Por Montserrat Pérez
¿Alguna vez han visto estas imágenes que dicen cosas del tipo «Soy feminista, pero no soy tal»? Seguramente sí, son bastante populares porque supuestamente ayudan a desmitificar a las feministas y a normalizar sus comportamientos frente a sociedades que miran con asco al feminismo.
Hay muchas. Está, por supuesto: «soy feminista, pero no odio a los hombres», que es como una palmadita en la espalda, una forma de decirles a los varones que seguimos pensando en ellos, que no se preocupen, que todo cool con su existencia y lo que hacen *inserte guiño y sonrisa blanca perfecta*. Nos devuelve, pues a dejar de pensar en nosotras para pensar en ellOs y ocuparnos de sus sentimientos, en lugar de que lean un poquitín en internet o se cuestionen sus privilegios.
Luego está «soy feminista, pero no soy lesbiana». Ni siquiera quiero explicarlo, si no es obvio que es un enunciado lesbofóbico y que refuerza y respalda el sistema de heterosexualidad obligatoria, tenemos un problema. Dele tres minutos de reflexión. Al final es lo mismo que el párrafo anterior.
Ahora viene mi favorita «soy feminista, pero no estoy enojada». Es que no está bien que las mujeres nos enojemos o nos alteremos, inclusive cuando nos pasa algo malo, tenemos que tomarlo bien, sonreír. Siempre está el miedo de caer en el estereotipo de la «feminista amargada», con la que nadie quiere convivir, la que tiene cara de «malcogida», la «histérica», la «loca», la que seguro está menstruando. ¿Qué tienen todos estos adjetivos en común, además de ser clichés? Dan a entender que estamos enfermas.
La cara de bicicleta
Hace un tiempo, mientras leía artículos sobre enfermedades que han ido surgiendo a lo largo de la historia para controlar los cuerpos de las mujeres, me topé con «la cara de bicicleta». Primero me dio muchísima risa y pensé que era broma, que no podía haber existido una enfermedad llamada así, era absurdo. No, sí fue bastante real a finales del siglo XIX, por ahí de 1890. ¿Y adivinen quiénes tenían ese terrible mal? Las sufragistas y las feministas.
Decían los médicos de la época que afectaba a todo el mundo por igual y se caracterizaba por generar tensión en el rostro, lo cual derivaba en una mueca de disgusto, mirada salvaje, un traslado de las facciones de la cara hacia el centro y ojeras, además de dañar la columna vertebral y el «sistema reproductivo». Sí, decían que afectaba a hombres y mujeres, pero se usó principalmente para tratar de disuadir a las mujeres de usar la bicicleta, y también para reforzar la idea de que las sufragistas sufrían de «cara de bicicleta» y por eso estaban molestas. Su molestia no era entonces fruto de las injusticias de su época ni de las represiones ni de las prohibiciones que vivían, sino que estaban enfermas.
Lo que se buscaba era la desmovilización, pues la bicicleta era el medio de transporte que permitió que muchas sufragistas fueran de un lado a otro sin ayuda de nadie y de manera rápida, definió en gran medida al movimiento y la patologización significaba una forma legítima y respaldada por las sacrosantas ciencias (já) para que las mujeres no la utilizaran, porque qué horror tener un rostro que no se vea apacible y contento todo el tiempo. Y seguro las pobres sufragistas están sufriendo los efectos de la bicicleta, así que no hay que hacerles caso, es su cuerpo afectando su mente.
La «histérica», «amargada», «loca»
La cara de bicicleta es sólo un ejemplo de muchos, podríamos hacer un reportaje completo sobre la histeria y demás supuestas enfermedades que llevaron a el encarcelamiento, internamiento o asesinato de mujeres. Medicamentos, tratamientos, torturas, todo en pos del mantenimiento del orden, del cuidado del supuesto temperamento «natural» y «sano» de las mujeres. Como consecuencia, cualquier disgusto, reclamo o rabia por las violencias vividas sistemáticamente se ven como un desajuste, algo con poca importancia, inclusive como motivo de burla y de condescendencia.
Nuestro enojo jamás es enojo, es locura, químicos desbalanceados, falta de inteligencia. Aquí quiero resaltar cómo todo esto además discrimina y estigmatiza a las compañeras con neurodivergencias y es por demás capacitista y limitado en muchos aspectos. ¿Cómo invalidaría mi ansiedad, por ejemplo, mi rabia por los feminicidios o por las violaciones? De ninguna manera, según yo. Sin embargo, funciona.
Funciona a tal grado que existe un discuso destinado a decir «yo no soy la feminista enojada». Funciona a tal grado que tenemos que justificar cada una de nuestras molestias, ya sea porque un tipo se nos restregó en el camión, hasta decir por qué nos parece tan grave que nos estén matando al ritmo en que nos matan (un promedio de 7 mujeres diarias en México) y por cómo nos matan (usualmente con violencia extrema).
El enojo y los malos sentimientos
Se ve al enojo como algo «malo», como algo que obstaculiza, que no debería estar ligado a movimientos sociales «positivos» como EL FEMINISMO, así en singular. Qué feo sentir rabia, ¿no? «El que se enoja pierde», ¿no? Y, no. En realidad, el enojo, como cualquier cosa que sentimos, es la expresión de algo que sucede, algo que nos sucede. Porque a veces se nos olvida que si nos enojamos porque leemos sobre un caso de acoso y nos dan ganas de llorar, es porque nos atraviesa TODO. No es un evento aislado ahí que pasa y no vuelve a pasar, es una realidad que tenemos que vivir y experimentar diario, es una posibilidad, es el cuerpo que reacciona ante lo que le sobrepasa.
Así, el enojo también es una fuerza increíblemente poderosa. Es la rabia creadora, la que nos da ese primer chispazo para escribir lo que teníamos atorado en la garganta, la molestia que nos deja terminar con relaciones poco saludables. Es ese fuego interno que nos hace movernos, que nos permite defender nuestra vida. Pero se nos ha enseñado a que no es correcto sentirnos así y nos negamos a nosotras experimentar el enojo.
¿Por qué queremos negarnos emociones y sentimientos? ¿Por qué esa reticencia a dejar fluir, explotar y econtrarnos en ese sentir? Yo sí soy una feminista enojada, yo sí siento mucha rabia y sí está ahí todo el tiempo en mayor o menor medida, a veces sólo como un recordatorio, a veces como un petardo en fiesta patronal. Pero no dejo de sentir otras cosas también, no soy un ser unidimensional. Si estoy enojada es porque no me gusta lo que pasa en el mundo, porque me revienta vivir con miedo, porque no soy yo nada más, porque veo a mi madre y a mi hermana, a mis primas, a mis sobrinas y me aterra que el futuro no pinte mejor. Pero sé que este enojo que siento también es una herencia de lucha y disfruto de mi furia, la respeto y la entiendo como un derecho legítimo, uno que puede que transforme algo más que mi propia existencia.