Me fue difícil echar un clavado al racismo en mi vida porque son prácticas que las sociedades nos han naturalizado. Nuestra formación ha sido dictada principalmente por hombres. Y las mujeres que han logrado dar voz a sus ideas y experiencias, obviamente me refiero a las “conocidas y volteadas a ver”, son blancas y adineradas.
La familia de mi madre y mi padre son de pueblitos olvidados, no de esas cabeceras municipales donde el apellido de “pueblos mágicos” se les ha pintado. Mis abuelos maternos vivían del trabajo de la tierra. Mi madre, una de las mayores, desde muy chica tenía que levantarse temprano para cocinar para sus 11 hermanos y para llevar a tiempo la merienda a mi abuelo a la milpa. Mi abuela Ángela, tenía que alternarse entre ir a “ayudarle” a mi abuelo y llegar a hacer la comida en su cocina que solo eran unos ladrillos y harta leña y humo. Humo que años después le costarían sus pulmones.
Mi abuelo y abuela paterna, viven donde la calle la delimitan piedras, lodo, plantas y un riachuelo. Mi abuela Rosario, amante de las plantas que hacía magia mezclándolas y sanando a través de ellas. Ambas abuelas, mujeres poderosas, pero con una historia detrás de violencias ejercidas por mis abuelos. Porque no es lo mismo ser un hombre racializado a ser una mujer racializada.
Para mí, esta es la historia más representativa del patriarcado, lo que me hizo desde muy pequeña darme cuenta que no todo es color de rosa. Me hizo darme cuenta que la violencia existía, aunque en ese entonces no sabía nombrarla ni lo qué significaba el silencio, más estando en un lugar que no es volteado a ver por la sociedad. Eran también prueba de esa herencia hacia mi madre y hacia a mí. Formas de hablar, formas de actuar, formas de sentir.
Cuando iba en la primaria, recuerdo que mis compañeros se burlaban de mí por cómo hablaba. Por palabras que para mí no tenían nada de malo, pero que para los demás niños estaban mal dichas. Palabras como: Empréstame, pueque , quesque, etcétera, y que tanto molestaba a mis compañeros de clase. Poco a poco fui dejando de decirlas, o cambiándolas a cómo debían ser. Y qué decir de todas esas falta de ortografía que acompañaban. También se burlaban de las trencitas que mi madre me hacía antes de ir a la escuela. Jamás las volví a usar.
Ya cuando estaba en la secundaria, me había introyectado todo ese discurso, me avergonzaba de dónde venía. Me avergonzaba quién era, cómo era, dónde vivía, cómo vivía. Me llegué a avergonzar de mi madre que no vestía como las madres de mis compañeros, por decir un ejemplo. Rehuía de mis ancestras. De mis raíces. Desde mi ser de piel más blanca, que siendo honesta, también me ha puesto en posiciones de ventaja.
Poco a poco me fui alejando de los saberes de mis abuelas, porque ya no me gusta ir a visitarlas a los pueblitos, donde según yo no había nada qué hacer.
En una ocasión, donde teníamos que exponer de dónde eran nuestra familia. Recuerdo al finalizar que un niño me dijo que era güera de rancho. Como si ser de rancho fuera algo malo.
En la universidad había un grupo de chavo con los que a veces me juntaba que hacían todo tipo de comentarios ofensivos. Cuando ellos contaban chistes racistas, todo reíamos. Yo en silencio no decía nada aún sabiendo lo qué eso significaba. Aún cuando después me tocaban a mí sus comentarios misóginos o gordofóbicos.
El racismo está tan normalizado que nos cuesta verlo. En comentarios tan simples que ahora puedo identificar en las personas en mi alrededor, como: “me estoy poniendo prieta por el sol” o en los deseos, como desear principalmente a las personas blancas. O acciones tan sencillas que naturalizamos desde bien pequeñas como: “Pásame el color carne” refiriéndose al color más claro.
Ahora soy más consciente de todas esas acciones que repetimos sin cuestionarnos lo que ya nos atravesó la cuerpa desde pequeñas. Ahora jamás negaría de dónde vengo. Y mucho menos sentiría vergüenza por mis ancestras ni toda esa herencia que me han transmitido. Ahora desde mi trinchera, en mis creaciones, en mis ilustraciones, lo que hago es buscar visibilizar muchos tipos de mujeres que existimos y resistimos día a día. Otros cuerpos, otros colores, otros tamaños, otras edades, otros deseos.