Las mujeres hemos sido patriarcalmente silenciadas, no es una teoría, tú y yo lo sabemos porque lo hemos vivido, y no ha sido una experiencia meramente personal, aunque nos hagan creer que sí, es una experiencia de clase.
Nos hacen creer que estamos solas y locas, por eso crecemos creyendo que la otra no me comprende, no vive lo que yo, no sabe de mí, a la par nos creemos que somos las únicas viviendo lo que nos lastima, que somos exageradas o estamos locas. Y esto, por supuesto, no son pensares-sentires-actuares espontáneos; nos lo dijeron tantas veces y de tantas maneras, que terminamos por creerlo, naturalizarlo y reproducirlo.
“¡Qué estúpida eres! ¡No sabes hacer nada!” me decía tantas veces ante el menor acontecimiento, daba igual si se me caía una taza, sacaba mala nota o manchaba mi pants con menstruación.
No nací diciendo esas palabras, es bueno no perder esto de vista.
Pensando en los silencios
¿Tienes a tus abuelas presentes, a tu madre?
Yo sí, me ha costado buscarlas y encontrarlas, tratar de construir vínculos sanadores con ellas, aún en la ausencia. Me ha costado porque ellas y yo hemos sido silenciadas de tantas maneras. Mi abuela paterna se suicidó, no la conocí. Mi abuela materna ha vivido al servicio de la familia y sus generaciones, sólo hasta que ya no “sirvió”, y la artritis le impidió lavar y cocinar, se le diagnosticó “demencia» y así fue puesta en un asilo. Mi madre murió de cáncer de mama con metástasis en los pulmones cuando yo tenía cinco años.
¿Sabes cuántas mujeres enferman de artritis o mueren de cáncer por año? ¿Sabes cuántas intentan suicidarse o lo hacen? Esto es político, no meramente estadístico. Esto nos habla de nosotras, a las que no hemos podido mirar porque nos rompieron los vínculos.
¿Cómo debe ser la vida de una mujer para que su cuerpa llegue a concluir en un suicidio o en la construcción de una enfermedad como el cáncer?
Es la cuerpa
La cuerpa es nuestro único espacio de construcción, es un documento vivo con memoria histórica, es lo que soy y en donde estoy viviendo la realidad opresiva. Es la cuerpa la que ha sido tomada y borrada por el sistema patriarcal; repasemos algunos ejemplos.
La cuerpa de las mujeres:
¿Cuántos silencios guardas desde que tienes memoria? ¿Cómo los contienes en la cuerpa? ¿Qué tanto nos hablan de los silencios de nuestras ancestras?
Gracias a las mujeres lesbianas que nos dejaron textos tan valiosos y a las que construyen munda conmigo en la actualidad, he podido reconocer que el silenciamiento no es sólo uno, ni nada más de las palabras.
El silencio es aquello que no pudiste decir cuando te hirieron, pero también es aquello que se enquista y crece como un cáncer gestándose durante años. El silencio es la violación y el acoso que apaga nuestra cuerpa. Es también la falta de referentes de mujeres y la imposición de los creadores del mundo. El silencio es la hoguera, la guillotina, la guerra. El silencio es que al llegar la noche sólo tengas ganas de llorar y debas buscar un lugar oculto para no molestar. El silencio son las teorías que nos explican nuestras vidas para que sigamos creyendo en la opresión. El silencio es el medicamento para callar la cuerpa, para dorm(or)ir.
El silencio no es simbólico o imaginario, trastoca la cuerpa.
El silencio se expresa en ausencia pero también en mentira. Adrienne Rich escribió que las mujeres hemos sido obligadas a callar incluso mintiendo; mentir con la ropa, con el tinte, con las uñas, con el tono de voz, con la crema blanqueadora, el pelo alisado o rizado. Somos obligadas a mentir en función de lo que los hombres de la época han querido escuchar.
¿Qué quieren escuchar los hombres de nuestra época? ¿Cómo mentimos en esta época? ¿Cómo callamos en esta época?
Aunque yo calle, mi cuerpa sigue hablando. Habla con el recuerdo, con el estancamiento, con la tos, con el llanto, con el dolor de estómago, con el padecimiento, con la enfermedad, con la muerte.
Las formas de silenciamiento cambian, se sofistican, mientras que las raíces patriarcales y los resultados mortales para nosotras son los mismos.
Si pienso en mi biografía política, a veces me veo en retrospectiva y me siento muy ingenua; primero, porque creí en el feminismo que me hablaba de igualdad; luego, porque creí en el que me hablaba de multiplicidad.
