Por Montserrat Pérez 

Llevo varios meses sin poder escribir, más que nada por miedo de que mis palabras no sean suficientes para todo lo que está pasando actualmente. Mi insignificancia ante tanto dolor y muerte me ha hecho pensar que tal vez no es necesaria mi voz, pero hoy siento que tengo que hablar de algo y quiero compartirlo con ustedas. 

He tenido mucho miedo a enfermar y a morir. He tenido un miedo profundo a poder convertirme en un foco de infección para mi familia, pero también en un lastre económico. Aún tengo miedo, pero al menos ya puedo expresarlo.

En estos meses de pánicos mi cuerpa resintió lo emocional, mis intestinos y mi estómago se inflamaron y aumentó mi sensación de enfermedad inminente. Sin embargo, también he sido parte de procesos de reflexión profunda sobre lo corporal, sobre el contexto, el territorio e incluso la nutrición. 

La lucha contra mi gordafobia interiorizada me ha dejado muy agotada, porque siento que tengo que justificar mi existencia y mi salud ante un mundo que dice que soy población de riesgo, aunque mi presión sea perfecta, aunque no tenga enfermedades más allá de mis malestares gástricos de vez en cuando. Pero es muy complicado cuando todo el mundo te dice que te puedes morir por ser como eres, infiriendo cómo es tu personalidad, tus hábitos, tu carácter y dejando de lado las condiciones económicas, sociales, políticas y demás que sí ponen en riesgo a una población. 

 A lo que voy es que, a pesar de todo, con todo el miedo, con toda la incertidumbre, mi cuerpa ha resistido, hace lo que tiene que hacer y además me permite disfrutar y sentir. Siento que mis malestares intestinales de las semanas pasadas tenían mucho que ver con mi imposibilidad de soltar y mi miedo a perder el control, aunque entiendo que no tengo control de casi nada de lo que pasa en el mundo, sólo de mis acciones. 

Esto también lo pude observar gracias al acompañamiento de otras mujeres, especialmente mi nutrióloga (no gordafóbica y a quien no estoy viendo para bajar de peso), que un día me dijo que intentara relajar los intestinos. Primero no entendía cómo, pero cuando lo logré, descansé, aunque aún hay días difíciles en ese sentido. 

Nuestras cuerpas son tan fuertes, tan increíblemente capaces de adaptarse, pero también merecen atención, cuidado y reconocimiento de todo el trabajo que hacen sin parar todos los días de nuestra vida. Creo que encontrarnos con nosotras mismas y escucharnos verdaderamente es un proceso, no pasa de la noche a la mañana, todos los días hay algo que nos dirá que algo malo hay con nosotras y tenemos que cuestionarlo, que retarlo, tenemos que preguntar POR QUÉ y después revisar a quién les sirve que nos sintamos alejadas de nuestra propia cuerpa. 

Les deseo mucha fuerza y mucho cuidado para sí mismas y para las mujeres en sus vidas. Que tengamos la oportunidad de tener al menos unos momentos de tranquilidad y que le reconozcamos la resistencia de nuestras cuerpas. 

 

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La Crítica