Escribir también es parte de amar la cuerpa, están conectadas, en cada palabra se puede recuperar y hacer valer mi espacio y mi ser. Amar la cuerpa es una experiencia, un proceso, un amor (que nos han arrebatado a las mujeres desde que nacemos), una transformación que se manifiesta en toda nuestra vida. La amora que habita en cada centímetro de nuestra piel siempre nos llama, está latente, hasta que es inevitable el encuentro y ya no hay vuelta atrás. A todas nos llega aquella reunión en la que tenemos que dejar atrás toda la violencia impuesta y auto infligida, historias y cuentos ajenos (masculinos), porque en nosotras la violencia sí grita más de una vez, porque no nos quiere habitar.
Aquél encuentro siempre lo postergué, siempre lo callé, lo ahogaba en mis lágrimas y aunque sabía de donde venía, prefería vivir aquel éxtasis (falsa y momentánea felicidad) que el heteropatriarcado me ofrecía, aunque me hubiera gustado haberme amado en aquellos tiempos de esclavitud, ahora, con más fuerza sé que en el lodo se puede renacer y brillar. Crecí viendo en el espejo inseguridad, falta de valor y amor propio, rechazo de mi cuerpa, de mi cadera, de mis muslos, de mis piernas, de lo que para mis ojos fuera gorda o fea. Crecí como todas, bombardeada por toda la violencia en medios, vocabulario, con la patologización de las cuerpas reales. Crecí en un mundo que no era para mí, donde no cabían mis piernas, mi flacidez, donde no podía ser yo, crecí en un mundo patriarcal, y con eso, se dice todo. A cierta edad con el régimen hospedado en mí, cometí las más grandes faltas a mi cuerpa, en consecuencia, a mi espíritu, el desprecio sucio en silencio hacia mí, crisis, ataques de pánico, llanto, invisibilizarme, el no defenderme, no poner límites, auto sacrificarme, un suicidio fallido (que desde ese momento agradezco, y aunque la falta de amor a mi ser no fue toda la razón de aquella decisión, si lo fue en un 50% para querer morir y hacer todo para lograrlo), omitir una enfermedad autoinmune que venía viviendo y tomar otro medicamento que no era el indicado con tal de vivir un placer capitalista y mundano: bajar de peso, por lo tanto, ser para los demás, ser objeto deseable, saciar mi sed de aprobación que ahora sé que tenía una explicación. ¿Enfermedad autoinmune? ¡Yo sola me atacaba! Qué más podría haberme generado, sino algo tan claro como eso para darme cuenta de que estaba ocurriendo. La amora que me ofrecía mi cuerpa, cada rincón de células, felicidad y regocijo siempre estuvo ahí conmigo siendo testiga, siempre me estuvo amando, nunca me abandonó y me recogía cada noche con su fuerza e insistía en hacerme una con ella.
Creo que el amor de la cuerpa al ser algo más profundo, se manifiesta o se puede llegar a manifestar de una forma externa, será nuestra amor, nuestra conexión de opresiones y resistencias con otras mujeres o la vida misma que busca justicia, pero ¿Quiénes son las que nos acompañan en esos procesos? La luz siempre está en el interior, pero la luz y sabiduría de otras mujeres también nos enseña, ama y nos acompaña, mucho de eso le debo a mi amada mamá (Tita, Carmen, abuelita), a mi hermana (que aunque ha vivido la misma violencia, ha sido compañera de opresiones, ha luchado a su manera), a la amor, vida y estrellas de todos mis días, E. (que juntas hemos transformado y juntas vivimos en amor), a grandes amigas, amigas lesbofeministas e incluso a desconocidas.
Comencé el proceso no lineal de amar mi cuerpa con plena conciencia, rebeldía, aceptación, autonomía, valor y libertad, desde hace dos años y aún sigo, con avances, pausas, brincos y atrasos, pero me esfuerzo y lucho en mantenerme. Conocí el lesbofeminismo y ahí empezó mi revolución.
Empecé a conocerme a través de consumir conocimientos y experiencias, a través de escucharme, de reapropiarme, de sentirme; empecé a reconocer cada parte de mí, a ir depurando de mi ser lo que no era mío, desde mis pensamientos, emociones, acciones y forma de vivir, a verme con otros ojos, con ojos de amor, aceptación y felicidad. La belleza de re-descubrirme y redefinirme, de poder separar, cuestionar y desechar lo que tantos años me habían puesto a cargar en mi espalda y pies. No se puede vivir creyendo que todo lo que vemos, incluyendo el supuesto amor propio que nos venden es para nuestro beneficio o crecimiento. Llegó el momento en el que dejé de depilarme y usar maquillaje para sentir que me «arreglaba», también en el que elegí ropa menos justa, menos heterosexual y más cómoda, más lésbica, comenzaba a comer todo lo que quería sin reproches y juicios, a agrandar mi espacio corporal en espacios públicos, a dejar que mi cuerpa fluyera en su peso real, sin importar que fuera más gorda, empecé a transformar las palabras, ser gorda lo hice mío. Ser gorda es amar la cuerpa, porque le comenzamos a dar el espacio justo y grande que merece en las calles, en todo espacio y todo lugar, eso también se traduce a levantar nuestra voz de una forma individual y colectiva, desde decir lo que quieres, sientes o piensas, hasta luchar por nuestra felicidad, como posición política, en aceptar y buscar lo que, sí merecemos a manos llenas, es como si todo en nosotras empezara a florecer y a brillar por sí solo, tal vez porque eso es lo que nuestra cuerpa también buscaba.