Ahora tengo algunas certezas.
No fui ingenua, estaba despolitizada, tan silenciada que podían llenarme de cualquier cosa.
El feminismo no es un lugar de creencia, sino de acción. Creer no es una acción en sí misma, y si lo fuere, es pasiva.
El feminismo de la igualdad y el de la multiplicidad son lo mismo, el segundo simplemente es más sofisticado.
Este mismo feminismo ¿actúa? Sí, pero sus acciones tienen raíces patriarcales, entonces no hay potencialidad ni transformación real en las condiciones materiales y simbólicas de existencia de las mujeres.
Cuando la acción se torna así, es una inacción. Es no hacer nada, o en todo caso, abonar al mismo sistema que nos ha silenciado, enfermado y muerto. Es no hacer nada.
¿Cómo llegué a estas certezas?
Ahora tengo preguntas fundamentales y esclarecedoras que me acompañan en el proceso de la construcción de certezas; ¿cómo me siento aquí? ¿puedo romper silencios o estoy hablando de otros? ¿quién habla aquí? ¿de quién se habla? ¿dónde estamos las mujeres en este espacio? ¿cuáles son las intenciones políticas para hablar de lo que se habla? ¿esto es financiado? ¿quién financia esto? ¿quién acepta esto? ¿esto tiene foros, espacios, recursos, editoriales? ¿es posible contar con todo esto y hablar desde las raíces para transformar?
El feminismo de la igualdad apela a igualarse a las condiciones materiales y simbólicas que los hombres crearon para sí mismos a partir de nuestra explotación. El sujeto central no somos las mujeres, sino los hombres; igualarnos a ellos, sin existencia legítima.
El feminismo de la multiplicidad apela a la diversificación identitaria, desde un lugar discursivo y performático. El sujeto central no somos las mujeres, sino los hombres, diversificarnos en tantas partes como sea posible, de tal manera que no quede una de nosotras.
Por lo demás, ambos tienen recursos, foros, academia, becas, posgrados, libros, presencia social, política, cultural, institucional…¿es posible transformar radicalmente el mundo así? ¿es posible destruir un sistema pactando con él?
Yo no quiero –¿por qué querría?– igualarme a quienes nos han silenciado históricamente, tampoco quiero desaparecer en sus políticas de identidad ginocidas; y la cosa es que estuve a dos minutos de hacerlo.
¿Cómo trastoca la cuerpa este silenciamiento feminista significado a partir de la modernidad?
Les contaré cómo, brevemente y a partir de mí, pero cuando hablo de mí quiero que tengan presente que soy parte de una clase social-sexual mujeres. No olvidemos esto, pues dentro de la atrocidad patriarcal-capitalista-heterosexual se nos hace pensar en una yo-sin-clase, un yo-sin-mujeres, como si fuera posible. Les contaré cómo, aunque ya lo he hecho, pero elijo seguir haciéndolo, para las que quieran escuchar. Hoy les hablaré sobre mastectomia.
Silenciamientos, dijimos.
Ancestras, dijimos.
La cuerpa, dijimos.
Sofisticaciones, dijimos.
Certezas,
dijimos.
Soy una mujer que ha vivido con miedo al cáncer desde los cinco años de edad. No fui una niña que viviera preocupada por la feminidad; no me interesaban las muñecas, los niños o ser madre. Fui una niña preocupada por el cáncer. Pienso… Entonces sí fue la feminidad, pues el cáncer es consecuencia directa del sistema patriarcal donde su clase fundadora (hombres) creó la feminidad para efectos de reproducción de su cultura, de sometimiento y naturalización. Todo sostenido en nuestra cuerpa.
Mi madre fue diagnosticada con cáncer de mama, pasó por la mastectomía, el cáncer se hizo metástasis en sus pulmones y murió, literalmente, ahogada.
Audre Lorde escribió Los diarios del cáncer, ahí relata cómo ha sido la mastectomía. Yo no pude saber desde la voz de mi madre cómo fue este proceso, es decir, su vida. Cuando leo a Audre puedo tener una noción, me conmueve, por momentos me tumba, luego me recoge y me abraza, me acuerpa.
Viví desconectada de mi cuerpa, puede ser que desde los cinco años. No me gustaba tocarme, siquiera mirarme al espejo. Repudiaba mi cabello, mi voz, mis ojos. Aunque me gustaba correr rápido, jugar y leer, viví medianamente desconectada de mi cuerpa. No me gustaba ver el vello que brotaba en mis poros, tampoco la menstruación que se anunciaba y no quería darme cuenta en que mis pechos crecían. ¿Por qué tenían que crecer? ¿Por qué tenían que mirarlos con esas miradas que lastiman? ¿Por qué no podía ocultarme del mundo que cortó los senos de mi madre y ahora hacía emerger los míos para ser degustados por los otros y seguramente luego también cercenados?
