Letras Púrpura

[Letras Púrpura] Feminismo – metrópolis y pueblos originarios– el GRAN RETO

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Maria Rosa Dalurzo 

Política también es el arte de establecer alianzas en pos de objetivos comunes. En este sentido, el desarrollo que tuvieron las corrientes feministas desde la posguerra ha marcado un después muy heterogéneo que necesita vertebrarse y unificar la voz de millones de mujeres sometidas por el sistema capitalista patriarcal (en adelante  CP). Unificación que tiene sus límites en la gran diversificación de los países metrópolis en relación a aquellas zonas que el CP llama “países emergentes”, pese a su clara intención de uniformar la pobreza generada por una “crisis” que premeditadamente no piensan resolver, haciéndonos retroceder globalmente ante “conquistas” que son sólo un espejismo ideal para la creación de falsas necesidades y un consumismo insostenible e inmoral dada la extrema necesidad de gran parte de la población mundial.

Esta diversificación se expresa por un lado en un feminismo institucional y paternalista de criterio orientativo, tras el que se oculta la convicción de ser poseedor de la verdad; en un racismo soterrado basado en la preeminencia blanca con patrón cultural-occidental-cristiano y un “clasismo intercontinental”, que desprecia la voz de quienes sufren la más aguda discriminación de la pobreza, con objetivos marcados desde fuera de la realidad, que en lugar de compartir, comprender y conectar nos lleva a una mayor incomprensión. Este feminismo, no olvidemos además, es el destinatario de la ciertamente escasa financiación de quienes representan al sistema que origina los males que pretenden combatir. Por el otro, y sin vistas a resolverse, está allí, la ferocidad de esa miseria a que nos referíamos y a la que se condena a los llamados pueblos originarios, expresada en la falta de instalaciones elementales para suministros de energía y agua potable, la inanición y exterminio por hambre y sed por agotamiento de acuíferos, la falta de rudimentos en educación y sanidad básicas, epidemias como paludismo, ébola o sida, de la que no son “inocentes” la complicidad de gobernantes y líderes locales ante la penetración que esquilma territorios y el desequilibrio ecológico que esto genera, dejando tras de sí una absoluta carencia de los insumos más básicos y una inmovilidad social que mantiene vivas costumbres, prácticas y creencias que afectan profundamente a la mujer y los pueblos originarios en su conjunto.

¿Cómo hacer pues, para congeniar esa realidad con el feminismo de las Metrópolis en que las mujeres blancas (eso sí) gozan de cierto reconocimiento, y un estándar infinitamente superior al de sus hermanas de piel oscura, expresado no sólo en instalaciones energéticas adecuadas, sino también por un relativo acceso a educación y salud, protección jurídica básica, una renta per cápita que pese a su distribución no equitativa, aún está muy por encima de aquellas “otras” y que, pese a estar bajo el espectro de la crisis, aún tienen la ventaja de que ésta no ha alcanzado cuotas de pobreza tan absolutas como para igualarlas?

Es cierto que las conquistas adquiridas por este “primer mundo” y que se creían definitivas están comenzando a retroceder: la tasa de feminicidios aumenta escandalosamente y continúan sin parar cierres y despidos que obligan a las mujeres a retornar a actividades de cuidado no remuneradas. La falta de reconocimiento del trabajo doméstico o el derecho a la maternidad son aún una cuenta pendiente, donde el abandono de estudios se incrementa y disminuye el ya antes escaso y ansiado tiempo libre, todo esto adecuadamente disimulado por el sistema, que sigue creando necesidades accesorias para que no se planteen las esenciales, manteniendo vigente así el abismo que nos separa de los “feminismos originarios”, porque, así como hay pueblos originarios, también existe un feminismo natural y originario –no por nada el patriarcado es anterior al capitalismo y se cuenta además con muchos años de colonialismo capitalista agregados– donde las mujeres fueron y son menospreciadas y apartadas del hacer social, desde la configuración de los estados por sobre tribus y comunidades; al igual que también lo son sus pares, las mujeres de colectivos feministas metropolitanos, pese a las famosas cuotas.