Las reconciliaciones siempre se recuerdan <3
Empecé a ver los cambios en mis piernas y en mis axilas donde comenzaban a crecer selvas, y la única vez que intenté en volver arrancarlos, lloré y me pedí perdón en la regadera. Aunque ya tenía años con cabello muy corto, logré raparme y dejar esa seguridad a un lado. Viví etapas de falsedad creyendo que ya todo estaba en orden porque seguía siendo «aceptable» o al menos «no gorda», pero el día que me curé de aquella enfermedad y dejé todos los medicamentos, mi peso real se asomó, subí 10 kilos, era mi prueba real. Sólo de mí dependía si avanzaba o regresaba a la oscuridad. Por un tiempo traté de ocultarlo (ocultarme), hubo una temporada en la que no me veía a los ojos al verme en el espejo, seguía sumiendo mi panza, comencé a debilitarme poco a poco, hasta que supe que no podía seguir viviendo eso.
Mucho amor influenció en regresar a mí, en aceptarme. Que otra mujer te ame, te acepte y te motive a seguir siendo como realmente eres, enseña y te deja marcada para siempre. Recuerdo que lo de sumir mi panza, era algo que yo no tenía consciente y lo hacía en automático, hasta que volví a ver con atención la libertad de la cuerpa de la mujer que me acompaña, también recordé como mi hermana siempre se ríe con amor y ternura al recordar que de niña yo siempre tenía mi panza de fuera, y la atesoraba, la amaba, y se la enseñaba a todas, y hasta hacía que la tocaran como yo, acariciándola. Vi mis fotos y en todas lo hago. ¿Cómo pudo ser? algo tan simple lo pude olvidar, ¿Cómo pudo ser que mi mente me saboteara para que aunque me viera al espejo, no viera ese hábito de esconderla? Tal vez suena pequeño, pero sentí que algo dentro de mí se movió. Ahora lo intento y lo hago, la suelto, mi gordura se ve, la hago visible <3
Puede llegar a ser difícil, incluso tentador, porque las supuestas «ganancias» del pasado y presente hacen ruido, el régimen siempre está despierto y siempre va estar invadiéndonos para ceder y caer, pero cuando te das cuenta que no eres un objeto, que tu valor sólo te lo puedes dar tú, cuando por fin ves la verdad revelada ante tus ojos y corazona, las presiones, los temores, la necesidad de ser alguien más, lo que te ata, desaparece. Las naves se queman por si solas y ya no, ya no se puede regresar.
Tengo todo el derecho de ser.
Amar mi cuerpa, también me ha enseñado a transformar mi amar, respetar y valorar a otras mujeres, sus cuerpas, sus historias, lo que comparten, sus pensamientos, me ha dado una nueva forma de relacionarme con la otra, la concepción que tengo de su existencia, el poder que crea la unión de nuestra sabiduría, la devolución mutua de nuestro valor, incluso la conexión con otra cuerpa en el plano afectivo y sexual.
Amar a otra mujer con una corporalidad similar a la mía, es una revelación. Por supuesto, es rebeldía y transformación en movimiento. Somos espejos, y es bellísimo reflejarse y compartirse en otro rincón de piel e historia similar. Incluso, el compartir de vez en cuando las opresiones, el desahogarse con la otra, reforzarse, construirse y evolucionar juntas. La experiencia de sanar el amor hacia la cuerpa a través de los ojos de la otra, de compartir y vivir.
También el amar la cuerpa une nuevas amistades con otras mujeres, tal vez es una nueva medicina invisible, interminable, la que siempre podremos desarrollar.
A veces hay tanto amor en la cuerpa, que se sale de mí, que quiere ir allá afuera a depositarla a cada mujer, para que sus lágrimas y heridas se conviertan en felicidad y desobediencia. Para que recorran ese camino y lleguen a ellas mismas. Incluso, he llegado a pensar y creer, que una vez recuperándonos, nuestra espíritu crece, porque si lo espiritual tiene efectos en nuestro físico, entonces el recuperar nuestra corporalidad, debe tener un efecto espiritual.
Amar la cuerpa y una vez amándonos, fluir y renacer como las flores en el concreto, con más fuerza, dispuesta a construir y destruir lo que le dañe, con más sabiduría, con más vida.