En la última década la guerra es más visible en nuestros territorios y también la diversidad de formas como impacta en nuestras cuerpas. Estos contextos de guerra y de violencia atraviesan de maneras muy específicas nuestras cuerpas, y además, hay que sumar el que nuestras voces han sido silenciadas sistémicamente durante siglos. Si estas experiencias no son nombradas ni verbalizadas se nos acumulan.
Si nos preguntamos ¿cómo nos impacta la guerra a las mujeres? descubrimos la cantidad enorme de mujeres violadas, encarceladas, asesinadas, torturadas, desaparecidas, desplazadas, mujeres en búsqueda de sus familiares desaparecidos y múltiples formas más como las mujeres ponemos la cuerpa.
Nos corresponde construir nuestra propia memoria sobre un sistema de opresiones capitalista, colonial y patriarcal que se teje silenciosamente dentro de nosotras. Por ello, realizamos un ejercicio escritural en el curso Rompiendo nuestros silencios donde nos escribimos desde nuestros contextos de guerra y que queremos convidarles.
Por Kalajan Ogalde (Chile)
¿Cómo atraviesa tu cuerpo la guerra?
El contexto de guerra contra las mujeres atraviesa mi cuerpo desde distintos ámbitos: físico, emocional, sexual, intelectual, cultural, social, económico y político.
El contexto de guerra me atraviesa en el ámbito físico desde los patrones que se me han asignado por nacer con cuerpo sexuado mujer, por ejemplo, la exigencia de una estética determinada, y también el riesgo físico que corro por poseer determinada anatomía (riesgo de ser violada o asesinada)
En lo emocional, el contexto de guerra me atraviesa desde la instauración de emociones negativas e insalubres; el miedo, la tristeza, la angustia, emociones que hemos compartido la mayoría de las mujeres. Aunque es válido experimentar estas emociones, el sistema capitalista y patriarcal ha hecho estas emociones como propias de las mujeres, puesto que si estamos tristes y asustadas somos fáciles de dominar.
Otra forma en que el patriarcado nos hace guerra a nivel emocional a las mujeres, es a través del concepto de amor. Me he dado cuenta de que llevo exactamente 14 años de los 24 que tengo, sufriendo por amor. Desde pequeña me he angustiado por amores platónicos, amores no correspondidos, desengaños, mentiras, abandonos y toda la basura que nos instaura la heterosexualidad a través de su paquete de amor romántico. Esto es, sin duda, una táctica de guerra, pues el amor se ha constituido como un dispositivo de control, un sedante, un componente discursivo en el lenguaje de las mujeres, y al disponerlo así, las mujeres dedicamos gran parte de los diálogos entre nosotras a conflictos amorosos, y gran parte de nuestras energías en resolverlos.
En el ámbito sexual, el contexto de guerra me atraviesa, primero, desde la imposición de una normativa sexual, y desde allí se configuran una serie de deseos hacia un otro (por rigor un hombre), que tienen por objetivo mantenernos controladas. Luego, puedo mencionar que me siento atravesada desde las cicatrices concretas que tengo en mis genitales a raíz de una intervención post parto. También me atraviesa el contexto de guerra desde la realidad de que en el país en el que vivo no se me permite interrumpir un embarazo no deseado. Me ha atravesado también con abusos sexuales.
En el ámbito intelectual y cultural, el contexto de guerra me atraviesa a través de la deslegitimación constante que sufren los saberes femeninos y la epistemología feminista, se nos trata de poco científicas, poco objetivas, lo que es también un exterminio simbólico propio de la guerra.
En el aspecto político, económico y social, el contexto de guerra me atraviesa desde un orden estructural patriarcal y capitalista, en el que cada vez que las mujeres queremos organizarnos, aparecen soldados del patriarcado a intervenir y garantizar el triunfo de la política masculina. Me atraviesa este contexto en la omnipresencia masculina en mis espacios universitarios y laborales, en las asambleas, en el boicot que realizaron, para ser más específica, en la reciente movilización feminista que se dio en Chile este año.
Me atraviesa el contexto de guerra a través de una economía de plusvalía, en el que las mujeres debemos parir, criar y cuidar por amor, un contexto de guerra en el que somos triplemente explotadas y debemos sonreírle a la miseria.
¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que te sentiste en peligro?, ¿Esa fue la primera vez que te sentiste en un contexto de guerra? Si no es así, ¿Cuál fue la primera vez que lo sentiste?
La primera vez que me sentí en peligro, fue cuando tenía 8 años y mi hermana 6. Nosotras íbamos a la misma escuela, y un compañero de ella habitualmente nos perseguía e intentaba besarnos y tocarnos. Un día, a la salida de la escuela, él nos acorraló en una sala y dijo que iba a violarnos, nosotras corrimos y nos escondíamos detrás de los bancos.
Ese mismo año, se descubrieron los 14 femicidios de las niñas de alto hospicio, un caso al que la policía hizo oídos sordos durante años, pues argumentaban que las niñas se iban voluntariamente para prostituirse. Recuerdo que esa noticia me marcó mucho, y hasta el día de hoy. Allí me pregunté por qué les había pasado eso, y a tantas niñas! Mi mamá y algunas vecinas nos decían que teníamos que andar con cuidado, que ya vemos lo que pasó en Alto hospicio. No sé si conceptualicé el contexto de guerra contra las mujeres, pero sentí que algo podía pasarme, algo por ser niña.
¿Qué significa para ti escribir en un contexto de guerra?
Escribir en un contexto de guerra contra las mujeres es una de nuestras estrategias de supervivencia y también una forma de aliarnos entre nosotras, pues al ser una guerra no declarada, tiene otros matices, y por lo mismo es tan difícil concebirla como tal. En esta guerra los hombres también ocupan la escritura, el conocimiento y la cultura, por lo que someternos a ello es una forma de dejarnos vencer. Escribir es, entonces, una forma de resistir en este contexto y de acercarnos cada día un poco más a la liberación.
¿Cómo se sentía tu cuerpo antes de la guerra?
Me es difícil responder cómo se sentía mi cuerpo antes de la guerra, puesto que desde niña he estado inmersa en el mismo contexto capitalista y patriarcal. Sin embargo, antes de tener consciencia de la guerra, mi cuerpo se sentía mucho más sujeto a lo establecido, me sentía más perteneciente, más cómoda, estaba adaptada a algo que creía que era así por naturaleza. Cuando empecé a cuestionarme lo que consideraba normal, comencé a experimentar sensaciones de no pertenencia, de incomodidad, de desadaptación, y eso de alguna manera me fortaleció, pues me obligó a pensar en nuevas formas de existir. Cabe mencionar que ese proceso de desadaptación no ha terminado, y a medida que voy haciéndome nuevos cuestionamientos, voy necesitando crear nuevas formas de existir.
¿Tu lenguaje y tu escritura fueron trastocados después de la guerra?
Sí, luego de tener consciencia de que me hallaba en una situación de guerra, mi lenguaje y mi escritura se hicieron más conscientes, de manera que hallé en ellos una herramienta de denuncia social y de desahogo espiritual.
¿Cómo pones el cuerpo ante la guerra?
Pongo el cuerpo ante la guerra a medida que voy renunciando de a poco a las normas que le adjuntaron a mi cuerpo y a mi mente. También lo realizo a través del activismo, de la escritura, de las relaciones sanas que puedo construir con otras y de la renuncia a otras formas de relaciones que son propias de las interacciones patriarcales. En síntesis, pongo el cuerpo a través del feminismo.