“¿Y por qué no lo hicieron?”, nos pregunta una estudiante universitaria cuando les llevamos víveres para mantener el paro en una facultad. Se refiere a que por qué nosotras, cuando estudiábamos, no tomamos la universidad para parar la violencia contra las mujeres. Le contesto con mucha sorpresa, pero con lo que sé, parece que es poco tiempo de 2012 que salí de la facultad a ahora, pero se sienten como cientos de años.
Cuando estudiaba, lo más cercano a organización feminista en mi facultad era Pan y Rosas (qué horror) y algunas estábamos formándonos en el feminismo poco a poco, no necesariamente porque lo viésemos en la escuela, sino porque nos llegaba por otros lados, nos impulsaba, por ejemplo, la lucha contra los feminicidios, la visibilización de los mismos, pero en muchas ocasiones no sabíamos siquiera qué hacer con los acosos de los maestros o los compañeros, aunque sí los veíamos y sí nos daban rabia.
Con el pasar de los años, las luchas feministas en las universidades cobraron fuerza, estas mujeres jóvenes ya saben nombrar las violencias y, no sólo eso, saben articularse y organizarse para lograr objetivos concretos. No sólo es admirable, es histórico. Las pintas, las protestas, las asambleas, las tomas de instalaciones son testimonio de que las mujeres, especialmente las estudiantes, no están dispuestas a tolerar un abuso más.
En retrospectiva, pienso que sí pudimos hacer más, tal vez, que sí existía la urgencia, pero no alcanzamos a verla o no alcanzamos a ver cómo organizarnos. Desde hace un par de años estoy entablando diálogo con mujeres con las que estudié, a algunas no les hablaba porque no las conocía, a otras porque tenían amistades que no me caían bien y viceversa, mucho patriarcado, al fin de cuentas. Las pláticas que tenemos me dejan ver que todas sabíamos de algún abusador o notábamos actitudes machistas, pero no nos sentíamos con la confianza o no sabíamos cómo compartirlo con las demás. Al contrario, quienes alguna vez socializamos lo que sabíamos de abusadores y acosadores, muchas veces éramos vistas con ojos de sospecha.
Yo recuerdo muy bien cuando me enteré que mi asesor de tesis era un acosador serial. Tenía todo un modus operandi en el que entablaba relaciones largas y amistosas con sus alumnas y adjuntas y luego las llevaba a cenar y las acosaba. Era grooming, pues, eso que hacía. Yo dejé mi tesis en ese momento y le conté a mis amistades más cercanas: hombres y mujeres, les conté que se lo había hecho a amigas nuestras y lo que recibí fue que le hicieran homenajes y que una amiga muy querida le dijera a otra que yo mentía. Ella hizo su tesis con él y luego él se lamentó con otro maestro muy vaca sagrada de la facultad de que yo no me hubiera titulado aún, que qué desperdicio.
Me aguanté la rabia por años, aunque continuaba advirtiéndole a las demás compañeras y esperaba a que salieran a la luz las denuncias de las mujeres que fueron víctimas de este señor. Salieron, por supuesto, y a él lo echaron de la facultad, pero no puedo dejar de pensar en todas esas mujeres que fueron agredidas en sus 50 años como profesor. Es imposible saberlo, pero la cosa es que las denuncias siempre han sido tomadas como chismes, como rencores.
Por eso me parece tan importante y tan fuerte esto que estamos viviendo, con las estudiantes de prepas y universidades exigiendo que nunca más suceda. También me da mucha impotencia ver cómo quienes tendrían que encargarse de que las mujeres que integran una comunidad educativa estén seguras, tengan sus preocupaciones en objetos o edificios, pero más bien es que han de tener miedo. Les da miedo la movilización porque ésta implica que se destape toda la ineficiencia y complicidad de las autoridades, supongo que es un sentir pasos en la azotea y saber que en cualquier momento a ellos les va a tocar responder. Pero de eso se trata la responsabilidad, si aceptan cargos que tienen obligaciones que no cumplen, entonces también deben estar conscientes que en cualquier momento se les exigirá que o bien cumplan, o renuncien.
Las escuelas, desde el preescolar hasta los posgrados, deberían ser espacios seguros, deberían representar lugares en los cuales las niñas y las mujeres puedan hacerse de los conocimientos y las herramientas para desarrollarse plenamente, no deberían ser espacios en los que se tienen que estar cuidando a diestra y siniestra. Ninguna mujer debería asistir a la escuela con miedo, no deberían ser necesarias las alarmas en los baños ni negociar la seguridad porque a quienes cobran miles de pesos y tienen oficinas les parece que son nimiedades.
Nuestras vidas, nuestros cuerpos, importan, son valiosos y merecemos andar tranquilas, felices y concentradas cuando estudiamos. Y, hasta que eso suceda, que se tomen todos los espacios que se tengan que tomar, que se pinten todas las paredes que se tengan que pintar, que se grite todo lo que se tenga que gritar.