Cuento

[Cuento] La habitación

Por Verónica Márquez Hernández, Diana Vega, Iliana Malagón y Montserrat Pérez 

 

Dio un último vistazo a la habitación en la que vivió por al menos 10 años. Recogió la transportadora desde donde la gata de ojos ámbar se preguntaba qué estaba pasando, y con la otra mano tomó la maleta de rueditas de segunda mano que compró por internet. Le chillaban un poco las ruedas y la manija se atoraba de pronto, pero no era algo grave. Igual pretendió unos segundos luchar con la maleta para quedarse ahí un momento más. Pero ya estaba, ya no había nada qué hacer, se tenía que ir.

Aún olía aquel espacio al que llamó casa a lavanda y a romero mezclados con incienso de sándalo, del que venden afuera del metro. Es peculiar la forma en la que los espacios guardan… cosas, materiales e inmateriales. Pero dentro de unos días alguien más se mudaría y abriría las ventanas, tallaría con cloro o vinagre y dejaría sus propios pensamientos en ese lugar.

Resuelta a marcharse al fin, respiró profundamente, caminó hacia la salida y giró la perilla para abrir la puerta, pero no se abrió. Había llovido mucho ese día y la madera estaba hinchada. Tuvo que soltar la maleta para jalar con fuerza. Jaló varias veces y nada.

Entonces, soltó también la transportadora y volvió a jalar con las dos manos. Nada. La puerta retumbaba con cada jalón y notó que el quicio descuadrado se estaba cuarteando. «¡Y ahora qué!», gritó impaciente. La gata maulló.

Su momento mágico y nostálgico de despedida se había visto interrumpido por una situación inesperada. Y su partida ya no sería recordada de una manera tan genial. Y es que siempre le había gustado contar sus historias con cierta emotividad y suspenso. Este hecho podría dar cabida a la comicidad.

¿Es en serio? La habitación no la quería dejar partir. -Bueno, bueno- hizo una pausa, nadie se tiene que enterar de este altercado. Haría un paréntesis para encerrar la forma poco delicada en la que intentaría abrir una puerta averiada. Entonces, con la cabeza, le hizo señas a la gatita de ojos ámbar que había sacado de la transportadora para que se hiciera a un lado, por si aquello no resultaba bien. Y fue lo mejor, porque jalando con todas sus fuerzas terminó por llevarse la manija, no sin antes caer de nalgas para luego dar media maroma hacia atrás. ¡Qué risa! ¿En serio tendría que contar esto acerca de su partida?

Se quedó tirada riendo en el piso de la habitación que ya le era ajena, de ladito, en posición de feto, mirando a su gatita y mimándola con suaves caricias en la barbilla, soltó las palabras que no se había atrevido a decir a nadie: «tengo miedo»

¿Cómo resulta salir a la calle con tu gatita y la maleta en mano cuando a tu vida le hace falta sueños, inspiración, metas y… dinero? ¿Cómo le explicas a aquella gatita que los pocos ahorros que tienes son para emprender un camino con ella hacia la incertidumbre llena de añoranza?

Se levantó del piso, se sacudió el polvo, puso un pie en la pared y el otro lo mantuvo firme en el piso, empuñó la cerradura con ambas manos y jaló con fuerza. La puerta se abrió, el fuerte viento por la llovizna de la tarde le hizo ondular el cabello, cargó la transportadora, deslizó la frágil maleta hasta la salida, cerró la puerta suavemente y se marchó.

 

*Nota: Este texto es resultado de un ejercicio de escritura colectiva que se llevó a cabo en el Círculo Feminista de Lectura y Creación Literaria a cargo de Montserrat Pérez en Ímpetu Centro de Estudios A.C.

2 thoughts on “[Cuento] La habitación

  1. ¡Qué genial relato escrito en colectivo! Felicitaciones a las autoras. Me encantaría tomar ese curso, ¿lo abrirán de nuevo?

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