Al reconocerme lesbiana, mi cuerpa se tornó otra. Es decir, yo. Logré mirarme al espejo, sonreír, tocar mi cabello y cuidarlo con caricias, tocar mis senos y los de otra mujer, reconocerme en su vulva, reconocerla en la mía, encontrarnos en nuestras historias.
En la universidad esto cambió. Rápidamente la colonialidad que ahí opera me presentó ante el feminismo de la multiplicidad, el queerismo. Volví a poner mi cuerpa en duda, la duda en la que me pusieron históricamente, la sometí al escrutinio vago de las palabras sofisticadas que venían de gente europea, la metí en una sala de interrogatorio para buscar torturarla hasta decir las verdades construidas a partir de las preguntas del otro.
¿Cómo trastocó esto mi cuerpa?
Creí poder comprar el kit del amo para desmontar la casa del amo, creí que podía ser libre al fin…¿identificándome con el opresor? Sí. Vi nuevamente mi cuerpa con repulsión, creí (este lugar de fe e inacción) en la explicación que me dieron sobre mi vida, anulé mis historias y a mis ancestras. Todo comenzó con algo pequeño, mínimo, una cosita de nada, lo que parecería un juego de «niñxs»; cambiar mi nombre en redes, ante ciertas personas, firmar así en masculino o en «neutre».
Es decir, silenciándome, ¿al final no era algo tan mínimo verdad?
Y seguí de esta manera, cerca de comprar no sólo “penes sintéticos”, sino binders para aplastar mis senos, mirando además qué cirujanos eran los mejores para no dejar marcas en una mastectomía voluntaria.
MAS TEC TO MÍ A VO LUN TA RIA.
Aquel proceso que vivió mi madre, traído de la enfermedad, traída de toda una vida de miserias y resultando en su muerte, era algo que yo reivindicaba como transgresor. Y lo peor es que ni siquiera pensaba en ella cuando me lo planteaba. ¿Dónde estaba ella? Borrada. Como yo.
Borrada como mis abuelas, tías, primas, sobrinas, amigas, brujas, todas. Porque no pensaba en ellas. Ahora me doy cuenta de que cuando más lejos estuve de mujeres, fue cuando más daño me hice, me hicieron.
Aquel proceso que relata Audre, donde describe el dolor físico, real, los efectos emocionales, las crisis, el llanto, la desesperación…. yo lo estaba poniendo en un altar como la punta de la revolución.
¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede seguir desechando la cuerpa de las mujeres de esta manera? ¿Cómo podemos seguir creyendo que deseamos la opresión? ¿Cortar mis senos habría significado romper los silencios, honrar a mi madre, destruir este sistema que nos borra y mata? ¿En qué lógica mutilarnos (una estrategia históricamente patriarcal) y nombrarnos como el opresor puede ser algo reivindicable, verdadero o sanador? ¿Estamos ante un nuevo ginocidio como lo ha sido el vendaje de pies chino descrito por Andrea Dworkin, sólo que tan sofisticado que lo pensamos como voluntario y además radical?
Audre dijo que fue el amor de otras mujeres lo que la mantuvo con vida. Y ese mismo amor de mujeres es lo que me ha mantenido con vida, a pesar de que este sistema me ha querido muerta desde que nací. Muerta callada, princesa, quieta, triste, heterosexual, cercenada, enferma.
Con las mujeres lesbianas, desde el lesbofeminismo, es que reconocemos la posibilidad de honrar a las ancestras, romper los silencios, conocer nuestra cuerpa, senos, útera, menstruación, el hilo que nos une y sana.
Llega un momento en nuestras vidas en que no podemos seguir callando, en que no podemos mentirnos más, a nosotras mismas y a las otras. En que es vital la conciencia de clase social-sexual mujeres y las tomas de postura para nuestras vidas. Por eso Audre nos ha preguntado ¿qué palabras te faltan todavía? ¿qué necesitas decir? ¿qué silencios nos quedan todavía por romper? y yo les pregunto ¿qué han dicho a esos silencios? ¿qué han dicho a sus ancestras? ¿qué han dicho a su cuerpa?
¿Queremos seguir viviendo silenciadas, borradas, mutiladas, ausentes de nosotras?
Gracias, me encanta leerte .