Roberta Liliana Flores Angeles
Hace unos días, en una conversación en Facebook, una amiga decía que las parejas de antes duraban más y se preguntaba –entre otras cosas– si era debido a que las mujeres “aguantaban más”. Fue interesante ver los comentarios que surgieron a partir de ello, particularmente me llamó la atención un discurso generalizado según el cual la razón estaba en que “ahora las mujeres son/somos independientes, no como antes” y, por el otro, sonaban los dichos -sobre todo de varones- que sostenían que no se trataba de aguantar todo, pero que tampoco había que exagerar. Esto me hizo pensar en las estrategias sutiles que utiliza el patriarcado para limitar los procesos de empoderamiento de las mujeres. Sutiles, porque se enmascaran de un discurso moderno de derechos, pero que en el fondo guardan ciertas ambivalencias que se convierten en trampas subjetivas para las mujeres y mecanismos de control.
Primero habría que aclarar qué entiendo por empoderamiento, pues ha sido un concepto bastante utilizado y en muchas ocasiones vaciado de su sentido político. El empoderamiento de las mujeres según Battiwala (1997) es un proceso -y a la vez el resultado de este mismo proceso- que se manifiesta como una redistribución de poder entre individuos cuya “meta es desafiar la ideología patriarcal (dominación masculina y subordinación femenina), transformar las estructuras e instituciones que refuerzan y perpetúan la discriminación de género y la desigualdad social” (p. 193). Tiene que ver, dice la autora, con romper con el control que históricamente se tenido sobre el cuerpo de las mujeres, su sexualidad y sobre su libertad de movimiento. En consecuencia el empoderamiento de las mujeres también “significa la pérdida de la posición privilegiada que el patriarcalismo ha destinado a los hombres” (p. 195).
Ahora, regresando al ejemplo, tratemos de desenmarañar las sutilezas a las que me refiero. El considerar que las mujeres ya llegamos a un estado de igualdad con respecto a los hombres es una trampa. Si bien es cierto que para algunos sectores de la población femenina ha habido avances importantes como el acceso al estudio y al trabajo remunerado, aún hay muchos pendientes que no debemos olvidar. Pues pensar que estamos en condiciones de igualdad nubla la mirada y hace pensar a las mujeres –y a los hombres- que ya no hay más por qué luchar, que ya no hay injusticias que señalar… de lo contrario, cualquier reclamo es una exageración.
¿Hasta dónde un reclamo es legítimo? ¿Hasta dónde se convierte en una exageración?
El límite, desde mi perspectiva, es definido por el empoderamiento. Nunca puede ser una exageración un reclamo de justicia de género o la defensa de los derechos de las mujeres; es decir, nunca podría ser una exageración cuando se trata de romper con los controles que se imponen a las mujeres o cuando se señalan los privilegios masculinos. Para ilustrar esto, tomaré como eje el cuidado de niñas y niños que ha sido un área históricamente considerada femenina.
Sin conocer a todas las mujeres que discutían en la conversación que mencioné, puedo intuir que son mujeres jóvenes (entre los 30 y 40 años), que son de clase media, con estudios universitarios y muchas de ellas quizá con pareja e hijas o hijos. Esto nos puede dar un panorama del acceso que han tenido a diferentes áreas que “antes” eran destinadas sólo para los hombres y ahora, sin cuestionarlo, ellas también acceden por ejemplo a estudiar, trabajar o a salir de casa para divertirse. Ellas, entonces pensarían que viven en “igualdad” con respecto a los hombres de su generación.
Sin embargo, me pregunto, ¿qué sucede cuando de cuidados se trata? ¿Existe tal igualdad? No, aún no: es común ver que las mujeres sean las principales responsables del cuidado de sus hijas e hijos y que los hombres ahora se involucren en mayor medida en el mismo. Si comparamos las relaciones de pareja con respecto a las de generaciones anteriores, podemos mirar que sin duda en estos sectores ha habido un avance importante. No obstante, es necesario tomar una lupa y mirar con mayor detalle. Diversos estudios tanto en América Latina, como en Australia o España han encontrado que si bien esto es así, también es cierto que los hombres suelen elegir tareas de cuidado más gratas y que requieren de menor rigidez en cuanto a horarios o complejidad de la actividad. (ii) Por ejemplo, eligen con mayor frecuencia leer cuentos, jugar, llevar al parque, en lugar de preparar la comida (que no puede aplazarse), actividades de higiene o reforzar hábitos.
También lo que se ha visto es que los hombres difícilmente organizan las tareas de cuidado en su conjunto: son las mujeres las que definen y los hombres ejecutan… ellas dejan recados en el refrigerador para indicar qué se debe hacer, comprar o preparar, hablan desde fuera de casa para seguir organizando o bien cuando tienen que salir dejan todo listo para que su pareja sólo ejecute (una frase masculina que quizá suene familiar: “yo los llevo a la escuela/¡claro yo la cuido!… pero me dejas todo listo”). En conclusión los hombres eligen qué y cuándo y las mujeres son responsables de todo de manera permanente.
