Cuento

[Cuento] Estrella y Mila, amores que perduran

Por Bety Casas Arellanes

Sofía era una madre joven que trabajaba y estudiaba al mismo tiempo. Su hija, Estrella, era una niña feliz. Le encantaba andar en bicicleta con sus amigas, y la mayor parte del día se la pasaba jugando y cantando, pues ella tenía una voz maravillosa. Por la tarde esperaba que su mamá llegara a casa para hacer la tarea juntas y después a cenar. Dormían juntas en la misma cama, lo que no les causaba mayor problema, porque podían abrazarse y mantenerse muy cercanas.

Enfrentaban algunas carencias económicas, pues trabajar y estudiar en esta época no es nada sencillo, sumado a ser madre joven. Encima, Sofía no tenía una buena relación con el papá de Estrella. Él no desaprovechaba ninguna oportunidad para decirle que no hacía nada bien, para insultarla y hacerla sentir mal. A pesar del tiempo y la distancia, él seguía ejerciendo violencia sobre ella, además de la económica, ya que solo le llevaba despensa o algunas cosas para la niña, claro, si le apetecía dar, porque jamás recibió dinero en efectivo. Él argumentaba que no la quería mantener.

Después de mucho esfuerzo y a pesar de las dificultades que enfrentaba, Sofía logró concluir sus estudios. La situación prosperó para ambas. Pudo acceder a un trabajo con mayor ingreso económico y mejores prestaciones, compró un terreno; poco a poco y con mucho sacrificio, construyó una pequeña casa, adquirieron algunos muebles, por fin cada una tenía su propia cama. Sofía se convirtió en una profesionista reconocida. En este momento, el futuro les pintaba de un mejor color.

Estrella, ahora una joven, estaba terminando el bachillerato y quería ser chef, ese era su mayor sueño. Después de considerar varias opciones, decidió estudiar en otro estado. Al principio le fue muy difícil adaptarse, la provincia era muy diferente a esa enorme ciudad donde pasó su infancia. Estaba muy triste, de esa tristeza con la que se anhela la vida anterior, la calidez de su gente, la comida tradicional, la libertad para salir a caminar sola o con sus amigas. Extrañaba enormemente a su mamá.

Una mañana, Estrella le comunicó a su mamá que adoptaría a una perrita argumentando dos razones contundentes: la primera, que necesitaba la compañía de alguien porque se sentía sola; y la principal, que se trataba de una perra que había sido rescatada porque sufrió violencia extrema. Ante tales motivos, Sofía no tuvo más opción que darle algunos consejos, de esos que solo las madres pueden expresar: “Debes estar consciente de que es una responsabilidad tenerla. Ella requiere cuidados, cariño y mucha paciencia. Ha sufrido pasajes de violencia que se verán reflejados en su comportamiento, y para ello, se necesita atención especial para su recuperación”.

Estrella esperaba con gran ansia el día del encuentro. Para ello, preparó su llegada comprando la cama, la correa, el plato de comer, los juguetes; incluso pensó en el nombre: “Se llamará Mila”, exclamó.

Cuando fue a recogerla, estaba muy entusiasmada. Apareció ante ella una perrita salchicha negra y pequeña, visiblemente maltratada, con cicatrices por quemadura de cigarro en todo el cuerpo, la oreja rota, las patitas y la piel maltratadas. En la cara reflejaba todo el miedo y terror derivados de la tortura a la que había sido sometida. Era una perrita muy tímida, insegura y miedosa. Ella la acogió con mucho amor, la acarició y le dijo palabras bonitas, buscando su confianza.

Ambas se fueron a casa. Estrella se enfrentó con su primera experiencia frente a una ser viva que estaba expuesta a sus miedos, sus sufrimientos, a su pasado lleno de violencia. La perrita escuchaba un ruido fuerte o grito y se orinaba. Al llegar alguna amiga o amigo, comenzaba a temblar; a veces se orinaba, otras, vomitaba. Durante el día se escondía en un rincón o debajo del sillón.

