Hasta donde alcanzo a entender, la heterosexualidad obligatoria[1] como régimen político –los modos en que se organiza lo humano en grupo– del patriarcado –que es el sistema hegemónico–, se manifiesta en todos los actos de la vida y se concreta en el mandato que el sistema impone a las mujeres de servir incondicionalmente a los hombres.
Son los hombres y las instituciones, incluida la institución femenino patriarcal –creada por ellos– quienes se encargan de que el mandato sea obedecido y quienes castigan la desobediencia en cada mujer y en cada grupo de mujeres.
Según yo, la misoginia es uno de los mecanismos que han producido para sostener la heterosexualidad obligatoria, así, si nos odian y nos odiamos a nosotras, y entre nosotras, es más sencillo que nos convirtamos en nuestras propias carceleras y en carceleras de las otras. El odio hacia las mujeres, es pues, un mecanismo de control, para seguir imponiendo la heterosexualidad obligatoria.
El capitalismo es por sí mismo una crisis o “guerra”[2] dentro del patriarcado para sostener la heterosexualidad obligatoria, la cual posibilita el despojo de los territorios de las mujeres y de nuestros cuerpos por parte de unos pocos hombres que logran así acumular riquezas para ellos, a costa de la vida de la mayoría.
En tiempos de crisis –como hoy la desencadenada por el COVID 19– el mandato de la heterosexualidad obligatoria se recrudece, y lo que no sé, es si cuando la crisis o la guerra “termina”, el mandato nuevamente regresa a su estadio previo…pero intuyo que no, y digo intuyo, porque no conozco vida fuera de las guerras, crisis y crímenes que el patriarcado implica.
Durante los tiempos de crisis y guerras en el patriarcado, a las mujeres suelen asignarnos aún más tareas, con el mismo propósito: sostener la vida de los hombres que se disputan nuestros territorios, nuestros cuerpos y nuestras vidas. Y si algo sale mal, se ensañarán aún más con nosotras, seremos el chivo expiatorio como siempre, pero con más saña, porque la misoginia, se multiplica (observación que me hace Karina Vergara Sánchez y con la que concuerdo completamente), porque no solo nos castigan por cualquier desobediencia por mínima que ésta sea, nos culpan por todo lo que sale mal en su plan de destrucción y muerte, de acumulación y negación de la vida.
El capitalismo es crisis, es guerra y es crimen. Se trata de un crimen en curso, porque hay victimarios y víctimas, hay motivos y armas, pero también hay una escena del crimen en curso: COVID-19. La pandemia del COVID-19 permite observar fielmente y en tiempo real este recrudecimiento del mandato de la heterosexualidad obligatoria, es decir, de exprimirnos[3] más a nosotras, de encadenarnos aún más: el COVID-19 está alumbrando, para quienes queremos ver, la escena de este crimen en curso.
Este es un ginocidio que busca todos los modos posibles de anularnos, de encadenarnos, de ponernos a disposición y al servicio de los hombres –y de sus instituciones– que sostienen la guerra para destruirnos y enriquecerse con ello.
Algunos hechos
Reflexiones en torno a los hechos
El gobierno, a más de un año de distancia de su gestión, ha evitado por todos los medios abordar el tema del feminicidio de manera pertinente. Sin embargo, ahora pide a las mujeres que cuidemos a los enfermos, a los viejitos, que los cuidemos a ellos, tanto dentro de las casas, como en los espacios públicos. Ellos –que son quienes nos ponen siempre abajo en las prioridades–, ahora, públicamente «piden» nuestra ayuda.
La labor docente, mayoritariamente realizada por mujeres en el nivel básico y medio superior, es otro espacio donde el gobierno y los capitales están “pidiendo” con exigencia, solicitando informes, actividades y seguimiento a estudiantes. Mientras que en la educación superior, las y los estudiantes tienen más herramientas tecnológicas y capacidades técnicas; en los niveles básicos y medio superior, además de las carencias económicas, encontramos menos desarrolladas las habilidades para el e-aprendizaje, pero la exigencia es la misma. En consecuencia, las maestras les exigen a las madres más trabajo –pues son quienes ayudan a las tareas de hijos e hijas– porque a ellas se lo están exigiendo sus centros de trabajo.
Muy bien ha expresado su heterosexualidad obligatoria una señora, que en redes, subió un video para desahogarse, y comenta que no sólo tiene que atender las exigencias de su trabajo en casa, del trabajo asalariado que ahora tiene que realizar en casa, del cuidado de las y los hijos que ahora están en casa y el cuidado del marido, que dice ella, es como otro hijo más.
El gobierno nos está imponiendo que demos más de lo que hemos dado cada día. Como si les molestara que no nos estuviéramos enfermando y muriendo y como castigo, nos agregan más y más carga: ¿Hasta cuánto, hasta cuándo?
El sistema misógino-feminicida
El gobierno nos está pidiendo más esfuerzos, más sacrificios a nosotras. Mientras, en casa, por si fuera poco, está el agresor permanece gritándonos, insultándonos, golpeándonos y asesinándonos. La violencia ha aumentado significativamente, lo dicen los medios y lo dicen las mujeres de todas las formas posibles. Pero nuevamente, la crisis del COVID-19 es más importante porque está enfermando hombres y están muriendo hombres por ese virus. Mientras, las mujeres seguimos padeciendo el recrudecimiento de la heterosexualidad obligatoria.
¿Qué será de las niñas que habitan la casa con su violador que ahora está aún más enojado, más impotente y al mismo tiempo sabiéndose más impune? ¿Es que acaso la violencia contra las mujeres, no es en sí misma una epidemia, una pandemia?
