Por Itzeltal
Estamos muy a gusto, tomando un té en esta noche fría. Leemos un texto sobre lesbianas, escrito por una lesbiana, que habla desde la lesbiandad. Es un momento de descanso, después de tanto trabajar. Pero pronto, la noche, como la lectura, como la vida, es interrumpida por estruendos masculinos, una de sus modalidades.
Hay varios motivos por los que estas fechas son especialmente terribles para la vida. Pero hoy estoy particularmente exhausta y colérica con la pirotecnia.
No hay que pensar mucho, los cuetes provienen de la política de los hombres. Es su industria, proviene de sus invenciones, es usada como estandarte de guerra, evoca el anuncio de la destrucción, es la celebración de un triunfo, que recuerda siempre que se triunfa sobre algo o alguien, es algo bélico, es usado como tortura.
Es su celebración del gran triunfo, la destrucción de todo.
Es una época en que se une una poderosa institución patriarcal: la familia. Y con ello me refiero a los hombres, varias generaciones de ellos, sometiendo a varias generaciones de ellas.
Mientras ellas cocinan, limpian, planean, contienen… ellos ordenan, beben y se ríen frenéticamente. Ellos compran, a sus homólogos vendedores, que los consiguen de sus homólogos productores, que se amparan en sus homólogos mandatarios, cuetes para que sus pequeños homólogos polimorfos se diviertan, porque su diversión es la destrucción… pero ojo, no es que truenen sus cuetes en la cara de los señores, donde los puedan interrumpir con el ruido o molestar, «‘¡váyanse para allá, ándenle!»; los mandan afuera, a la calle, a adueñarse de la calle y de la noche (Andrea Dworkin), a aterrorizar, a destruir, a someter la vida al terror.
«Anden, vayan pequeños yos, vayan a demostrar lo que somos, seres despreciables y dueños de todo. Vayan a torturar a esas aves que quedan aturdidas hasta la muerte. Vayan a acelerar el corazón de esas viejitas hasta el paro cardíaco. Vayan a destrozar los nervios de esos canes que solo quieren desaparecer con tanto ruido, que corren, jadean, y son aplastados por otros yos, que rematan sus vidas. Vayan y hagan trizas a esa niña que se esconde bajo las cobijas, que llore, que sepa quién manda. Vayan y regocíjense, porque hay que celebrar.
Vayan. Vayan.
No regresen hasta que no acaben con todo. Con todas. Que se aturdan hasta el delirio, que los respeten y los amen. Vayan a celebrar el nacimiento de Jesús. De uno de los nuestros. Vayan.»
No puedo desear que les explote el cuete en la cara, o en las manos. No puedo desear que se quemen con su propia destrucción. Qué clase de mujer sería si pensara siquiera eso. Y es que no saben lo que hacen. ¿Cierto? Ese niño, ese joven adolescente, ese señor asqueroso no sabe que incomoda ¿verdad? Quizá si le digo, si le enseño, si lo amo lo suficiente como para que cambie.. No tiene noción de que está lanzando pólvora y fuego a las puertas de la gente, a los pies de su hermana, prima, hija, vecina ¿verdad? No se ríe cuando ella llora y se mete corriendo lastimada ¿o sí? Tan víctima del sistema él, tan lejano de la realidad, tan desamparado y necesitado de comprensión, cariño. Servicio.
Todo el asunto de la pirotecnia es algo profundamente colonial. El sistema de los hombres es estruendoso. Tiene que molestar, drenar, tiene que encarnarse. Tiene que sonar por lo alto. Debe mostrarse y regodearse. Deben celebrar el nacimiento de cualquiera de ellos, de cualquiera de los de su clase social sexual. Deben anunciar el patriarcado que no ha muerto. Tienen que perturbar la vida, destruirlo todo.
Nunca he tirado cuetes, más allá de las que en mis tiempos se llamaban «brujas». Una o dos veces de niña. Nunca más. No participo de estas fiestas o de otras de índole similar. No hago apología a la institución familiar bajo ninguna de sus formas. No compro, preparo ni como otras vidas ni hoy ni nunca más. Me niego.
Casi no puedo pensar, uno tras otro me sobresalta, mi perrita viejita solo sabe de taquicardia y quiere huir, mis gatas tienen sus ojos extraños, como desorbitados y saltan con cada nuevo golpe auditivo. Casi no puedo escribir, grito que se callen.
Me asomo más por la ventana…¿Quién de todos es el que está prendiendo este infierno?
Creo que vi a ese niño que el otro día estaba con una resortera matando palomas. O creo que sería su hermano adolescente que maneja un auto a toda velocidad en estas calles como si fuera un videojuego y por cada vida terminada le dieran puntos, el mismo que estaba tirado vomitado de borracho y drogado, siendo advertido de que lo iban a anexar. Tal vez sea el señor de a lado ahora que lo pienso, ese que arroja piedras a cada perra y perro que osa caminar a 30 metros a la redonda de su casa. O acaso son los chicos que el otro día vi golpeando a su hermana pequeña. O esos primos que tiran pelotazos a cada puerta donde viven señoras. No, creo que es el tipo que golpea a su esposa. O tal vez el hijo de ese tipo, el niño que tiene una pistola de juguete con la que apunta y «dispara» a las niñas que vi jugando juntas en la calle. Será más bien ese señor que llegó la otra vez de madrugada reventando la puerta de su casa, hasta que le abriera la señora. O tal vez sea ese niño o ese hombre que…
Pero cómo detesto los cuetes, el olor a pólvora, la contaminación en el aire que queda los días siguientes se me hace aún peor. Es un gusto leer tus reflexiones.