Feminismo

La psicología (lo que no te dicen)

Por Itzel Cadena López

¿Cómo hablas sobre un gran amor e identificas que éste no es –para nada– lo que imaginabas? A ninguna de nosotras se nos da siquiera la alternativa de detenernos a evaluarlo, mucho menos de compartirlo. Todo esto tuvo que esperar hasta que se me puso frente a la oportunidad de hablar de mí; de lo que pienso, de lo que creo, de lo que vivo.

La psicología ha sido parte de mi vida probablemente desde mi infancia, debió ser alrededor de los 9 o 10 años que conocí a la primera psicóloga con la que tuve trato “directo”. Ahora me pregunto, ¿a cuántas de nosotras nos han llevado a terapia porque nuestras madres logran librarse de sus verdugos y creen que eso nos va a afectar negativamente?

Cuando inicié mis estudios me imaginaba este punto de mi vida de una manera totalmente distinta, todavía no me asumía como lesbiana, fue durante el primer semestre que lo hice, y probablemente ahí comenzó a cambiar todo, pero no fui consciente de ello sino hasta que sentí como ese hecho siempre había marcado una muy clara diferencia en mí, la que era y quería ser.

Lograr ser acompañante psicoemocional –de mujeres– me tomó alrededor de quince años de vida, no sólo por la preparación sino por la serie de lecciones aprendidas en primera persona, que me ayudaron a entrenar la empatía, la observación, la resiliencia, y me llevaron a recuperar la capacidad de asombro en todas nosotras.

A lo largo de mi camino por las dos universidades que vieron mi formación, fui recopilando anécdotas que hoy veo como grandes avisos previos, y es que hubo muchas ocasiones en las que me sentí francamente incómoda porque lo que estaba escuchando normalizaba, justificaba y argumentaba casi científicamente el comportamiento violento, controlador y dañino de los hombres sobre nosotras; sin embargo, alcanzaba a mirar con desaprobación y me limitaba a compartir con mis más cercanas todo lo que había percibido.

Confieso que me hubiera gustado ser más clara entonces para poder decir que tuve éxito y que más de mis compañeras optaron por trabajar por el bienestar de las mujeres, por la salud emocional de las mujeres, por la plenitud en la vida de las mujeres, pero el sistema pasa años entrenándonos y es poco posible hacer cambios en otras cuando no se tiene claro hacia dónde va una o qué es lo que nos ofrece las otras alternativas. Aún estaba lejos de las lesbofeministas y su historia, así que en realidad sólo estaba molesta e inconforme con tener que estar «aprendiendo» de misóginos y sus cómplices.

Durante los años que dura la carrera nos enseñan a priorizar que se lleve a cabo lo que le sirve al sistema, a que nos adaptemos a ello e incluso impulsemos los atajos que puede servirle a hacer un mejor uso de nosotras y las demás (para muestra están las teorías alrededor del género, sustentadas por muchísimas psicólogas); si “eligen” ser madres, hemos de brindarles herramientas para que ejerzan esa tarea de la mejor manera de acuerdo a lo que le demanda el sistema, todo con tal de que las niñas que produzca puedan llegar adecuadamente a la edad en la que “también elijan” dedicarse a alimentar a la máquina capitalista a través de su trabajo, su juventud, su cuerpo y sus ideas o convertirse en madres (y hacer lo mismo pero sin paga).

Nos preparan para que les brindemos a otras las herramientas para recortar sus pensamientos y ordenarlos mejor, con tal de que estructuren ideas más simples, procurando que los que se suponen son “sus pares” alcancen a entender algunas palabras en ocasiones, para que les eduquen o les pulan… muchas veces, a costa de ellas mismas.

Nos hablan de las personalidades más terribles y nos dicen que pueden presentarse en cualquiera, pero curiosamente al revisar (obviamente por fuera de los materiales que brindan en clase) es posible ver que algo se repite, y que la incidencia en nosotras es muchísimo más pequeña de lo que intentan hacernos creer durante la formación profesional, quizá hasta de manera conveniente.

Además, nos enseñan que debemos mantener una relación distante con la que tenemos enfrente, nos enseñan a que nunca debemos compartir “de más” con ellas, nos enseñan que está mal vernos reflejadas en ellas, incluso hay un concepto teorizado por el psicoanálisis para hablar de eso, porque se presupone que vernos como iguales frente a las demás mujeres está mal, ¿qué de malo tendremos que somos tan indeseables?…

Y es muy difícil ver todo esto cuándo estás comenzando a estudiar, cuando probablemente aún se ejercen sobre ti todas las presiones y obligaciones que han sido impuestas únicamente sobre las mujeres, cuando quizá no has tenido la posibilidad de realmente compartir con otras, con tiempo y algo de «libertad».

Ahora que –quizá–me arriesgo un poco al decir que veo con mucha más claridad el funcionamiento del sistema mundo capitalista y heteropatriarcal, puedo decir que alcancé a percibir como a lo largo de esos años se me quiso entrenar para el servicio, debajo de un montón de compromisos morales, sociales, teóricos y estructurales que hacían eco en todos los ámbitos, y que llegaba a mí a través de todas las personas.

Fue por todo eso por lo que no pude hacerme preguntas importantes antes y luego tuve que aprender a ser más compasiva con la que era cuando mi trabajo le fue de ayuda a uno de ellos; para manipular de alguna manera a otra, para que alguna se sintiera obligada a quedarse en una relación que le absorbía la fuerza, para que alguna se resignara a establecer vincularse con uno de ellos como si fuera necesario, indispensable o deseable (de verdad), o para que alguna mutilara su fuerza o capacidad para no opacar al padre, novio, jefe, hermano o mejor amigo…

He querido hablar de esto porque podemos creer que somos todo lo que nos enseñaron, y no es así; es vital hacernos preguntas, y aún más, considerarnos fundamentales para las respuestas.

¿Esto de verdad nos conviene a nosotras?

¿Esta es la única alternativa?

¿Una mujer habrá hablado de esto?

¿Estas son las únicas teorías «válidas»? ¿Por qué?

¿Qué quiero lograr con mi trabajo en la vida de otras?

¿De qué manera puedo beneficiarlas? ¿No quiero? ¿Por qué?

 

 

Ilustración de portada autoría de: Cecilia Castelli

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