¿Por qué esta pandemia de violencia en contra nuestra no se atiende con la celeridad que el covid-19 sí?
El sistema de salud, que ha ejercido todas las formas posibles de violencia contra nosotras, ahora no tiene porque cambiar, seguramente seguirán discriminando las medidas de atención y cuidado en favor de los hombres y contra nosotras. En el patriarcado, esa es la premisa y no creo que vaya a modificarse porque ni siquiera la hacen evidente, es más, cuando lo señalamos nos acusan de locas de extremistas y de amargadas. Pero hoy, el COVID-19 permite observar cómo la misoginia en el patriarcado actúa en nuestra contra como mujeres que somos y en favor de ellos.
El sistema financiero se prepara para la hecatombe, para encontrar los mecanismos para salvar a los bancos y los grandes empresarios, a costa del endeudamiento de los gobiernos, que recae en las y los ciudadanos, lo que recrudecerá la pauperización de nuestros salarios, con la consabida necesidad de sacrificarnos quienes cocinamos, quienes cuidamos la casa, quienes sostenemos el sistema: las mujeres. ¿O será que ahora sí, el Banco Mundial y demás organismos condonarán las deudas de los países empobrecidos por sus políticas neoliberales? ¿Será que ahora sí, ayudarán a la vida, porque la muerte mayoritariamente está recayendo en hombres, y porque ahora sí, está afectando a los ricos? Aunque claro, los ricos no se están muriendo.
Y luego las redes, bullendo con el humor mexicano, insultándonos a nosotras por estar en casa, por sostener la casa, por cuidar la casa. Los hombres “desesperados” por convivir tanto con la esposa y no poder ver la «novia», o a los «amigos» o lo que sea.
Y los cuerpos de las mujeres asesinadas, cada día, así impunemente, 10 cada día, en promedio, pero para eso no se declara ningún estado de alerta.
Hay quienes expresan una «gran pausa», otros que están alertando por una gran catástrofe, hay quienes dicen que las profecías por fin se están cumpliendo. Esta es la mirada patriarcal, que así invisibiliza el ginocidio en curso, porque durante lo que llaman «gran pausa», las mujeres seguimos muriendo asesinadas, seguimos padeciendo que nos vendan y nos compren, seguimos sufriendo violaciones en casa y fuera. Dicen «la gran catástrofe» y nosotras nos preguntamos ¿para quién? Si nosotras estamos padeciendo este ginocidio desde hace muchos años ya. ¿Cuáles profecías se están cumpliendo? Si los ricos siguen ricos y enriqueciéndose; y las y los pobres y de entre estos, las mujeres, seguimos sosteniendo, obligatoriamente, el sistema.
Y estamos nosotras
Existimos las que seguimos encontrándonos, seguimos alegrándonos de nuestras ganas de vivir, seguimos apoyando en la medida de nuestras posibilidades a las mujeres cercanas, seguimos cuidándonos.
Seguimos observando cómo la heterosexualidad obligatoria arrecia y mantenemos atenta la mirada para identificar como evitar que nos atrape más.
Seguimos negándonos a odiarnos a nosotras y entre nosotras y usamos las redes para encontrarnos y la calle para sonreírnos y los memes para alertarnos. Y hasta pensamos si no será un cierto fin para los hombres y su sistema necrófilo. Y sabemos que el primer paso de este fin, tiene que ver con que no les creamos a ellos que tanto daño nos han hecho de tantas maneras posibles.
Existimos quienes nos alegramos de que las niñas y las jóvenes, al menos estén lejos de sus agresores de las escuelas. Nos maravillamos con la idea, de lo que puede pasar en la vida de estas mujeres jóvenes ahora que con menos tarea, pueden ponerse a imaginar un mundo donde la violencia sexual ni los demás tipos de violencia sean posibles.
Seguimos construyendo, creando, soñando, alegrándonos por la vida nuestra y la de nuestras iguales. Seguimos resistiendo. Seguimos, como dicen Laura Aguirre y su hermana, sintiéndonos “a gusto de estar en nuestras casas, de comer sin prisas, de limpiarla, de habitarla. De poder estar de otras formas”. O como dice Francia Ivette, alejándonos de la computadora que ahora es el espacio de trabajo y no de recreación y encontrándonos con otros haceres. O quienes dicen que les está dando miedo sentirse tan cómodas con el confinamiento, como Karina Ortiz Bonales (¿será la misma vivencia para quienes viven con hombres como sus parejas?).
Y estamos nosotras, desobedientes, que andamos pensando cómo relacionarnos clandestinamente para que el amo no lo impida. Sabiéndonos esclavas en resistencia. ¿Cómo será ese mundo que nuestras ancestras crearon y han sostenido por milenios, aún clandestinamente? ¿Cómo es ese mundo que ya muchas intuimos y otras habitan a ratitos?
Como siempre lo mío, son notas al viento, el inicio siempre, una parte del puente.
[1] La categoría de heterosexualidad obligatoria la conozco gracias a Karina Vergara Sánchez, los errores de comprensión son míos, por ahora es hasta donde alcanzo a mirar.
[2] El capitalismo como guerra y como crimen es un análisis que hace la praxis zapatista y que me interesa seguir pensando para mejor percibir.
[3] La idea de exprimirnos la hizo presente en mi cabeza Luisa Velázquez Herrera-Menstruadora con su analogía de “los exprimidores y las limonas” y luego la confirmó Guille, quien me refirió que su mamá suele expresar: «los hombres nos exprimen».