Por Rosario Ramírez Rodríguez
En el sureste mexicano
se encontraba La Catrina,
se le miraba muy contenta,
pues las calles ya eran suyas.
Recordó que hace tiempo
no caminaba tan segura,
y esto fue gracias a las mujeres
que resisten y luchan.
La Catrina estaba alegre,
sentía orgullo por nosotras,
por las incómodas que no se callan,
las feministas aguafiestas
y por las que acompañan.
La Catrina tomaba las flores
que en las ofrendas le dejaban,
porque le encantaban sus colores
que le recordaban a la vida y a la fiesta,
entre mujeres.
De todo amor romántico, La Catrina ya
se había liberado. Regresaba únicamente
para vernos a nosotras.
Le daba orgullo ver las alianzas y
amistades feministas.
De las muertas y desaparecidas,
La Catrina sabía mucho, aunque
poco compartía, y el único mensaje
que dejó pintado en las paredes y
en las banquetas de las calles, fue:
¡Resistan hijas mías,
que la vida es fiesta y alegría!