Por Adriana Amezcua
Escoge una página, me dijo sonriendo. Tomé aquel libro en mis manos y hojeé hasta detenerme en una que llamó particularmente mi atención. “El sueño de irse lejos” decía el título, seguido de una hermosa ilustración, una pequeña colina y un castillo a lo lejos. Le devolví el libro en aquella página, y pronunciando una sonrisa me dijo: “lo sabía”.
Anah era una chica fascinante, de mentalidad amplia, espiritual y un gusto peculiar por el té y las plantas. La conocí un diciembre, poco antes de decidir cambiar el rumbo de mi vida e irme a vivir a la India por tiempo indefinido. Comencé a conocerla más hacia principios del siguiente año, el gusto por la fotografía y la poesía nos conectó y nos hizo pasar largas tardes de conversaciones y té.
Uno de esos días lo supe, estaba entrando en un gran dilema, empezaba a enamorarme de ella a escasas semanas de partir por tiempo indefinido. Una no decide cuando enamorarse, no, y nunca es oportuno hacerlo y al mismo tiempo sí, enamorarse puede ser lo más oportuno frente a un mundo lleno de odio y sufrimiento. Pero la frustración me abrazaba: “¿Por qué ahora?”- pensaba- “ahora que he de partir”.
Consideré incluso dejar de verla, no seguir alimentando aquello que, según yo, no iría a ninguna parte. Pero un día en un sueño se me apareció una sabia mujer que me dijo: “Es tonto dejar de vivir la vida sólo por saber que algún día moriremos”. Desperté pensando: “¡Claro! Si se trata de lo contrario; hacer ahora que podemos, amar ahora que se tiene un corazón”. Descubrí entonces, que lo que me ocurría era querer el capricho de tenerla por tiempo ilimitado, “¿para qué estar con ella, si no la tendré mucho tiempo?”… Pero luego comencé a cuestionarme, ¿cuánto es mucho tiempo? ¿Por siempre? Además, ¿qué garantiza que yo no vaya a morir mañana o que a los tres días ella y yo decidamos terminar porque no funcionó? ¿Qué garantiza que el amor no se vaya a acabar?
Y allí estaba yo, de pie, inmóvil frente a la vida, frente al amor, sin hacer nada, ¡qué tontería! Al darme cuenta de todo esto decidí seguir, la invité a salir, a tomar el té, a comer juntas, a leer poesía, ¡qué más da! Me iré a la India, sí, me moriré algún día, sí, ¡y qué maravilla! Me di cuenta que la proximidad de mi viaje al otro lado del mundo me estaba regalando una sensación constante de estarme desvaneciendo y con ello, también la adrenalina del vacío. Disfruta del vuelo, porque será breve.
Fue una noche, que tras pasar la tarde juntas, terminó por besarme y yo por deshacerme de aquellos pensamientos inservibles.
Fue entonces cuando viví uno de los mejores romances de mi vida. En un vínculo sincero, libre, calmo y tierno. A partir de tener algo que nunca en mi vida había tenido; una relación amorosa con fecha de caducidad.
Mi reflexión fue la siguiente: así quiero que sean mis futuras parejas; libres, y yo también sentirme libre, quisiera poder recordar todos los días que las relaciones en general, y los vínculos amorosos en particular, no son para siempre y eso es lo que los hace bellos, porque es lo que te hace disfrutar de cada segundo, es lo que te impulsa a buscar tiempo de calidad.
Anah no me pertenecía, nunca me perteneció y yo nunca le pertenecí, ambas comprendimos eso, por eso fue tan fácil dejarnos ir y quizá por eso logré amarla con tanta intensidad, sin las contaminaciones de los celos, o la sed de control de la una sobre la otra.
Ojalá todas tengamos la oportunidad de tener amores así: intensos, libres, sin contrato ni condiciones, sin letras chiquitas, sin los términos y condiciones, ni las ataduras del “felices para siempre”. Ojalá tuviéramos este tipo de amores antes de decidir quedarnos con alguien y creer que nos pertenece por el simple hecho de que vive en el mismo techo o por tener la etiqueta de novia, pareja o esposa. Ojalá nos quedemos con ese alguien por amor y no por necesidad, ojalá sea el anhelo de compañía genuina y no el deseo de dominio. Aceptando la fugacidad que nos arrebatará la una de la otra a las pocas semanas, meses, años, o lo que tarde en llegar la muerte.
Reflexiono ahora en el poder que tiene el reconocer la impermanencia latente, de este cuerpo que muere instante a instante, el reloj que jamás se está quieto. Se nos ha enseñado a querer lo permanente, lo estático, los amores con contrato, ignorando la belleza del cambio, la importancia de la trascendencia, reconstruir el amor desde un “deseo que seas feliz, conmigo o sin mí”.
“El sueño de irse lejos” descansaba recargado sobre la pared, iluminado, emitiendo una dulce luz cálida. Anah quieta, emitía una tranquilidad desbordante, yo dormía en su pecho, no nos preparamos para decir adiós, porque ya sabíamos de antemano que iba a ocurrir, no nos aferrábamos al tiempo, solo respirábamos juntas, mientras durara.
Me iría, seguiría con mi vida y ella con la suya. Tuvimos una despedida como ninguna, en versión noche cálida y calma.
Al día siguiente, al bajarse de mi auto, la contemplé irse. Se detuvo y se giró para ver si seguía allí, sólo me sonrió. Y fue cuando pensé, así deberían despedirse las amantes: con una sonrisa. Avancé y dos días después, el sueño de irse lejos se convirtió en una realidad.
» …no me pertenecía, nunca me perteneció y yo nunca le pertenecí,» siempre es así, seamos o no capaces de enterdenlo. Ser libre es dejar ser libres… Lo describes muy bien. No me pertenezco, ni nada de aquí es mio… Gracias por compartir, es profundo y delicado.