Estrella sufría por su perrita. Lloraba cuando hablaba con su mamá: “No sé que hacer para que ella esté bien”, le decía. Sofía le hablaba con cariño: “Tranquila, hija. Mila es una perrita que fue maltratada. Debes ser paciente con ella y comprender su situación. La vas a tratar como si fuera una recién nacida, porque contigo volverá a nacer. Tendrá que aprender a recibir amor, ser segura, saber que también hay personas buenas en esta vida; que después de todo lo malo que le ocurrió, vienen cosas bonitas para ella”.

Con el paso del tiempo y el cariño de Estrella, Mila cambió y se adaptó a su nueva compañera. Ambas estaban muy complementadas. Se levantaban temprano, daban un paseo por la colonia; Estrella le daba de comer y la acomodaba en su cama, pues la tenía que dejar en casa mientras iba a estudiar. Las dos lograron tener un cariño mutuo muy profundo. Mila cambió físicamente: su pelaje brillaba, estaba bien alimentada, sus ojitos demostraban felicidad. Por su parte, Estrella asumió muy bien la responsabilidad de protegerla. Ambas se acompañaban y se cuidaban.

Un día, Mila enfermó y tuvo que ser internada. Estrella, preocupada por su salud, estuvo acompañándola en todo momento. Después de unos días de medicamentos y cuidados salió del hospital, regresó a casa y poco a poco alcanzó su recuperación. Luego de esa historia, la vida continuó con la misma rutina.

Mila era una perrita muy conocida en la colonia. Su historia trascendió a todas las personas cercanas y un poco más allá. Era una sobreviviente de violencia, ahora feliz y muy valiente. Ladraba cuando alguien se acercaba, y se convirtió en líder de las demás perritas. También era un poco traviesa. Su cambio fue notable. Ya no temblaba y podía convivir con otras personas.

Todo transcurría de manera normal hasta que un día Estrella empezó a enfermar. De repente se desmayaba, no podía ni pararse de la cama. Mila se encontraba nerviosa, no se despegaba en ningún momento de ella. Estrella no quería decirle a su mamá para no preocuparla, pero inevitablemente tuvo que enterarse. Estrella recibió muchos diagnósticos antes de llegar al concluyente: tenía cáncer. Tuvieron que regresar a su ciudad junto con Mila.

Estrella se sometió a muchos tratamientos. Cuando salía de la casa hacia el hospital, Mila la esperaba acostada en la puerta hasta su llegada. En todo momento la acompañó, no se separaba de ella. Estrella no quería comer y Mila tampoco lo hacía. Cuando Estrella lloraba de dolor, Mila la lamía y lloraba con ella, se le notaba la tristeza y preocupación por ella.

Pasado el tiempo más difícil de la enfermedad, con Estrella recuperada, la felicidad regresó a la vida de Sofía y Mila. El sol les brillaba con todo su esplendor, las flores que nacían en el jardín tenían más color, la familia volvía a la tranquilidad.

Una mañana, Estrella le contó a su mamá que en los momentos más difíciles, cuando sentía que se hundía en un pozo profundo, sin luz y sin aire, al final se encontraba Mila, dándole las gracias por haberla salvado, diciéndole que la amaba, que ahora le tocaba protegerla; y que al momento de caer en lo más hondo, la sacó de allí. Entonces pudo ver la luz. “Mamá, ahora estoy segura de que yo no escogí a Mila, ella me eligió a mí, para salvarme. Yo le debo la vida. Con su llegada me devolvió la alegría, pues yo me encontraba muy triste por ti, por la distancia de todo lo que amaba; y ahora, con mi enfermedad, ella me rescató”. Sofía le contestó: “Hace mucho tiempo, cuando era chiquita, tu abuelita me contó que las perras y los perros son amores del pasado que vuelven a ti para seguir amándote y protegiéndote, pues su amor perdura y trasciende, porque cada que mueren vuelven contigo en otro cuerpo, no te abandonan nunca; por ello, no son mascotas, son nuestra familia, llegan a nosotras para hacernos felices. El nombre de Mila no fue casualidad, porque es el diminutivo de milagro; eso es ella en tu vida: un milagro”.

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La Crítica