Hace algunas semanas vi en redes sociales una imagen que decía quiénes eran las verdaderas feministas. Era una imagen que tenía la foto de una astronauta, una mujer científica, y las sufragistas en Inglaterra y no recuerdo quién más, todas blancas, por supuesto. Es que ellas sí son lo que las mujeres deben ser, cómo se deben comportar, sus vidas, sus logros, son a lo que debemos aspirar desde pequeña, de ahí que exista, por ejemplo, Barbie piloto o Barbie presidenta o demás muñecas muy famosas que invitan a las niñas a ser eso, claro, sin perder su femineidad ni olvidarse de un día serán madres, porque sí, ahí está la muñequita rubia sonriente… y al lado un muñeco pro-vida al que le dicen neonato.
Yo miro a las mujeres a mi alrededor, escucho sus historias, veo las cosas que han hecho y los obstáculos que han superado y me parecen admirables. Pero de ellas nadie habla, porque ellas son maestras de primaria, cocineras, venden ropa usada o tienen tantas cosas que hacer y se dedican a tantas cosas que no tienen tiempo ni para descansar. Ellas no están en las monografías, no les hacen artículos en las revistas y, por supuesto, nadie las reconoce como las mujeres más poderosas del mundo, aunque lo sean, aunque, de hecho, estén sosteniendo las economías. Por ejemplo, en 2016 se reportaba que “el trabajo en el hogar” aportaba el 20.5% del producto interno bruto.
Nosotras también nos sostenemos económicamente unas a otras: por aquí una vende comida, la otra productos ecológicos, por allá otra hace libretas o tiene una hortaliza. Y, más allá de eso, nos sostenemos de muchas otras formas, nos procuramos las emociones, la salud, la educación todos los días estamos relacionándonos, pero pocas veces sabemos a ciencia cierta de la vida de las otras, las que se parecen a nosotras, las que no se subieron a un cohete espacial, pero sí tienen mucho que contarnos.
Yo disfruto muchísimo cuando una mujer me cuenta de su vida, cuando me cuenta, por ejemplo, dónde nació y cómo era su casa, cuando me cuenta sobre su infancia, sus gustos, la música que escuchaba en la adolescencia, sobre las películas que más le gustan, todas sus vicisitudes y aventuras.
A los hombres les dicen que sus vidas importan, que ellos por sí mismos valen, que hay que escucharlos con atención porque ellos SABEN. Tenemos tantas y tantas autobiografías escritas por ellos, que al final se transforman también en documentos para consulta. En el caso de las mujeres, nuestros escritos se vuelven curiosidades de la vida cotidiana. Solamente es cuando reflejan horrores o documentan episodios de la historia que son vistos como trascendentales que se nos toma en cuenta. Pienso en el diario de Ana Frank o el ahora publicado diario de Francisca Márquez, una niña chilena, quien a los 11 años registró el golpe militar contra Salvador Allende en 1973. Sí, son textos obviamente importantes, pero, ¿qué pasa con el resto?
Recuerdo con claridad las historias de mi abuela Martha Elena, ella nunca escribió sobre su vida, aunque hubiese sido maravilloso leerla. En cada relato narraba cuestiones de su vida personal, sus enamoramientos, sus hijas e hijos, su trabajo, pero también ponía en contexto su vida como mujer en diferentes momentos. Nos hablaba, por ejemplo, de cómo se vivía cuando Lázaro Cárdenas era presidente, nos contaba de cómo era ser maestra rural y todas las dificultades que pasó, incluso las amenazas de muerte por no quedarse callada. Sus narraciones eran ventanas a la vida de una mujer que se hizo a sí misma, que luchó muchísimo por su familia y por sus estudiantes… pero claro, el que tiene un salón con su nombre en la Normal es mi abuelo…
Necesitamos esas historias. Hay una urgencia por recolectarlas, por documentarlas, ya sea con palabras, ya sea con video o con fotografía. Necesitamos jalar los hilitos que nos dejaron aquí y allá para ir hacia atrás, de donde nos quisieron borrar. Lo interesante de seguir los hilos es que no vamos a encontrarnos con una cosa homogénea, como la historia de los hombres nos ha hecho pensar. Esa historia de la humanidad que parece tan plana, aunque no lo sea, pero lograron pintarla como un solo camino, que nos trajo adonde estamos ahora y que, ni modo, así son las cosas, en blanco y negro, con sus armas, sus dineros, sus instituciones mentirosas.
Las historias de las mujeres nos llevan por caminos distintos, no saben igual, no huelen igual, no se ven igual. En todas, por supuesto, nos encontraremos resistencias, rebeldías, supervivencia, incluso nos toparemos con historias frustrantes o dolorosas, hilos que se cortan de pronto, pero que estaban atados a otros, que podremos también seguir.
Cada cierto tiempo escribo sobre este tema, pero es que cada día que pasa veo cuán vital es para nosotras conocernos, analizarnos, extender nuestras raíces con fuerza y no olvidar que somos mucho más que una nota al pie, que no necesitamos ser la presidenta del mundo para que nuestra vida importe, que hay otras muchas maneras de vivir que irrumpen en un sistema que nos quiere a todas iguales, sonrientes, con ciertos sueños, ciertas expectativas, jamás las nuestras, jamás las propias. Incluso las que lograron alcanzar esas expectativas son cuestionadas, porque no somos suficiente para ellos, pero para nosotras sí, y nuestra liberación está en esos relatos, esas vidas, esas mujeres que nos rodean, de todas.