Puedo escuchar que crees que las mujeres somos mercancía y que lo mejor es ponernos en venta. Puedo escuchar que consideras que la relación que tienes con tu parejo hombre es la mejor de todas las relaciones que ha habido en el planeta. O que crees que aplaudir a la industria proxeneta es «no negar derechos a las mujeres». Puedo escuchar que consideras que Lamas y Butler son tus maestras y que piensas que el género se elige como un vestido. Pero no creas que me voy a quedar callada.
Responderé que no somos mercancía, que no hay libertad en ponerle precio a las violaciones de mujeres, que escuchar solo el discurso tratante y no el de las mujeres que escapan y denuncian la trata, es misoginia y conveniente con los proxenetas. Contestaré que no somos un vestido ni un labial y que las opresiones no se «eligen», así como ninguna mujer «eligió» la heterosexualidad. Diré lo que pueda porque el amor profundo que tengo a las mujeres no puede ser callado en nombre de las confusiones que el sistema patriarcal vierte sobre nosotras.
Quizá te sientas confundida, trastocada, no esperabas eso de mí, yo tampoco esperaba eso de ti, ¿pero se trataba de expresar lo que pensamos, no?, pues es esto lo que pienso, pero ahora que hablo, quizá ya no te gusta, sientes que vine a imponer, que no escucho, siento que más bien a ti es a la que no le gusta escuchar otros puntos de vista que no sean los del opresor, porque yo te escucho por todos lados, en la boca de académicos, gobernantes, feministas neoliberales, en instituciones y en la publicidad, pero unos minutos escuchando otro enfoque a ti te vienen raros, ¿verdad? quizá, pienso, es que no era a mí a la que no le gustaba escuchar.