres. Nunca será fácil e involucrará muchos sacrificios, sin embargo, si la disposición y el ánimo es grande, las probabilidades de sobre llevarlo con éxito serán mayores.
Un gran porcentaje de mujeres se decepciona terriblemente al casarse, cuando el encanto de la luna de miel (si es que existe) deja la realidad de un nuevo rol de opresión y, en muchos casos, de trabajo doméstico no remunerado. En esa misma línea, piensan que al tener un hijo su instinto y vocación natural despertará. Pero no siempre es así. El problema es la confusión entre afecto e instinto, entre tradición y vocación.
Se nos olvida que desde que nacemos nos han hecho máquinas de reproducción, no en el cuerpo, sino en la mente. Nos han vendido historias rosas, elaborados cuentos de hadas sobre como el amor de madre es el más grande que conoceremos. Y así es como muchas mujeres se animan a embarazarse, sin saber o cuestionarse qué es la maternidad. Quizá esto no pueda llamarse embarazo forzado, pero sí embarazo inconsciente.
Los medios del sistema capitalista, van preparando los cuentos de hadas y los empiezan a vender tan pronto las niñas se adueñan del lenguaje. La idea de estabilidad que llega “naturalmente” con un hijo fue posiblemente creada por los dueños de las grandes empresas que necesitaban tener empleados, que por esta responsabilidad no pudieran renunciar y aceptaran prácticamente cualquier condición de trabajo. La institución familiar también presiona, porque no basta una misma para ser feliz, una debe encontar a una media naranja que nos complete. Por supuesto que después ya no bastan dos, debe haber una trascendencia, un heredero, un testigo vivo de la genética e historia familiar.
Y en ese cuento donde la heterosexualidad se ha querido imponer como obligatoria, la mujer debe estar convencida y cooperar de manera autónoma, es lo más fácil. Cuando un esclavo busca su propia cadena, se amarra y avienta la llave al río, no puede haber evento más conveniente para quien será su amo. Pero, ¿quién es el amo en el caso de una mujer embarazada?… ¿Es el hijo? ¿Es el Estado? ¿Es la institución familiar?
Este engaño, que en pleno dos mil quince sigue coaccionando a mujeres dudosas para que sigan ejerciendo con su aparente libre voluntad la maternidad genera una triste realidad: Tener un hijo es continuación de la decepción del amor romántico.
Me pregunto, ¿por qué no hemos encontrado como sociedad el lugar correspondiente a la maternidad? Como vocación, como un trabajo que debe ser valorizado y remunerado, como una opción más de vida, como una posiblidad que debiera poder analizarse desde una base objetiva, o por lo menos honesta.
¿Cuál es el miedo del sistema patriarcal de que nos cuestionemos la naturalidad de la maternidad? ¿Será que nos demos cuenta de nuestro real potencial, de que somos sujetos políticos con real incidencia, de que somos capaces de vencer al sistema mismo?
Quizá el ser antinatural es un privilegio y una posibilidad que podemos dejar a futuras generaciones. Quizá ser antinatural es no olvidar que lo personal es lo político y que nuestras acciones influyen a otras y tienen trascendencia. Quizá ser antinatural es cuestionar la obligatoriedad de nuestro deseo de maternidad.
Por lo menos eso es lo yo y muchas otras mujeres estamos tratando de hacer. Hoy cuestionamos el sistema, hoy buscamos encontrar nuestra verdad, nuestro deseo, nuestro poder y verdadera voluntad. Seguiremos develando la inconsciencia de la maternidad a tantas mujeres que viven aún en la fantasía de los cuentos de hadas. Aunque mi padre, mi abuela y los políticos de derecha nos llamen antinaturales.
Excelente columna, la aplaudo por una razón que me parece urgente y que es precisamente la necesidad de cuestionarnos, como mujeres, el deseo de ser madres: ¿es realmente un deseo, una vocación? ¿Qué cambiaría de no llevar adelante la maternidad como proyecto?
La comparto, con mucho gusto.