Al final del día esto representa una mayor carga de trabajo para las mujeres: tienen ocupado permanentemente una parte de sus pensamientos para la organización del cuidado, realizan más actividades que sus compañeros varones y en consecuencia tienen menos tiempo de descanso y de ocio. Para algunas –o muchas- de las mujeres contemporáneas (como las que describí) llega un momento en que se genera una disonancia entre su ser moderna que tiempo atrás tenía libertad de movimiento y podía reclamar por sus derechos, y un nuevo ser materno que le dice que ella puede aguantar un poco más en nombre del amor; que puede (debe) aplazar sus deseos; o que debe asumir ciertos costos para poder seguir haciendo lo que acostumbraba (dejar todo listo antes de salir). Sin embargo esa disonancia puede encubrirse pues hay elementos que hacen pensar que hay igualdad y que el malestar es “una exageración” pues “mi pareja también les cuida” y “yo ya no soy una mujer sumisa como las de antes”. Lo que se acalla es un malestar legítimo y también se ocultan ciertos privilegios masculinos que les permite a los hombres tener más tiempo propio para el ocio o para continuar con proyectos personales fuera de la paternidad.
En todo esto, hay momentos valiosos en que las mujeres perciben esta disonancia… ¿Qué hacer con ello? es una clave fundamental con respecto al proceso de empoderamiento femenino. Algunas no tienen muy claro qué sucede, sólo perciben un malestar que no tiene un origen preciso y –dado que “viven en igualdad”- lo acallan o lo reclaman pero es interpretado como una exageración, como un reclamo ilegítimo. Otras identifican el origen de la disonancia y lo señalan con certeza y seguridad. En el medio de ambas posiciones fluctúan distintas mujeres que van y vienen de una a otra.
De esta manera, señalar las desigualdades producidas por el reparto desigual en las tareas de cuidado es un perfecto desafío a la ideología patriarcal y por tanto genera mucha resistencia. Pero es una magnífica oportunidad para las mujeres para cuestionar los roles que les han sido asignados y en consecuencia tomar el control de su vida, de su cuerpo, de su tiempo y de su trabajo. En tiempos del siglo XXI tenemos que denunciar cuando nos pidan que guardemos una “pequeña porción de aguante” frente a las desigualdades de género, porque en el fondo lo que nos están diciendo es que no tenemos derecho a ejercer nuestros derechos en plenitud.
i. Battiwala, Srilatha. (1997). “El significado del empoderamiento de las mujeres: nuevos conceptos desde la acción”. En Magdalena León, Poder y empoderamiento de las mujeres. Santa Fe, Bogotá: TM Editores.
ii. Algunos de esto estudios son:
Batthyány, Karina (2004). Cuidado infantil y trabajo ¿Un desafío exclusivamente femenino? Una mirada desde el género y la ciudadanía social. Montevideo: Oficina Internacional del Trabajo.
Craig, Lyn. (2011). ¿El cuidado paterno significa que los padres comparten? Una comparación de la manera en que los padres y las madres de familias intactas pasan tiempo con sus hijos e hijas. Debate Feminista, 44(22), 99-126.
Flores, Roberta (2014). Experiencias y tensiones de madres y trabajadoras feministas frente al cuidado infantil. (Tesis inédita de maestría). Programa Regional de Formación en Género y Políticas Públicas, FLACSO-Argentina.
Instituto Vasco de la Mujer (2007). Las consecuencias del cuidado. Las estrategias de conciliación en la vida cotidiana de las mujeres y los hombres de la C.A.P.V. País Vasco: EMAKUNDE.
Tobío, Constanza (2005). Madres que trabajan. Madrid: Ediciones Cátedra.
Yo lo que veo es que el prinmer conflicto lo tienen las mujeres consigo mismas. Se sienten obligadas casi todo el tiempo; a ser como los padres la educaron, a cumplir las expectativas sociales, a complacer a una pareja si la tiene y cumplir los sueños fallidos de su madre y/o abuela. Pocas veces se sienta uno como ser humano (hombre o mujer) y se pregunta ¿Cómo quiero ser?¿Qué es lo importante para mi?¿Qué gano y qué pierdo si decido tal o cual cosa?, etc.
El que duren o no los matrimonios tiene que ver con las personas que conforman una pareja, con su capacidad para generar acuerdos y brindarse lo que para ellos como individuos es importante.
El cuidado de los hijos es una tarea compleja, en parte por que es una interacción entre dos, tres, cuatro o mas individuos, que no son líneales y que se encuentran inmersos en un sistema que no es constante. Y en parte porque los individuos que interaccionan dentro de esta labor no comparten un modelo de educación, en la mayoría de los casos. Además de que cada hijo tiene necesidades diferentes.
Desde mi punto de vista, no es necesario que todos hagamos lo mismo en la misma cantidad y al mismo compaz. No somo iguales, mas allá del genero, somos individuos con necesidades particulares. Donde lo importante es que esas necesidades sean satisfechas. Y que los derechos sean proporcionales a las obligaciones, y no dados o quitados por el genero del individuo.
Por ejemplo; si yo compro un Automóvil, tengo la obligación de tener un seguro de accidentes, de pagar los impuestos por su tenencia y una licencia de conducir, como derecho espero poder transitar con seguridad y en calles con las adecuadas condiciones viales. En todo esto no debe de importar mi genero, mi preferencia sexual, si tengo alguna limitación física (pero que no me incapacita para la tarea), mi estado civil, edad, etc.
Por lo anterior yo creo que se tiene que trabajar por la proporcionalidad de derechos de los individuos, que mas allá de los generos, se hable de grupos en condiciones de vulnerabilidad. Los cuales necesitan de un apoyo social para recuperar sus derechos.