Ser lesbiana es una amenaza para el sistema patriarcal, de la lesbiana de espera que no exista y por ello es que hay una larga lista de estrategias para el borrado de la existencia lésbica.
Contra todo lo dispuesto, la resistencia lésbica emerge y se recupera de las secuelas del intento del borrado de su existencia, pero recibe de aquellas personas «más bondadosas» la condición de la no visibilidad, el ocultamiento, la vida en silencio, en otras palabras: «si eso es lo que has querido está bien, pero quédate en tu rincón», «procura que nadie te vea» y «ante la sospecha, de ser posible niégalo». Entonces, al final, termina siendo la sofisticación de las estrategias del borrado de la existencia lésbica en un contexto donde el patriarcado es capaz de disfrazarse casi de cualquier cosa.
Cuando esta condición de la no visibilidad es desobedecida, existe un castigo ejercido contra las lesbianas: un disgusto o un hartazgo de carácter implícito porque no es dicho. Quienes ejercen lesboodio van por ahí lanzando acciones, gestos y palabras con apariencia de «inofensivas».
En los casos en que la lesbiandad se asume desde el piso político de lesbofemismo, o peor aún, cuando se asume desde la colectividad, se reciben como respuesta, desafortunadamente, practicas patriarcales aún en espacios feministas.
He visto la comodidad y el gusto que tienen algunas de admirar a otras compañeras lesbofeministas en un espacio virtual, esto tiene aprobación, incluso pueden, como mujeres «bondadosas» que son, compartir reflexiones, imágenes, sentipensares de otras porque eso queda en un espacio virtual, y porque para su fortuna, es lo más cerca que tendrán a aquella compañera que habita el amor entre mujeres en distinta geografía. Sin embargo, al mismo tiempo, la crecida de la organización lesbofeminista en el lugar de donde son causa un malestar. Ese malestar es manifestado de primer momento a manera de desconcierto: ¿Qué está pasando que aquellas que deberían esconderse no lo están haciendo? ¿qué pasa que han decidido organizarse? Después de aquel desconcierto, arrasa como marea una sensación desde la misoginia y lesboodio que contiene la necesidad de encontrar su fuga.
He sido testiga de aquella fuga en la incomodidad que desborda en aquellas que se dicen heteras (heterosexuales) debido a lo potente que resulta la visibilidad lésbica colectiva. En ellas hay una creencia de sentirse «vigiladas» o «juzgadas», por lo que el cuestionamiento es percibido como «agresivo», es decir, como algo que les persigue y que incluso puede ser una molestia constante en sus días.
Lo he visto en aquellas que son señaladas por el uso que hacen de compañeras lesbianas ante su hartazgo por los hombres, las mismas que después expresan una profunda misoginia y rencor hacia las lesbianas.
Lo he visto en la exclusión de compañeras lesbianas en eventos de fechas importantes en el feminismo, eventos organizados desde la heterosexualidad donde las lesbianas tienen espacio en su carta de presentación, porque claro, son algo así como «inclusivas», pero no es sus fotos de evento, ni en su publicidad, por tanto, la foto de la compañera lesbiana es la única que no aparece.
Lo he visto en eventos internacionales de mujeres donde todas tienen derecho a alzar la voz y a celebrar, a cantar y a gritar, pero donde las lesbianas son mandadas a callar.
Lo he visto en las acciones colectivas acordadas en asambleas donde compañeras lesbianas también ponen el cuerpo, pero que al final no son aceptadas porque se agregó un «alesbiánate» en determinada consigna.
Lo he visto en aquellas lesbianas relegadas en actividades de carácter público, es decir, donde se invita a todas las mujeres a participar en un evento, pero las mujeres lesbianas son ignoradas apenas se percibe su presencia, porque ahora no van de una en una sino de a montón, organizadas y nombrándose colectiva.
Lamentablemente lo he visto en acciones en que el feminismo suele repudiar, es decir, lo he visto en compañeras afligidas por paredes rayadas que no contienen propaganda heterosexual.
Lo he visto en ejercicios de poder que implica filtrar información de comisiones dentro de la organización feminista solo porque se asume que una compañera lesbofeminista fue la causante de un acto, también lo he visto en la justificación de esa misoginia desde posturas izquierdistas y academicistas.
Lo he visto en quienes consideran que es mejor aislar los hechos y no considerarlos parte de un momento político en un contexto específico porque hay organización lesbofeminista visible.
Lo he visto en la tibieza de aquellas que deciden no posicionarse ante todo lo anterior. En aquellas que cobijan con la omisión esas acciones bajo el yugo de una promesa del trabajo institucional.
A pesar de que la lista es larga pretendo hora detenerme en lo siguiente:
¿Por qué todo eso a partir de la visibilidad colectiva lésbica? ¿Por que se acrecienta en fechas significativas? ¿Por que quieren que nos quedemos calladas? ¿Por qué está presente tanto en espacios virtuales como presenciales?
Ahora nos toca a las lesbofeministas acuerparnos, crear nuevos protocolos de seguridad y posicionarnos ante estas injusticias.
Quisiera también decir que reflexionar las anteriores interrogantes es solo tarea del colectivo de lesbofeministas, pero en un contexto donde nos están matando y donde mañana podríamos ser alguna de nosotras, invito a cualquiera que así lo considere prudente a reflexionar las mismas preguntas.
Creo firmemente que el lesboodio es una estrategia patriarcal para la distracción del real enemigo, desde esta creencia es donde me permito dudar que esto no siempre será igual, que el diálogo puede surgir , que de de todo ello se puede aprender, y que sí, la organización feminista alguna vez sí podría ser horizontal porque muchas venimos de la precarización, porque sabemos qué es sentir de cerca el feminicidio y la violación. Porque las historias de quienes comparten la misma ubicación geográfica muchas veces no es tan distinta, porque el enemigo más peligroso nunca podrá ser otra mujer.
Ilustración de portada autoría y propiedad de: Shell Rummel