Estas diferencias, permiten que arrastremos vicios y defectos que impiden establecer un diálogo franco y un reconocimiento en las otras. Es imperativo buscar las maneras de poder expresarlo, apartando las piedras en el camino que el CP se empeña en situar constantemente entre nosotras para generar divisiones. No es el velo de una joven musulmana lo que nos debe preocupar, ya que la joven blanca y clasemediera, universitaria, seguramente es portadora de otros muchos velos culturales que vician e impiden el diálogo.

Es muy fácil poder apreciar diferencias, cuando éstas son físicas y están expuestas, lo complicado es llegar al fondo de nosotras, para comprender que esas diferencias “físicas” expresadas en la pobreza, también tienen su correlato en las diferencias mentales que generan. Si por un lado nos enfrentamos a estructuras sociales, con gran peso de convenciones y creencias, por otro, las prácticas que devienen del poder: autoridad, control y tradición, atentan contra el conjunto social. Un cúmulo de prejuicios son mantenidos gracias a un trabajo concienzudo en la gestión de “sostenibilidad” del CP que acaba viciando la relación del feminismo institucional de los países ricos e inunda al conjunto de mujeres de estas sociedades, de un discurso muchas veces fatuo y paternalista, que les hace olvidarse de los propios velos mentales que las cubren, dando por hecho que su verdad es superior a la que deviene de la pobreza y las diferencias institucionales, “verdades” y conceptos que es necesario sacar a la luz para que no se interpongan en la narración unitaria y común que buscamos.

No debemos olvidar que las mujeres de los pueblos originarios, son menos permeables al discurso CP, en su particular reto por sobrevivir, que las obliga a desposeerse de lo accesorio para mantener lo esencial, por esta razón solamente, tienen mucho qué aportar. Ellas como nadie han sabido mantener de forma natural, los lazos solidarios entre mujeres, siendo los pilares de sus comunidades, han sabido perpetuar el criterio de cooperación y control, en pos de la supervivencia. Han sabido reconocer la importancia de la relación con su entorno natural con las respuestas más apropiadas hacia ésta y su preservación. Por todo ello es mucho lo que pueden dar a un primer mundo que se ha convertido en un feroz productor de basura y bienes e insumos innecesarios, y que, para colmo, ha perdido todos los lazos de conexión profunda que lo ligaban al cuerpo social y a la naturaleza. A su vez y como contrapartida, producto de la persecución al diferente, y la exclusión que esto genera, también este primer mundo ha sabido re-ligar nuevos y heterogéneos conglomerados sociales, que están aportando una riqueza de visión, y sobre todo de respuestas con objeto de desenmascarar al sistema exponiendo sus múltiples mecanismos de ocultación de la dominación y de cómo ésta se ejerce. No hay más que verlo en la red, esta multiplicidad, esta riqueza de la heterogeneidad, así como la gran disponibilidad de tiempo libre, (no hay como tener una ducha disponible y no ir a buscar el agua a un pozo a kilómetros de distancia) les permite re-pensarse en su ser-en-sí y re-conocerse.

Pero cuidado… ninguna de estas premisas es exactamente así ya que mutan y se transforman tanto como lo hace el mismo capitalismo, la realidad está demostrando que en su relación contestataria todos los grupos vengan de donde vengan, están expresando una gran variedad de respuestas y formas de resistencia… por lo que es prioritario para el gran reto de estos tiempos, volver a mirarnos todas, desde el vecindario hasta los horizontes más lejanos, para aplacar desencuentros y encontrar las palabras adecuadas para re-conocernos. Romper el escepticismo de las mujeres oscuras y la suficiencia de las mujeres claras. Porque es necesario un cambio que sea definitivo, dando la estocada final a un capitalismo, no por tambaleante menos mortífero, que nos permita construir bajo nuevas premisas una nueva moral y nuevas visiones. Para ello hemos de volver la mirada hacia nosotras, primero, y luego hacia las otras. El reencuentro es más que nunca necesario, el feminismo militante de los países llamados “ricos” se vería ante un laberinto sin salida, si no incorpora a todas las mujeres del mundo, porque desde países metrópolis también lo necesitamos, pero en tanto hermanas de los mismos pesares y sometimientos y no en tanto poseedoras de un discurso único, exclusivista y avasallador.

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La Crítica