Es duro darse cuenta de lo que traemos desde el nacimiento, peor, desde antes de nacer, desde nuestras ancestras.
Me doy cuenta que en este proceso de vida: nacer pobre, mujer, morena, es una desventaja enorme, pero gracias a la lucha diaria de mi madre, logré sobreponer un poco la situación, así sigo siendo mujer y morena, pero clasemediera y profesionista.
¡Y qué rápido se acostumbra una a olvidar esa lucha!
¡Qué facilidad tiene una de alienarse al opresor y adoptar sus modos!
¿Tal vez porque duele menos? No sé.
Me he visto reflejada en cada lectura feminista que he hecho, con cada autora, ¡hasta con las francesas!
Me vi luchando por tener la misma posición de poder que los hombres, me vi pidiendo trato igualitario, me vi admirando y defendiendo varones que apoyaban mujeres, tal vez defendiéndolos y justificándolos más que a una mujer.
Ya he escrito y pensado en definir y explicar todo desde el determinismo científico y basándome en la ciencia misógina, sin darme cuenta de lo contaminada de mi visión.
También me vi reflejada en las profesionistas gringas hechas madres, agobiadas e insatisfechas de la vida de amas de casa.
Me vi creyendo en las instituciones como herramienta única y necesaria para nuestra liberación.
Escuché las palabras de mi madre renegando de mi color de piel parecido al de mi padre (mi madre es blanca) y renegando tal vez por su resentimiento a mi padre por lo machista.
Me vi con aliados varones y gays pensando que eran mejor compañía que las mujeres.
Me vi humillada desde niña por un par de gemelos cantándome «la negrita cucurumbé», me he visto exotizada y señalada por mis caderas afrodescendientes, odié mi cuerpo mucho tiempo, por eso estuve a punto de operarme para borrar mis nalgas y mis caderas.
Me he visto luchando en comuna con otras mujeres y fue de las mejores experiencias, pero también viví la fragmentación por falta de comunicación, porque éramos inexpertas y terminamos por reproducir patrones patriarcales en nuestras relaciones con otras.
Y sobre todo, me veo afectada profundamente como los perros de Pavlov por la heterosexualidad obligatoria. En mis gustos y decisiones, en las lecturas y referentes de vida. En la dificultad de salir sin maquillarme, en que tengo años sin ponerme faldas por vergüenza de mis varices producto de mis tres embarazos, que creí eran mi obligación de mujer y los planeé y los tuve y amo profundamente a mis críos, con el dolor y la certeza de que los varones a pesar de mis esfuerzos, educación y consejos, terminarán siendo educados y abrazados por el sistema.
Y mi hija, tengo la certeza, será guerrera y sabia y tiene que vivir mejor, con sus propias decisiones.
Pero poco a poco leyendo, entendiendo , escuchándolas, me gusta que mi rabia y dignidad va saliendo. Que veo lo que no quería ver. Y empiezo a actuar, tal vez lento, tal vez no como quisiera mi desesperación de volar, pero gracias.
Tengo la mente revuelta, nuevos proyectos, y dudo de tantas cosas que antes daría por ciertas. Creo, que sin confiar tanto, entiendo y soy más comprensiva con los procesos de otras mujeres. Y muy importante, empiezo a priorizar leer, escuchar, relacionarme, estar y planear y hacer proyectos con mujeres. Y es un alivio, aunque siento que todavía me falta.
*Texto elaborado como cierre en el curso Introducción a los Feminismos, en Ímpetu Centro de Estudios.